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Crítica:
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Locos y psiquiatras

Durante la segunda mitad del siglo XX se fueron introduciendo en la psiquiatría numerosos psicofármacos que hicieron presagiar la solución definitiva tanto de la enfermedad mental como de su concepto. (El tranquilizante Valium fue la medicina más recetada en el mundo entero durante la década de los sesenta.) El eminente psiquiatra británico Willian Sargant auguraba que los nuevos fármacos significarían el feliz escape tanto de los sombríos territorios del asilo como de las locuras de Freud. Los doctores "dejarían entonces de fanfarronear", alardeaba, prediciendo que para el año 2000 los nuevos psicotrópicos erradicarían las enfermedades mentales. No parece que sea así.

Aparte de que han hecho a la psiquiatría orgánica un tanto adicta a ellos, y de que tampoco es un logro tan definitivo su capacidad de apaciguar, hoy conocemos los interrogantes que los rodean: efectos secundarios, problemas de dependencia, se desconocen sus efectos a largo plazo, plantean problemas éticos y políticos en tanto que contribuyen a modelar personalidades y están, además, en manos de monopolios de empresas internacionales.

BREVE HISTORIA DE LA LOCURA

Roy Porter

Traducción de Juan Carlos Rodríguez

Turner/FCE. Madrid, 2003

226 páginas. 19,90 euros

Si consultamos el famosísimo Manual diagnóstico de los trastornos mentales -que desde su aparición hace también cincuenta años (1952) ha pasado de 134 páginas a casi mil en la última edición de 2000-, parece que nunca se ha diagnosticado en la historia tantas víctimas de trastornos psiquiátricos como ahora, ni que nunca antes tanta gente consultó a tantos terapeutas de tan diversas tendencias. Parece, como dice Porter, que los discursos de lo psicológico y de lo psiquiátrico hayan sustituido al cristianismo y humanismo.

En los albores del siglo XXI, ni la definición de locura está clara, ni la profesión psiquiátrica merece demasiada confianza entre el público, ni el balance general de la psiquiatría deja de cuestionarse. Aunque un tanto trasnochadas por su inmediata radicalidad, vistas hoy, siguen sonando las críticas de los años sesenta y setenta a la psiquiatría tradicional (Szasz, Laing, Foucault). Szasz las ha seguido manteniendo durante los últimos cuarenta años. Críticas por las que quedó en entredicho la realidad objetiva, comportamental o bioquímica, de la enfermedad mental, su carácter de entidad psicopatológica real con una base orgánica auténtica, al asimilarla más bien a un constructo cultural, a una etiqueta negativa como mecanismo de control y poder sobre personas problemáticas o a una estrategia individual para lidiar con un mundo loco. O a un mito, metáfora, invención, como el inconsciente freudiano, que, al igual que éste, habría prestado nuevos bríos a difuntas metafísicas de la mente y teologías del alma.

Pero tampoco la crítica y huida

del asilo hacia formas de asistencia desinstitucionalizadas y comunitarias de "desencarcelamiento" están libres de controversias: hay muchas voces hoy, tanto de profesionales como de público, que abogan por restituir el asilo tradicional como forma de refugio seguro para los locos.

Roy Porter, un experto en historia de la medicina, de la psiquiatría y de la locura, cita todos estos temas, y más, pero no pretende en este libro, iluminador y agradabilísimo de leer, acompañado de láminas históricas impresionantes, adentrarse en ellos. No trata de desentrañar las causas sociales o antropológicas de la enfermedad mental -"las relacionadas con la civilización y sus sinsabores", dice-, ni las funciones sociales de la psiquiatría. Significaría, además, adentrarse en un terreno un tanto simplista para él. No intenta desentrañar la naturaleza de la enfermedad mental sino ofrecer una breve e imparcial exposición de la historia de su comprensión y tratamiento. Y eso es lo que hace magistralmente, con un exceso de esquematismo a veces.

Emprende un recorrido de ese misterio de los misterios, que parece que siempre ha sido la demencia. Desde una época antigua (griegos, asirios, egipcios), que no tenía aún un término para persona o uno mismo, en la que los seres humanos se consideraban marionetas de fuerzas terribles más allá de su control y la locura como una enfermedad de naturaleza sobrenatural, que exigía una cura mágica o una consideración semidivina. Pasando por la posesión demoniaca, urdida por Satanás y difundida por brujas y herejes en el cristianismo. Pasando por otras muchas cosas. Hasta llegar a los asilos y manicomios modernos, ilustrados, en los que fue surgiendo la "psiquiatría" (liberándose de ideas peregrinas) en la experiencia del trato cercano y diario con los "enfermos" (a los que se comenzó a no considerar bestias salvajes, ni elegidos de los dioses o de los demonios, ni herejes). Los asilos no se hicieron para practicar la psiquiatría, fue la psiquiatría la que surgió en ellos. Poco a poco y dificultosamente. Téngase en cuenta que antes de 1800 la supervisión médica en los manicomios no era un requisito legal en ningún país. (O que sólo en 1975 se eliminó la homosexualidad de la lista de las "aflicciones" psiquiátricas.)

Así hasta llegar a lo que Roy Porter llama entre signos de interrogación "el siglo del psicoanálisis", y a todas las consideraciones que hemos hecho al principio, por las que parece que a la psiquiatría (y a la psicología) le queda un futuro de tanto esfuerzo conceptual como próspero. Locos y psiquiatras parece que han de regular aún su voyante situación de hecho.

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