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Columna
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El padre de Nicolás

Tan sólo por esa Calle de nadie-paisaje de soledá (1932) o Niños en el tiempo (1933), y su colección de fotos merecería pasar a la historia del arte vasco. Pero es mucho más. Nicolás de Lecuona (Ordizia, 1913-Frúniz, Vizcaya, junio de 1937) fue quizá el artista más interesante, y, desde luego, el más breve del arte vasco en el siglo XX (cinco años, 1932-1937). Tan sólo su amigo Oteiza o Chillida pueden parangonársele. Y sin embargo, la extraordinaria exposición de óleos, pasteles, fotomontajes, fotografías, fotocalquídeas, dibujos y otros objetos suyos que muestra Artium desde el pasado 30 de octubre le presenta aún hoy como un "importante descubrimiento".

Al margen de lo que en esta frase del folleto de la Exposición pueda haber de legítimo reclamo publicitario, hay también una buena carga de verdad. Lecuona es un artista vasco aún por descubrir por el público interesado. ¿Razones? Quizá su cosmopolitismo, la dificultad de encuadrarlo como "arte vasco".

Lecuona nunca fue un desconocido para el especialista. Aparte de exponer con cierta profusión en su tiempo, su obra se viene exhibiendo con regularidad desde 1979, y fue motivo de una tesina ya en 1980. Sin embargo, apenas si se le conoce entre el gran público. Tal vez porque está lejos del canon de artista vasco que se ha venido modelando. Se incluirían en éste aquéllos pintores que se movieron en torno a la Asociación de Artistas Vascos entre los siglos XIX y XX (los Zubiaurre, Díaz de Olano, Zuloaga, Regoyos, Arteta, etcétera), una extraordinaria generación que va del impresionismo al neo-cubismo o constructivismo geométrico. Tras ellos, Oteiza y Chillida han venido a sellar otra estética de hierro, roca y espacio metafísico, asociado ya definitivamente a "lo vasco" (a pesar del indudable valor y estética universal de sus obras). Hay en esto una inclinación social, más o menos mayoritaria y desgraciada, a asociar nuestro arte con elementos de cierto canon étnico. El gran público ha solido acercarse a los Díaz de Olano o los Arteta, a través de sus cuadros de regreso de romería, birilketas y arrantzales, para pasar luego a sus obras más importantes. Y el hierro retorcido ha venido a confundirse (las superlativas teorías de Oteiza no serán ajenas a ello) con el paisaje y el "alma vasca".

Sin embargo, Lecuona no encaja en ese canon. Su obra es menos clasificable dentro de ese prototipo. Lecuona fue un artista de raza (no étnico), prolífico en su actividad creadora, experimentalista, como lo fueron las vanguardias históricas, tanto en las formas como en los soportes (de ahí su trabajo fotográfico). Un joven que se decantaba por la genialidad cuando una bomba le mató con veinticuatro años mientras hacía labores de camillero en el frente. Pero, para entonces, era ya un artista reconocido. Había expuesto regularmente durante los años de la república (1935, Kursaal, colectiva con Oteiza y Balenciaga), era amigo de Gómez de la Serna, y de Lauaxeta (quienes le dedicaron obras suyas), frecuentó a Sarriegui, Oteiza, al arquitecto Aizpurúa y se había sumergido en los círculos creativos madrileños de la época (dominados por la generación del 27).

De allí, de aquel mundo rico en creación, obtuvo su inspiración. De allí, sus fotografías expresionistas influidas por los cineastas rusos (en especial, Eisenstein), sus fotomontajes y collages inquietantes y surrealistas a la manera de los Moholy-Nagy o Max Servais y su obra toda (incluidos sus óleos con fuerte textura al mezclarlo con tierra). En él convergían todos los estilos de las vanguardias históricas, y experimentaba y se impregnaba de todas ellas. "Transparencia, curvas, rectas, ondulaciones... esa diversidad de figuras que median entre la línea y la esfera". (Lecuona). "Espacio, materia, tiempo/ en la luz unidos..." (Moholy-Nagy), así fotografiaba Lecuona. Y en sus plumillas, los dibujos posteriores de manos de Chillida.

Genial Lecuona (recuperarlo será un modo de salir de ese cierto provincianismo que nos atenaza), que ha logrado que el espíritu de su padre se persone en la deliciosa exposición de Artium (ver libro de visitas).

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