Comienzo
Los discursos de Luis Landero son siempre brillantes, amenos, bien estructurados, salpicados de ironía y además dan en el clavo, van directos a alguna realidad. Así ocurrió en el encuentro de escritores que tuvo lugar en el Centro Cultural El Monte.
Para examinar la actualidad de la cultura y la literatura, o de muchos otros temas, conviene dar marcha atrás hacia el comienzo: la escuela. Con el fin de conseguir mejores resultados, Luis Landero defiende una formación cultural y literaria desde la escuela y no como entretenimiento -para eso ya tenemos la televisión que entretiene a pequeños y mayores-. Se supone que la escuela sirve para aprender y sólo se aprende a través del esfuerzo.
Ni siquiera se aprende leyendo, que es lo que parece que no hacemos, sino estudiando. Y después se disfruta lo que se sabe. Eso es importante que se aprenda también en la escuela: es un placer divertirse con lo que uno sabe. Además, no hay que buscar diversiones como quien busca la vida, ni siquiera en la televisión, porque el mayor placer, la propia vida, la autoestima, se tiene dentro.
La enseñanza de cualquier materia requiere un profesor preparado para ello, y en literatura es importante, además, que se trate de un buen lector, de los que tienen sus libros preferidos manoseados y escritos en los márgenes y en las páginas vacías.
Ejemplos de ingenio, de soluciones atractivas y sorprendentes hay muchas que, bien leídas y explicadas, no sólo interesarán a los alumnos, sino que los puede mover a leer para encontrarlas o para correr su propia aventura literaria. Si además la lección resulta amena, los alumnos serán lectores seguros, para toda la vida. El propio Landero sabe explicar la trama de una novela a través del cuento de Caperucita Roja, a distinguir sus escenas y, a continuación, leer escenas asombrosas de otras novelas.
Un solo detalle de una novela puede ser la mejor crítica y la mejor difusión de la lectura; pero hay que ser un buen lector para encontrarlo y me da la sensación de que los buenos lectores suelen ser escritores. Comprendo que así contado parece una utopía; pero ¿no podrían los escritores enseñar a los profesores?