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Necrológica:
Perfil
Texto con interpretación sobre una persona, que incluye declaraciones

Jesús Delgado, un periodista de raza

La dedicación al periodismo de Jesús Delgado, corresponsal de EL PAÍS en Cantabria, comenzó, en Santander, cuando era muy joven y no ha terminado hasta que, ya octogenario, los últimos momentos de su enfermedad, detectada hace un año, le impidieron proseguir.

En esa larguísima trayectoria -galardonada por la Asociación de la Prensa de Cantabria en 2002- siempre fue un periodista amante de su libertad y celoso de su independencia; coherente con un exigente sentido del deber y más interesado por la vertiente humana de las noticias en las que el destino convierte en protagonistas a ciudadanos normales que por las pretensiones de quienes adoran el protagonismo y suspiran por verse convertidos en noticia.

Ejerció la profesión con dedicación sin límite y con honestidad permanente, y eso le granjeó el afecto de compañeros de varias generaciones y el respeto unánime de quienes percibían la profesionalidad de su trabajo. Tuvo la oportunidad de tener destinos más vistosos, pero su idea del éxito estaba relacionada con la calidad de vida: la que le permitía estar cerca de su familia, en su tierra y a un paso de la naturaleza.

Fue enviado especial de La Gaceta del Norte en varios países de Europa y de América en épocas en que eran pocos los periodistas que viajaban al extranjero -vivió la Revolución de los Claveles en Portugal, en abril de 1974; acompañó a los Reyes en su primera visita oficial a Estados Unidos, y cubrió durante 10 años el Tour, por ejemplo-, y durante un largo periodo ocupó cargos de responsabilidad -jefe de la delegación de La Gaceta del Norte en Cantabria y subdirector de Alerta, tras su privatización-.

Alcanzó notorio prestigio en la ocupación que más le gustaba, la de reportero, pero desdeñaba -eran otros tiempos- la búsqueda de la notoriedad. Tenía un innato desapego hacia el poder, que traducía en auténtico desdén hacia el boato y la pretenciosidad que a menudo le rodean. Y su sentido del humor estaba cargado de la lucidez con que miraba la realidad y de la campechanía con que trataba a sus semejantes.

Amaba la sencillez, le encandilaba el talento y era tan exigente con los demás como consigo mismo. Estaba reñido con el consumismo y las modas, y veía un valor en la austeridad, que él vivía con toda naturalidad. Su sentido de la dignidad era extraordinario y su capacidad para la curiosidad inagotable.

Todo eso le convirtió en miembro, tan discreto como sólido, de una especie singular: la de los periodistas de raza.-

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