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Reportaje:

La vida en un piso de sólo 16 metros cuadrados

Una mujer con artrosis y su hija residen en Lavapiés en un hogar minúsculo donde el baño, el comedor y la cocina están unidos

¿Cómo vivir en un estrecho piso de sólo 16 metros cuadrados? Rafaela Delgado Ortiz, de 55 años, y su hija Gema, de 20, saben perfectamente cómo hacerlo, pero dejan claro que a eso no se le puede llamar de ningún modo vivencia. Es, acaso, una difícil supervivencia, en la que el ingenio para saber amontonar las cosas se convierte en la única tabla de salvación.

"Inicialmente, debes llegar a casa y olvidarte de un sofá, y de la comodidad de tirarte allí a ver la tele", dice Gema. Junto con su madre, ella habita un piso apretadísimo, en un edificio en ruinas en la calle de la Huerta del Bayo, en el corazón de Lavapiés.

De entrada, el fotógrafo debe agachar un poco su cabeza para poder entrar sin tropiezos. Luego, lo primero que llama la atención es que la cocina está adherida físicamente al retrete y a la ducha. Nada las separa. Cuatro personas no caben en ese lugar, y tampoco en la sala, donde se encuentra el comedor, un televisor de blanco y negro, un radiocasete y un armario de madera que almacena en sus estantes mil y un cachivaches. Maquillaje, pastillas, libros, kilos de papel y, abrumado en un mar de porcelanas, un pequeño espejo ovalado.

Gema no puede invitar a sus amigos a su casa y tampoco tiene la comodidad necesaria para ver la televisión

En las noches, la sala cumple también las funciones de dormitorio. Gema extiende una cama plegable en el suelo y duerme con Perla, una perra que luce y actúa como si ya conociera los límites de su reducido espacio. Rafaela tiene una cama en el único cuarto que hay, pero las goteras que agrietan las paredes, en ocasiones, le hacen pasar amargas y eternas noches en vela. En este sitio, que tiene todo para ser una rara especie de chabola edificada en cemento, dos cuadros en las paredes es más que suficiente.

Rafaela y Gema llegaron a este lugar en julio del año pasado, luego de mudarse de su antiguo piso, ubicado en el distrito de Tetuán, agobiadas por las deudas económicas. Allí vivieron durante 20 años, pero tuvieron que venderlo en 12.000 euros para poder cumplir con todos los pagos.

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Cuando se lanzaron a la búsqueda de un nuevo hogar, no hallaron otra solución que encontrar uno que se ajustara a sus recursos. Llegaron a Lavapiés y alquilaron en un contrato de tres años el diminuto piso de 15,6 metros cuadrados construidos, según figura en el registro inmobiliario, por 180 euros mensuales.

Por esa época, Rafaela fue dada de baja en la empresa en la que trabajaba de limpiadora, porque empezó a padecer artrosis. Su espalda amenazaba con desmoronarse, y el dolor le impidió seguir trabajando. Ella asegura que el permiso de baja le vence a comienzos del próximo año, y dice que el dinero que le están dando mensualmente alcanza únicamente para comer y pagar un alquiler muy barato.

Gema se quedó sin su empleo en agosto pasado. Hace un mes encontró otro y ahora trabaja como secretaria en una inmobiliaria.

La falta de ascensor en el edificio, de tres plantas y con más de 100 años de antigüedad, dispara los dolores lumbares de Rafaela cada día. Si quiere bajar de su piso, el 3º F, debe descender 60 escalones de madera que se tambalean.

-¿Su esposo y sus hijos?

-Soy divorciada y nací en Málaga. Mis muchachos trabajan allí, en la construcción. Ellos no me pueden ayudar.

Gema sobrelleva el martirio. Dice que ha acudido a diversas organizaciones, pero que en la mayoría han escuchado su caso como uno más. "En todas las instituciones me piden que, para acceder a un programa de vivienda, debo tener una nómina de 3.000 euros. ¿Dé donde saco ese dinero?". Para ella, la vida es unidireccional: del trabajo a la casa y viceversa.

-¿Invita a sus amigos o a su novio a que la visiten?

-No, no se puede hacer ni eso. Me aburro demasiado. Es una depresión absoluta tener que vivir así. La intimidad se pierde y por todos los lados, como usted ve, sólo hay incomodidades.

El único lujo en este hogar lleno de necesidades es que, al contrario de varios en el edificio, sí cuenta con retrete. Los demás vecinos deben acudir a un baño en el pasillo. "Esa inversión la hicimos con el dinero que me sobró de la venta de mi piso en Tetuán", manifiesta Rafaela.

La otra preocupación es que las paredes y las puertas del piso están resquebrajadas. La cerradura es una pieza débil. Gema se queja, iracunda, de la falta de ayuda. "Nadie me pregunta en qué condiciones vivo. Siempre es: ¿cuánto dinero ganas?".

Las vecinas, "estupendas"

El edificio en el que residen Rafaela y Gema es oscuro y está en trámite de rehabilitación o demolición. La mayoría de sus habitantes son inmigrantes que se apretujan en los pisos. El de las dos mujeres es de los más pequeños de todo el inmueble enclenque.

"Aquí te apañas como puedes", dice una vecina de Rafaela y Gema. Según ella, y pese a sus evidentes precariedades, vivir en esa zona también tiene sus ventajas. "Tú sales a la calle y, con sólo suspirar, tienes el metro, el médico, el mercadillo; todo". La mujer reconoce las dificultades que tienen Rafaela y Gema. "Ellas son dos vecinas estupendas, y el problema es más grave porque la chica ya parece que quiere independizarse y, con esa situación, no va a poder hacerlo".

Sobre la estética del piso de Rafaela y Gema, la vecina, que pide encarecidamente que no publiquen su nombre, dice: "La casa la tienen muy bonita. Aunque un poco apretadas, las cosas caben".

En el hogar de esta mujer, que es un "poco más grande", todo tiene un espacio asignado milimétricamente. Cambiar el puesto del televisor puede significar alterar todo un orden diseñado con suficiente antelación. "En estos momentos no hay alquileres de pisos para jóvenes y, lo que es peor, que correspondan con sus necesidades. Todos los precios están por las nubes y el caso de Gema ojalá sirva para que el Ayuntamiento le ofrezca una ayuda en el menor tiempo posible".

La vida en un lugar así, dice la mujer, es tan cercana, en todo el sentido de la palabra, que un cocido o un filete puede ser compartido entre sus mismos residentes. "Todos somos buenos vecinos y nos acostumbramos a lo que tenemos".

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