Fábula
En el año 1011 de la hégira musulmana, había en el Cairo un príncipe que buscaba un tesoro aunque ignoraba su naturaleza y el imán de la mezquita de Ibn Tulun le dijo que viajara a Alejandría y allí un mensajero saldría a su encuentro para revelarle el lugar exacto donde ese tesoro se encontraba. El príncipe cabalgó al galope hacia Alejandría en su caballo y al entrar en la ciudad se le acercó un mendigo en medio de la multitud harapienta y le entregó un pergamino lacrado que contenía un plano minucioso. El príncipe lo abrió y el propio mendigo le ayudó a interpretarlo. Le reveló que aquellos trazos obsesivos y los signos escritos al margen indicaban un mandato: debía volver al Cairo porque el tesoro se hallaba en las dependencias privadas de su propio palacio. Después de cruzar de nuevo el delta del Nilo, unido a una caravana de mercaderes, el príncipe llegó a palacio y en su aposento más intimo le estaba esperando una mujer bellísima sentada en el borde del lecho. Este cuento oriental acaba de realizarse ahora en el dorado otoño de la España de 2003. Después de pasearse durante años por la granja donde se crían las infantas rubias de Europa y de perderse en el azar espermático de las discotecas entre modelos y vástagos de la oligarquía financiera que matan marranos los fines de semana, el príncipe Felipe sintió que una fuerza misteriosa le obligaba a abandonar ese laberinto. Al pie de una oscura barra una voz sin nombre le había dicho que volviera a palacio porque el telediario de las nueve iba a dar una gran noticia. En la pantalla apareció el rostro de la mujer con la que siempre había soñado. La noticia era el rostro de Letizia sin más. Pero la televisión es tan democrática como la muerte que a todos nos iguala. En ese mismo instante el rostro de aquella chica también estaba en todas las chabolas de los suburbios, en las casas de todos los pueblos y ciudades, y pertenecía a los sueños de millones de personas, de los cuales el príncipe debía rescatarlo. El periodismo nació en los muelles de Alejandría. En su inicio fue el relato de las especias y perfumes que traían los barcos junto con las noticias de catástrofes de otros lugares, que a su vez no podían separarse de los cuentos orientales que habían oído los marineros. El príncipe Felipe salió en busca de la periodista Leticia Ortiz fuera de la pantalla y cuando la encontró en una fiesta de noche en la ciudad, ella le contó una de aquellas fábulas de Alejandría. Había un príncipe que buscaba un tesoro.., le dijo Letizia.
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