¿Dónde está el cadáver de El Nani?
La familia de Santiago Corella desconoce, 20 años después de su desaparición, dónde se encuentra su cuerpo
Santiago Corella, El Nani, es un espectro, un muerto sin cadáver, un cadáver sin tumba. "Una cosa tengo clara. Nunca sabremos dónde está el cadáver de mi padre. Los que lo saben no van a hablar en la vida, porque, si lo hacen, volverán a ser juzgados e irán a la cárcel". Así de contundente se muestra Rubén Corella Montero, de 26 años, el hijo menor de El Nani, de cuya desaparición se cumplen hoy 20 años. Estos cuatro lustros no han servido para saber el lugar en que tres policías (dos inspectores y un comisario) ocultaron el cadáver del primer desaparecido de la democracia.
La familia Corella Montero sólo pide tranquilidad y cerrar el capítulo más amargo que les ha tocado vivir. Saben que se hizo justicia, pero sólo parcialmente. De hecho, la principal incógnita queda sin resolver. Pero ya han pasado dos décadas y todos los Corella han rehecho sus vidas, lejos de los pasillos de los tribunales y de las luchas por conseguir que los culpables acabaran culpados.
"Los que saben dónde están los restos de mi padre no van a hablar jamás en la vida"
"Canta, Nani. ¿Dónde está el oro", le gritaba un policía durante los duros interrogatorios
Quienes detuvieron a Corella aseguraron que logró huir en un paraje de Vicálvaro
La historia de esta desaparición comienza el 12 de noviembre de 1983 en el domicilio de Santiago Corella y de su esposa, Soledad Montero, ambos de 29 años, en el madrileño distrito de San Blas. Sobre la una de la tarde irrumpen en su casa, pistola en mano, cinco agentes del Grupo III de la Brigada Provincial de Policía Judicial de Madrid, dedicados a esclarecer atracos a joyerías. En esa actuación también son arrestadas las tres hermanas de El Nani. Éste y el resto de su familia fueron detenidos acusados de haber atracado el 31 de octubre de ese mismo año a punta de pistola la joyería Payber, en la calle de Tribulete, y de haber matado a tiros a su propietario, Pablo Perea Pérez. "Él iba muy tranquilo, hasta sonriente, cuando lo montaron en el coche policial", señaló una vecina durante el posterior juicio.
Pero la realidad que le esperaba a Santiago Corella y a su familia en la Brigada de Policía Judicial, entonces con sede en la Puerta del Sol, era muy distinta y aterradora. El Nani, nacido en enero de 1954 en Auñón (Guadalajara), fue incomunicado tras aplicársele la ley de banda arma (antiterrorista) con autorización expresa del entonces ministro del Interior, José Barrionuevo.
Según se desprendió de la instrucción del sumario, El Nani fue sometido a durísimos interrogatorios. Sus chillidos pudieron oírse en los despachos colindantes, mientras un policía le preguntaba una y otra vez: "Canta, Nani. ¿Dónde está el oro", según declararon sus hermanas.
"Sus gritos los tengo grabados en la cabeza. Es algo que no se me va a olvidar nunca. Siempre pienso en lo que debió sufrir... Quizá sea eso lo que nos movió a poner la denuncia", explicó Consuelo Corella, la hermana que más se movilizó para evitar que el caso cayera en el olvido.
La violencia que sufrió Santiago Corella fue tal que dos policías le tuvieron que llevar arrastrándolo hasta el calabozo. Según declaró su supuesto compinche, Ángel Manzano (también detenido por el supuesto robo a la joyería de la calle de Tribulete), su estado físico era "lamentable": "Iba quejándose y apenas podía andar. Trastabilleaba y simplemente decía ¡ay!". Iba vestido con un mono de mecánico y con las manos esposadas tras la espalda.
La desaparición comienza sobre la una de la madrugada del 13 de noviembre, cuando El Nani fue trasladado a un descampado de Vicálvaro en un coche policial por el comisario responsable del Grupo de Atracos de la Policía Judicial, Francisco Javier Fernández Álvarez; el jefe del Grupo III antiatracos a joyerías, el inspector Victoriano Gutiérrez Lobo, y el también inspector Francisco Aguilar González. Según declararon los policías, El Nani les condujo hasta un escondite donde guardaba una pistola y una escopeta de cañones recortados utilizadas en el atraco a la joyería. A partir de entonces, se suman las incongruencias. Cuando Santiago Corella baja del coche, sigue vestido con el mono de mecánico y con las manos esposadas. Los tres agentes comienzan a inspeccionar la zona, próxima a la calle del Butrón. Y, presuntamente, en un descuido, El Nani empuja a uno de ellos y sale corriendo "por un terreno muy escabroso, sumamente abrupto y sin urbanización alguna". A pesar de haber sido baldado a golpes en comisaría y presentar síntomas evidentes de debilidad, El Nani logra zafarse de sus perseguidores, según los policías. Los nueve grados de temperatura que hacía esa noche tampoco paralizan al detenido.
