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Reportaje:

La fuerza de los hombres azules

El Museo de Bellas Artes de Castellón expone una muestra de objetos de uso cotidiano de los tuareg

María Fabra

El mito habla de un pueblo en libertad, de jinetes ocultos tras un velo azul cabalgando sobre camellos a lo largo de la tierra infinita del desierto. La realidad es algo distinta. Los tuareg conservan esa parte de magia que les otorga su carácter de nómadas, pero, para sobrevivir y mantener su autenticidad, han tenido que superar condiciones extremadamente adversas. El Museo de Bellas Artes de Castellón expone, hasta el próximo 11 de enero, una muestra que, bajo el título Tuareg. Nómadas del desierto, ofrece una visión del mundo y la cultura de este pueblo, a través de más de 250 objetos de uso cotidiano. La exposición exhibe piezas procedentes del Musée d'Ethnographie de Neuchâtel (Suiza). Historia, economía, vida cotidiana y artesanía son los cuatro ámbitos en los que se ha estructurado la muestra.

Hace siglos que los tuareg recorren el desierto del norte de África. Actualmente, los menos de dos millones de personas que constituyen este pueblo están recluidos entre Argelia, Malí y Níger. Allí, lo que para el turista son más de un millón y medio de kilómetros cuadrados de belleza patente y pasajera, para el tuareg es un hogar plagado de adversidades (agua escasa, violentas tormentas, temperaturas radicales...), que, sin embargo, espera no tener que abandonar nunca.

Lluís Reverter, secretario general de la Fundación La Caixa, organizadora de la exposición, habló ayer de los tuareg como una cultura "que no se ha rendido". "Ellos mantienen su dignidad y el resto, casi todo, les ha llegado de fuera", dijo. Su condición de nómadas imposibilita la creación de ningún tipo de industria y les provoca, a la vez, un desapego a todo lo material que pueda suponer un problema en sus desplazamientos.

Sin embargo, los tuareg aman la música y la poesía y muestra de ello son algunos de los objetos que ahora se exponen. Bajo sus tiendas de estera recitan poemas y hacen sonar rudimentarios instrumentos que invaden el silencio del desierto. Así, su lucha no se ha limitado a la infructuosa búsqueda de un territorio para instalarse. Luchan, también, para mantener sus costumbres, su lengua, su arte. Y ése es el aspecto que destacó el consejero de Cultura, Esteban González Pons, durante la inauguración de la exposición. La lucha de los tuareg por su cultura, porque, según dijo, ésa es "la mejor forma para alertar sobre el peligro de desaparición y el olvido que puede sufrir también nuestra cultura en tiempos de globalización". Cuando "al desierto físico se sobrepone el de la ignorancia y las dunas de olvido". González Pons comparó la lucha de esta sociedad con la de la "supervivencia de nuestra propia cultura" y para su mantenimiento, dijo, "lo mejor es mostrar otras culturas del mundo que son tan ricas como la nuestra para rechazar la cultura de la uniformidad".

Espadas, amuletos, dagas, tablillas, embudos de madera, sillas de montar, morteros, una buena muestra de objetos de artesanía realizados en plata y cuero, indumentaria tradicional y vídeos documentales de la vida en el desierto son los elementos con los que los comisarios, Albert Costa y François Borel, cuentan la vida de un pueblo nómada, el de los hombre azules, que, después de más de mil años, mantiene viva su "leyenda".

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