Zapping
Las mil y una
Si el tiempo y la autoridad lo permiten, mañana se cumplirá el Crónicas marcianas número 1.000. Como todo el mundo sabe, el nombre del programa está tomado del libro de Ray Bradbury, que empieza así: "Es bueno renovar nuestra capacidad de sorpresa".
Referente
El deseo de sorprender es una de las coincidencias entre el propósito inicial de Javier Sardá y el de Bradbury. En el caso de Sardá, su trabajo de Gran Timonel marciano ha dado lugar a durísimas opiniones, pero pese a sus polémicos contenidos, CM ha roto la supremacía de los late night anglosajones y ha creado un referente de televisión noctámbula, sobre todo para países de habla hispana. Irrite o apasione, pues, CM abduce a la audiencia, quizá porque no sólo lo ven aquellos a quienes les encanta, sino también los que consideran que su influencia es tóxica y diabólica.
Nocturno
CM es adictivo por razones poco racionales: mezcla elementos de irreparable ordinariez (Hornillos, Marta, Kiko, Aída) con colaboraciones muy creativas (Latre, Ortega). Así se asegura la suma de públicos que en principio no están destinados a coincidir. Es como si los integrantes de una despedida de soltero acudieran a una sala donde, además de strip-tease, hay actores, bocazas, chismosos, domadores, ex convictos, sabios, traficantes de silicona espiritual y gente que, a diferencia de lo que ocurre en otros programas, no presume de sus virtudes sino que explota descaradamente sus defectos. (En A tu lado, en cambio, hacían apología del sensacionalismo sexual en horario infantil, imitando la fórmula de El diario de Patricia con la aquiescencia de los mismos que ahora los despiden).
Perverso
En sus inicios, CM elaboraba más sus gags y apostaba por una línea imaginativa de entrevistas. Con la llegada de Gran Hermano y Operación Triunfo se entregó a la dependencia de otros formatos y reforzó el vocerío patibulario y endogámico. Total: con un desgaste menor y una oferta más populista aumentó su audiencia. El envoltorio sigue siendo brillante. Algún optimista opina que CM ha compensado el muermo de la era aznarista y que, con su provocadora irreverencia (a ratos subversiva, a ratos zafia, a ratos delirante), prosigue la tradición de buscavidas herederos de nuestra picaresca. Sardá, en cambio, ha definido CM como un show de gamberros con ganas de cachondeo. Digamos que los gamberros que acoge en su planeta pertenecen a varias especies. Los hay que son canallas simpáticos, poseedores de inteligencia (Izaguirre), ironía absurda (Deltell) y rigor (Salvador). Y los hay que se limitan a repartir crueldad con los débiles, capaces de convertir el plató en un antro chungo del que te marchas avergonzado. Un antro al que, sin embargo, siempre acabas por regresar, aunque sea a escondidas, porque tiene la fascinación de lo pecaminoso. Porque, en el fondo, CM no es sólo un programa de televisión. Es un vicio.
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