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Entre retratos de un príncipe medieval y lápidas de partisanos

Miguel Ángel Villena

Decía un alto cargo de la UE que trabajó en la reconstrucción de los Balcanes que la antigua Yugoslavia era el país con más historiadores por metro cuadrado del mundo. Esa nostalgia que muchos serbios sienten hacia sus gestas o sus derrotas alienta una suerte de pesimismo hacia el futuro. Algunos colegios electorales de Belgrado muestran una curiosa iconografía en sus paredes que combina los retratos de un príncipe medieval del siglo XII, el santo Sava, con una lápida dedicada a los partisanos fusilados durante la guerra de liberación contra los alemanes, entre 1941 y 1945. Toda una empanada histórica.

Pero este empacho alcanza también a los acontecimientos más recientes. En poco más de cuatro años, Serbia ha cambiado de régimen; el sátrapa que gobernó el país durante una década, Slobodan Milosevic, y otros ex altos cargos se sientan en La Haya acusados de crímenes de guerra y de genocidio; lo que quedaba de Yugoslavia ha cambiado de nombre; el nuevo país (Unión de Serbia-Montenegro) carece de fronteras fijas; se han celebrado seis elecciones de distintos ámbitos; un primer ministro, Zoran Djindjic, fue asesinado en marzo, y varios ex ministros se han visto envueltos en escándalos económicos y de corrupción.

Pero lo más grave radica en que este vertiginoso ritmo de la historia no redundaen la mejora de las condiciones de vida. La economista Mila Korugic, consultora de una firma internacional, se muestra optimista sobre el futuro, pero enjuicia con desazón el presente: "No tenemos presidente, el Parlamento ha sido disuelto para convocar nuevas elecciones y no contamos con fronteras claras. Ahora bien, lo que perciben muchos serbios es que en 1991 la renta per cápita ascendía a 3.550 dólares y ahora apenas alcanza los 2.500".

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