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Reportaje:

Solteros, una nueva clase social

Los cinco millones de no casados son el grupo más consumidor del mercado de lujo

Soledad Alcaide

Dice Gonzalo Cerezo, sociólogo de la empresa de investigación de mercados Synovate, que los solteros son los consumidores españoles más caprichosos, los que más compran por impulso, y que gastan mucho dinero en lo que se llama mercado de lujo: moda, decoración, ocio, viajes y productos tecnológicos como telefonía, ordenadores o televisores.

Dice también que viven en las grandes ciudades, tienen estudios universitarios y superiores que los distancian de la media de la población y su perfil es de una clase social alta, "lo que los hace interesantes en el marketing". Son los que el mercado empresarial ha venido a denominar singles, personas sin responsabilidades familiares que, generalmente, viven solas y cuyo estatus económico y cultural es superior a la media. Aunque todavía no son un grupo mayoritario -el Estudio General de Medios (EGM) indica que representan el 6,7% de la población y un 18% de los hogares-, es uno de los que más ha crecido.

"Se entablan relaciones sin visión de continuidad y no para formar familias como antes"
"Vivir sola no es estar sola. Es un lujo, y en las grandes ciudades, aún más"

En España hay ya casi tres millones de hogares unipersonales, según el censo de 2001, una cifra que triplica lo que sucedía hace 20 años. Pero jóvenes solteros hay muchos más: unos cinco millones de personas entre los 25 y los 49 años, según el Instituto Nacional de Estadística. Por eso, la proyección que hacen los sociólogos consultados es que en un futuro próximo las cifras de personas que viven solas aumentarán hasta alcanzar al menos un tercio de los hogares totales, como ocurre en Europa. "La tendencia es que vaya a más, como ya sucede en otros países europeos como, por ejemplo, Holanda, donde la cifra de hogares unipersonales es muy alta", apunta Cerezo. Las estadísticas que recoge el Eurostat indican que en ese país los hogares unipersonales son más de un tercio de los 6.863.000 hogares que hay.

El número de hogares con una persona son un indicador de progreso, ya que ofrecen el nivel de independencia económica y emocional de las personas. Por eso se considera que las naciones más avanzadas son aquellas con una proporción mayor de ciudadanos que viven solos, según la teoría del profesor de Sociología de la Universidad Autónoma de Barcelona, Lluís Flaquer, experto en políticas familiares.

Si España todavía no se ha equiparado al resto de Europa es por el retraso en la emancipación de los jóvenes. Y, sin embargo, como consumidores, esos solteros que permanecen en el hogar familiar tienen el mismo valor, porque al tener las necesidades básicas cubiertas, tienen más poder adquisitivo.

Amelia Martínez, de 33 años, es un ejemplo de la nueva forma de vivir la soltería. Por razones profesionales tuvo que cambiar hace año y medio su ciudad, Madrid, por Barcelona. Puesto que su familia no vive allí, su ocio lo dedica a los amigos, suele comer fuera de casa y vuela a Madrid con frecuencia. No es raro que cada semana compre libros o discos y gasta mucho dinero en ropa. Pero se plantea si es pionera de una nueva forma de vida o víctima de una sociedad agrupada por parejas.

El catedrático de Sociología y director del departamento de Ciencias Sociales de la Universidad Rey Juan Carlos, Octavio Uña, sostiene que es una nueva forma de ser. "España ha vivido siglos en pocos años y eso tiene efectos varios. Uno de ellos en la vivencia de la pareja de una forma distinta. La gente joven vive el tiempo presente, de una forma muy diferente a las generaciones anteriores", explica. En su opinión, una sociedad de consumo tan intensa no quiere hablar de futuro ni de ahorro y, por lo tanto, entabla relaciones sin visión de continuidad y no para formar familias, como antes. "Pero no tiene mayor explicación teórica. No es que un grupo haya decidido ser soltero por dogma, sino que están en otra instalación".

"El estado natural en la sociedad es el matrimonio, a la soltería se llega por diversas variables: por fracasos o porque las personas solteras tienen un grado de complejidad o de exigencia mayores", explica Fernando Rodrigo, valenciano de 46 años que vive solo desde hace 12. Asegura que, a medida que pasa el tiempo, y las opciones y hábitos se van consolidando, llega un momento en que aparece un cierto "goce de la soledad" y se olvidan las connotaciones negativas. Él no se siente víctima de su soltería. "Claro que como la sociedad está organizada para la pareja. Si vas a una celebración social, o a una boda, o voy con pareja o me puedo llegar a sentir un bicho raro", añade.

