Clásicos y modernos
Viejo amigo de la filarmonía madrileña, el Cuarteto Brodski -una vez más, con el simpatiquísimo Paul Cassidy como portavoz-, ha recalado en el Festival de Otoño, dejando por una vez escenarios más tradicionales. Quizá su presencia en una programación que se quiere distinta sea la razón por la que estos cuatro ingleses -casa fundada en 1972- han elaborado para Madrid un par de sesiones que combinaban el gran repertorio con las novedades, cosa que debieran haber advertido los organizadores para así darles a los asistentes siquiera unas líneas sobre las obras que iban a ser escuchadas por vez primera. Las dos del primer día fueron el Cuarteto, de Django Bates (Leeds, 1961), y Reflejos de la noche, de Mario Lavista (México, 1943). Bates ha sido uno de los niños terribles de la música de los últimos años; juguetón y brillante, se ha metido en el rock, el jazz y, ahora, diríamos, también en el clásico, con la soltura del que parece andar más que sobrado. Su Cuarteto (2002) es una deconstrucción o una paráfrasis -o las dos cosas a la vez- de un tema clásico que expone tal cual y luego desmonta con la tranquilidad de un niño ante un mecano al que igual al final le sobran piezas. El resultado es fresco, divertido, nada irritante y su huella no permanece demasiado. Será cosa de los tiempos que Bates ayuda a hacer como son. Reflejos de la noche (1984) son palabras mayores al lado del inglés y de muchos. El lavista, discípulo de Chávez, Rodolfo Halffter, Henry Pousseur y Karlheinz Stockhausen, uno de los compositores americanos más importantes del presente, se muestra en toda la multiplicidad de sus influencias y sus intereses. Su propuesta es un hálito sonoro que crece implacable, una tensión que hay que mantener y que parece interesar tanto al lado físico como mental del intérprete para que llegue en perfectas condiciones al oyente. Pocas veces tiene más sentido tocar de pie como lo hace el Brodski y, aunque parezca accesorio, utilizar con criterio la iluminación para que nada distraiga de tan sabio como emocionante proceso.
Cuarteto Brodski
Obras de Lavista, Bates, Barber y Bartók. Teatro Albéniz. Madrid, 8 de noviembre.
La parte más clásica del programa la integraron el Cuarteto op. 11, de Barber, y el Sexto, de Bartók. Imposible encontrar dos obras más alejadas en su forma de llegar a una propuesta común, que tiene mucho que ver con el aislamiento, con la introversión. El Cuarteto Brodski respondió al hermoso programa con su calidad ya sabida. Único lunar, una cierta pérdida de afinación al final del Adagio de la obra de Barber, pero eso no es nada. Por si hubiéramos tenido poco con tanta música y tan bien hecha, nos regalaron unas preciosas Variaciones sobre un tema de Beethoven, de Dave Brubeck.
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