La mujer a las cinco de la tarde
Rosa María Mateo (Burgos, 1942) dice que está en la tercera hora de su vida. Desde hace años se acuesta tarde (hacía el informativo nocturno de Antena 3, y hasta ahora en los radioteléfonos de la madrugada de Madrid se solía oír cómo se pedían taxis "para Rosa María Mateo, en Antena 3"), pero siempre se levantó muy temprano porque su pasión han sido los amaneceres. Ella piensa que en la vida hay cuatro tramos horarios, de modo que le falta cubrir uno. Así que si uno calcula bien, esta mujer amada por la cámara desde que irrumpió en ella (TVE, 1966) debe de estar ahora en las cinco de la tarde de su existencia. De momento, este tramo lo hará en el paro. Si tuviera que escribir ahora un resumen de su vida, lo empezaría así: "Mi madre murió el mes de noviembre de 1974...". Es curioso, el año en que Juan Luis Cebrián, entonces director de informativos de TVE, la puso delante de una cámara en los telediarios, y enseguida hizo el Informe semanal de Pedro Erquicia. Dicen que cuando le hicieron la prueba de acceso a la única televisión de entonces, el encargado de calificarla le dijo: "¡Eres un monstruo ante la cámara!". Dice Erquicia que reunía estas condiciones: "Físico, mirada, voz, gusto, credibilidad... Era capaz de hacértelo creer todo, incluso aunque leyera mentiras". Cebrián la sacó de continuidad (junto a Clara Isabel Francia y Jana Escribano) "porque transmitía convicción, era una buena profesional". Cuando se pasó el rubicón de la dictadura, ya su imagen estaba consolidada en los informativos, de modo que llegó a ser lo que entonces se llamó musa de la democracia no sólo porque leyera el Manifiesto por la Libertad del 27 de febrero de 1981, junto a los leones de las Cortes, después del 23-F, sino porque le requirieron de todas partes para dar credibilidad a una época a la que ella le puso cara. Fue una triunfadora, desde cuando estudiaba en la Facultad de Derecho de la Universidad de Valencia. Al pasar lista de los grupos, un profesor decía: "Primero, Rosa María..., bueno, y ya se sabe que detrás de ella están todos". Raimon, el cantante, que hizo teatro con ella en Valencia, la llamaba así: "Rosa y los chicos que van detrás". Aunque era (es) bajita, fue buenísima como pívot de baloncesto. Y los que estudiaron periodismo en el pasado, alguna vez oyeron de sus padres esta admonición (que le recordó el otro día en la radio una chica que ya ejerce): "Ojalá seas alguna vez como la Mateo". Pero si se rasca en su alma, la revelación de su existencia (ahora que está en la tercera hora de su vida) es que jamás su felicidad fue la tele. En la estatal, porque estaba llena de burócratas y de machistas, que le regatearon siempre el elogio, y en la privada, exactamente porque (y eso lo descubrió enseguida que llegó a Antena 3) era como la pública. ¿Cómo resistió? Con miedo, siempre con miedo, desde aquella época en que cruzaba sola en su seiscientos la Casa de Campo hasta Prado del Rey hasta ahora mismo, en que el despido de Antena 3 (donde entró en 1993; ahora es una de los 215 despedidos del ERE de esta empresa) le dejó un nudo de extrañeza en su estómago. Fue a las siete y diez de la tarde del penúltimo sábado: sonó el móvil, y una amiga le dijo que su castillo de naipes había caído por la mitad. Erquicia dice que Rosa María Mateo traspasaba con suavidad la cámara, como Alicia a través del espejo. En este caso, la cámara se rompió contra su historia. Y ahora que ella recoge los añicos dice que tiene ante sí "una época mejor". ¿Cómo será mejor? Ella no sabe, pero tiene ese pálpito. Han borrado su paisaje de la madrugada, y ella, que quiso siempre ver amanecer, se encuentra ahora que son exactamente las cinco de la tarde de su vida.
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