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Columna
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Maniobras orquestales

No es que nos hayan enviado el Enola Gay (bombardero estadounidense que bombardeó Hiroshima, y, también, título más conocido de la Orchestral Manoeuvres in the Dark), ni mucho menos. Pero tampoco era cosa de decir, con expresión displicente (esa cara de asco que acostumbra poner), algo como "no es para inquietarse: eso es como el ejército de Pancho Villa". Quien enviaba a las tropas de maniobra era el inefable Trillo Figueroa. Y el displicente, Joseba Azkarraga. Entre uno y otro han de helarnos el corazón. ¿Acaso, al decir lo que dijo, sopesaba Azkarraga la capacidad militar de la Brigada Paracaidista que maniobraba esos días sobre zonas urbanas del paisito? ¿Sopesaba, quizá, la capacidad de resistencia de la Ertzaintza? ¿Pensaba, quizá, requerir a otras instancias militares de tenebrosa memoria? ¿Qué insinuaba el señor Azkarraga con esa frasecita? Y si no insinuaba, ¿qué extraños duendes atávicos circulan por su cabeza? Absolutamente irresponsable e inquietante lo dicho en boca de un consejero de Justicia.

Pero dejemos al de Justicia con su ira mal digerida y encararemos la ejecutoria del Gobierno Aznar frente al plan Ibarretxe. ¿Cómo es posible que desde el Estado Mayor o desde el Ministerio de Defensa se organicen unas maniobras sobre zonas urbanas de Euskadi con la que está cayendo? ¿Cómo que se desplieguen unidades dentro de las poblaciones, que soldados con equipo de campaña se crucen con señoras que van a la compra? ¿Cómo que se lance una compañía de paracaidistas en los alrededores de Vitoria en una operación que semeja la toma de una capital? ¿Y cómo que helicópteros de guerra sobrevuelen rasantes el tejado de las casas hasta hacer vibrar puertas y ventanas? Es indudable que se pretendía evidenciar que también está en vigor el arículo 8 de la Constitución. Ése que reza, entre otras cosas, que las Fuerzas Armadas "tienen como misión (...) defender integridad territorial" de España.

Las maniobras eran radicalmente innecesarias. En realidad, han resultado absolutamente contraproducentes. Quienes aseguraban que ésta es la versión amable del régimen anterior, ahora dicen que es sencillamente su prolongación. No es que sea gente con pedigrí democrático, pero tienen cierta audiencia entre la población joven. Mucha gente sencilla se asustó. Las maniobras crearon una imagen torpe y falsa de despliegue militar. Es el único momento en mi recuerdo en el que algunas zonas del País Vasco se parecieron al Úlster. Cierto que paródicamente, pero es una imagen que parece querer dar la razón a ETA y a sus disparatadas tesis.

Sobre la torpe política de apelaciones al Poder Judicial ha escrito ya con ponderación y gran acierto en este periódico el constitucionalista Rubio Llorente (Una impugnación equivocada", 8-11-2003). Desde la convicción de que el plan es una monstruosidad, una gran calamidad que pesa sobre esta sociedad, cree (y yo lo comparto) que "lo único que puede impedir su derrota es el empecinamiento de sus adversarios". Es la vía que ha elegido, sin embargo, el PP desde las instituciones.

Las impugnaciones en los tribunales, las solemnes proclamas de los ayuntamientos, las campañas masivas de ahogamiento del plan, tal como está impulsando el PP, pueden hacer aparecer como lo que no es a Ibarretxe (cosa que pretende): el único político positivo, el único dispuesto a hablar, el hombre sosegado a quien "asedia la jauría de los políticos". Pueden hacer buena la tesis del PNV de ser un asediado (ellos dicen que es Euskal Herria la asediada).

De momento, el plan es una propuesta. Disparatada, sí; de parte, aunque hecha desde el propio Gobierno; absurda, pobre y radicalmente perjudicial, pero una mera propuesta. Como tal, debe ser debatida. Lleva razón el nacionalismo cuando lo dice. Lo que debemos hacer sus impugnadores es mostrarlo. Mostrar el plan en su totalidad, su gestación vergonzosa, su atrabiliario articulado y las consecuencias de todo orden que tendría de aprobarse. Las campañas masivas son como la capa o la oscuridad para el feo: ocultan su fealdad. Descubrámoslo y todos podremos contemplar el disparate que se esconde bajo la sonrisa de abate de nuestro lehendakari.

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