Los policías no hacen uso de su arma y tampoco salen tras el detenido. Además, extrañamente transmiten por radio su huida tres horas después. La zona se llena de policías de paisano y uniformados, que no logran atrapar al desaparecido. Su fuga fue transmitida por télex a todas las comisarías de España 11 horas más tarde y comunicada a Interpol el 14 de mayo de 1984. ¡Todo un récord en rapidez...!
Hasta aquí, la versión policial, que fue desmontada por la magistral instrucción que hizo el entonces titular del Juzgado número 4 de Madrid, Andrés Martínez Arrieta. Éste recibió la denuncia presentada por la esposa de El Nani, tras salir de la prisión de mujeres de Yeserías, donde estuvo internada dos meses. El tiempo en que tardaron en aparecer los verdaderos autores del atraco y del homicidio de la joyería de la calle de Tribulete.
El magistrado Martínez Arrieta tuvo que luchar contra lo que se denominó mafia policial, que trató de ocultar y poner trabas a una de las investigaciones más difíciles de la transición. Poco a poco fue atando cabos hasta que concluyó el sumario a principios de 1985. La parte más relevante se encuentra a partir del folio 1.358 en un informe del magistrado redactado en 12 folios, cuya principal conclusión rezaba: "El detenido murió en comisaría". "Resulta extraño que un detenido, débil por las lesiones que padecía y adicto a sustancias estupefacientes, se escape de tres funcionarios de policía en un terreno completamente llano", concluía el magistrado.
El calvario judicial comenzó con un auto de la Sala Cuarta de la Audiencia Provincial, de fecha de 16 de abril de 1985, que archivaba el caso. Los magistrados se ratificaron en su decisión tres meses después, lo que suponía el cierre del caso. El giro, sin embargo, lo dio en diciembre de ese mismo año, cuando el joyero santanderino y confidente de la policía Federico Venero tiró de la manta y desenmascaró a la mafia policial del grupo antiatracos a joyerías. Éste declaró que los agentes estaban implicados en la mayoría de los robos que se producían en la época a las joyerías y que se quedaban con gran parte de los botines que recuperaban. Según la versión de Venero, El Nani murió de un infarto en comisaría y fue enterrado en cal viva en un descampado de Vicálvaro.
El juicio contra siete policías (el comisario, los dos inspectores y otros cuatro compañeros de éstos) comenzó en abril de 1988. En él participaron más de 125 testigos, en su mayoría policías. La Guardia Civil buscó el cadáver de Corella en tres pantanos distintos mientras se celebraba el juicio. Primero, en el de Guadalén (Jaén), y después, en Puente Nuevo y en Guadanuño (Córdoba). Estos dos últimos se encuentran cerca de la finca de Campo Alto, en Obejo (Córdoba), perteneciente al aristócrata Jaime Messía Figueroa, biznieto del conde de Romanones.
Messía aseguró a su compinche Luis Miguel Rodríguez Pueyo que recibió la llamada de sus amigos de antiatracos tras la muerte de un infarto de El Nani y que le pidieron ayuda para deshacerse del cadáver. Aquí surge la controversia. El supuesto aristócrata mantuvo que lo tiraron al embalse de Guadalén, pero todo apunta a que fue enterrado en la finca del aristócrata. De hecho, Rodríguez Pueyo mantuvo en su declaración en el juicio que el cadáver lo trasladaron el inspector Victoriano Gutiérrez, El Guti, y otro policía desde la sede policial de la Puerta del Sol al Land Rover de Messía Figueroa.
Tras ser extraditado desde Miami (Estados Unidos), donde estaba huido de la justicia, éste quedó en libertad en 1996 sin cargos. La juez María Tardón -que años después sería concejal de Policía Municipal del Ayuntamiento de Madrid- archivó la acusación contra él por falta de pruebas, pese a existir sospechas de que participó en la desaparición de El Nani.
Un comisario y dos inspectores
La sentencia llegó en agosto de 1988 y con ella el rosario de penas. El comisario Francisco Javier Fernández Álvarez y los inspectores Victoriano Gutiérrez Lobo y Francisco Aguilar González fueron condenados a penas superiores a 29 años por ser autores probados de delitos continuados de falsedad y de detención ilegal con desaparición forzada. Los otros cuatro acusados quedaron libres.
Los dos inspectores consiguieron su libertad definitiva en 1997, tras haber sido expulsados de la policía en 1992. Gutiérrez está trabajando en una empresa privada de seguridad y Francisco Aguilar ejerce como abogado. Comparte de hecho profesión con Francisco Javier Fernández. Éste todavía tiene que ir a dormir a prisión, ya que fue penado a más de cien años por el homicidio de los atracadores José Luis Fernández Corroto, Feliciano Martín y Pablo Pardo. Estos dos últimos fueron acribillados a balazos cuando salían de atracar una joyería del número 16 de la calle de Atocha el 18 de junio de 1984, mientras que Fernández Corroto fue abatido en Móstoles un mes y medio después.
Han pasado 20 años y todavía sigue sin conocerse el paradero del cadáver de El Nani. Pudo terminar enterrado en cal viva en Vicálvaro o devorado por las alimañas de un pantano andaluz. O quién sabe dónde. Sólo la confesión de los autores permitiría esclarecer esta incógnita. Y eso, tal y como reconoce la familia, no parece que se vaya a producir.
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