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FUERA DE CASA
Columna
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Elegantes odios

Madrid también tiene su gauche divine. Aunque no estoy seguro si son ni una cosa ni la otra. Pero tienen buenas maneras, formas elegantes hasta para comer croquetas o callos en casa de Enrique Viana, un tenor nada loco, capaz de hacer que Ruiz-Gallardón o Simoneta Gómez Acebo hagan de camareros sin contrato para alegrar los paladares de sus amigos sociatas y otros perdedores no se tiren a ningún monte.

Esa noche me enteré del elegante odio que una escritora cosmopolita y tintinómana, Carmen Posadas, tiene a Isabel Azcárate, hermosa y no menos elegante, admirada y querida por periodistas, artistas, republicanos o liberales que la hayan conocido. ¿Es un odio gratuito? ¿Son celos retrospectivos por haber estado casada con Mariano Rubio? No lo creo. No creo que sea un "odio trivial, sin proporción ni sentido, odio filosófico" como dice sentir el personaje central de la última novela de Carmen Posadas, que es todo un manifiesto del odio entendido como venganza literaria. En la novela cambia el apellido de Isabel; también el de su pareja, Eduardo Arroyo, pero los maltrata desde su literario odio. ¿De ficción o de juzgado? "En la vida se odia gratuitamente a desconocidos todos los días, sólo que no llevamos la cuenta. Y mataríamos incluso". Eso dice su personaje. La próxima vez que vea a Carmen Posadas no pienso darle la espalda. ¡Es demasiado fina la línea que separa la realidad de los deseos! No quiero que la ficción se convierta en carnaza para cualquier Urdaci de Informe semanal. Pretendo seguir saliendo de casa.

Está visto que nada es lo que parece. Ni Embassy, un famoso y superviviente salón de té en el Madrid más aristocrático y burgués, fue tan derechoso como podía aparentar por su tradicional clientela. Nos enteramos, precisamente el 20-N, en la presentación del libro Embassy y la inteligencia de Mambrú, de Patricia Martínez de Vicente, que el famoso salón burgués fue el centro neurálgico del espionaje británico en Madrid durante los años de la Segunda Guerra Mundial. Apasionante historia en la que colaboraban la propietaria del Embassy, la irlandesa Margarita Taylor, con el padre espía de la autora, Eduardo Martínez Alonso y toda una red de colaboradores para conseguir posibilitar la huida de miles de judíos y otros perseguidos por el III Reich. Mientras los cercanos alemanes de la Gestapo y sus colaboradores franquistas se tomaban sus dry martinis en el salón, por la trastienda se iban refugiando los odiados judeomasones y demócratas de toda condición esperando su viaje a Portugal. En vez de tantas menudencias de nuestro cine, algún productor se debería fijar en esta historia de Casablanca a la madrileña.

Otro lugar de elegancia capitalina es el Casino de la calle de Alcalá. Allí, en sus salones modernistas, con esa belleza un tanto pompier de odaliscas y faunos, se celebraba la elegante cena del Premio Loewe de poesía. Una vez más fue para Carlos Marzal, este año se lleva todo este poeta de la "experiencia" que no pudo acudir por estar soportando molestias intestinales en Italia. Se perdió esa tortilla reconstruida de Ferran Adriá, que provocaron la añoranza en poetas de experiencia en tortillas a la manera de Betanzos como Pepe Caballero Bonald, Ángel González, Brines y otros de los tiempos del pincho de tortilla. Una cosa es la modernización de Loewe y otra la reconversión de la tortilla. Adiós a los tiempos del Adonais y del aguardiente de Pepe Hierro.

No faltaron los poderes, entre otros, la presidenta consorte y sin embargo concejal, Ana Botella, que no sé si tiene más aprecio a los cueros de Loewe o a los republicanos poetas de la experiencia. Relajada y sonriente, sin excesos, no disimuló un gesto prosaico: fumar en público. No está mal para empezar a hablar. Sin fumar, a su lado estaba la ministra de Cultura, Pilar del Castillo, que poéticamente me tiene muy despistado; le tengo que preguntar a Andrés Trapiello, otro trujillano de fines de semana.

A mi lado se sentó uno de sus ex compañeros de facultad, Óscar Mariné, diseñador y pintor que está renovando algunos clasicismos de Loewe. Un acierto, es nuestro mejor moderno y muy memorioso. Tanto que recordaba perfectamente sus años de facultad. No se atrevió a saludar a su antigua compañera de pupitre porque todavía recuerda que le consideraba un "mal rojo". Se entretenía demasiado con canutos y otras actividades anarquizantes y se desviaba de la recta y austera línea de los comunistas de verdad como la joven Del Castillo.

El tiempo todo lo enmienda. Todo menos la pasión de algunas ex ministras por la política; Carmen Alborch regresa a los mítines, vuelve de número uno por Valencia. Venía eufórica y antibelicista de la presentación del libro de José Luis Sampedro, pero queriendo dar guerra contra el zaplanismo. El baile socialista está a punto de comenzar, el que no se mueva no sale en la foto. Ya era hora.

La escritora Carmen Posadas.
La escritora Carmen Posadas.LUIS MAGÁN

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