"Vivir sola no es estar sola", explica Montse Morlans, auditora de 48 años. "Tienes un círculo de gente, el teléfono suena, hay fiestas, hay un eco... Pero es un lujo y en las ciudades grandes, más", dice. Y sostiene que la gente cambia más deprisa que los servicios que deben cubrir sus nuevos hábitos: "Todo está montado para que en casa haya siempre alguien y no se entiende que tengas un trabajo y no haya nadie para atender al señor lampista. Todavía hay muchas cosas que no responden a esto".

En el campo, sólo hombres

Mientras ser soltero en un ámbito urbano tiene todavía hoy tintes donjuanescos y de libertad, que hace a quienes tienen pareja envidiar su situación, en algunas zonas rurales, donde la soltería afecta especialmente a los hombres, supone todo lo contrario, porque condena a la soledad, sobre todo en la vejez. Cada vez es mayor el número de hombres sin pareja en los municipios más pequeños. Hasta el punto de que puede llegar a ser un serio problema demográfico, porque ha desacelerado el crecimiento en esas zonas.

La proporción media entre hombres y mujeres en las zonas rurales y semirrurales llega a 11 hombres por cada 10 mujeres en el segmento de edad de entre 15 y 44 años, según cifras del Ministerio de Agricultura. La diferencia es de 105 hombres por cada 100 mujeres en los pueblos de menos de 2.000 habitantes, mientras que sube hasta los 114 hombres por cada 100 mujeres en los de menos de 1.000. "Se llega incluso a extremos en los que la diferencia es de 145 por cada 100 mujeres", apunta Roberto Sancho, sociólogo rural del Ministerio.

La desaparición de las mujeres del campo ha sido creciente desde los años setenta por diversos factores, según apunta. "En primer lugar estaría la pérdida de funciones, ya que la modernización del mundo rural sustituye el papel de la mujer en el modelo de producción doméstica y, además, ha ido decreciendo la anterior estructura de ayuda familiar, porque ahora la tendencia es al trabajo asalariado", explica. La mujer o se ocupa en un empleo fuera del hogar o tiene que emigrar.

"Y se hace de una forma anómala, porque deja el campo con unos desequilibrios poblacionales de efectos dañinos", explica Sancho.

Además, existe un factor cultural, que es el del grado de desarraigo en la mujer. Es decir, el aprecio que tiene al medio rural, que motiva su marcha al urbano. Roberto Sancho señala que en 1985 este aprecio del mundo rural -indicador del desarraigo- equivalía al 81%. Ahora es del 67%. "Por otro lado, a medida que el pueblo está más urbanizado, la valoración del medio rural es más alta. Esto indica que, además del salario y la forma de ganarse la vida, se está valorando también las condiciones y el equipamiento de la zona", añade.

El indicador muestra el análisis que hace la mujer sobre el medio rural, donde pesan las dificultades para encontrar equipamiento, para hacer la compra, y que se agrava cuando hay un elemento de comparación que suele darse a través de los medios de comparación. "Justifica una tendencia a no aceptar el entorno desde el punto de vista salarial y cultural y, por otro lado, la propensión es a que la mujer piense: '¿Cómo me voy a casar con un agricultor? ¿Para vivir en el campo sin comodidades?", explica Sancho, quien añade que, según los mismos datos, tampoco los padres se plantean la permanencia en el campo de ninguno de sus hijos.

Los estudios realizados por el Ministerio de Agricultura indican que en la actualidad la región con un indicador de desarraigo mayor es la cuenca del Duero que, en algunos casos, rebasa el 50%. Esto coincide, según Sancho, con la región donde hay un mayor número de municipios rurales y donde hay menor nivel de equipamiento. Por otro lado, las zonas con el indicador de desarraigo menor son Levante y la cuenca del Ebro, donde se sitúa por debajo del 30%.

La consecuencia más grave de la falta de mujeres es la desaparición de los niños. Pero también afecta a los ayuntamientos, porque si se quedan sin gente, pierden autonomía.

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Sobre la firma

Soledad Alcaide
Defensora del Lector. Antes fue jefa de sección de Reportajes y Madrid (2021-2022), de Redes Sociales y Newsletters (2018-2021) y subdirectora de la Escuela de Periodismo UAM-EL PAÍS (2014-2018). Es licenciada en Derecho por la UAM y tiene un máster de Periodismo UAM-EL PAÍS y otro de Transformación Digital de ISDI Digital Talent. 

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