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Waterboys rescata en el Womad la esencia de las bandas de rock

Existían dudas sobre la formación que Waterboys presentaría en el Womad. Unas horas después de su actuación, la única preocupación de los organizadores es a quién contratar los próximos nueve años para alcanzar el listón del mejor Mike Scott de todos los tiempos. Nadie preguntará más por Peter Gabriel, el eterno incumplidor. Con una estética cercana al incendiario Jim Morrison, Scott se acompañó de una contundente base rítmica (Carlos Hércules a la batería y un jovencísimo pero experimentado Steve Walters al bajo) y de sus dos legendarias sombras: el violinista Steve Wickham y Richard Naiff al órgano, piano y flauta.

Contra la lluvia y la niebla luchó, primero, el ex Teclados Fritos y Besos Rabiosos José María Suárez y les ganó la partida. La noche quedó despejada para recordar a James Brown y todo el catálogo soul de la Tambla, que ejecutaron con fidelidad los siete músicos de The Suspects Soul ´n´Rhythm Revue. Cara Dillon lanzó La canción del emigrante en el mismo parque donde llegaron a concentrarse casi 500 subsaharianos, antes de que el anterior alcalde (del Partido Popular) les enviara a la Península sólo con billete de ida. Frágil en el escenario, tan melancólica y blanca como sus letras, la estrella de folk sedujo a un público respetuoso.

Y llegaron los Waterboys paseando por las viejas y ruidosas tabernas escocesas, rememorando la cándida campiña californiana y rescatando druidas celtas hasta acallar la lluvia y abrir el cielo tanto como las mentes de casi 100.000 personas. Scott fue a ratos Dylan, a ratos los Who; primero Van Morrison, luego los Purple. Fue la Velvet, Reed y los Doors. Al final, él mismo, desde la época del Fisherman's Blues hasta el reciente Universal Hall. No hubo descanso. Doce impactos contra el desaliento, para recuperar la confianza en los grandes del rock, desde el orgasmo colectivo que provocó con una memorable ejecución instrumental en The pain within hasta el final predecible de The whole of the moon con él al piano. Si el rock depende de Scott, con 22 años de discos y escenarios a sus espaldas, tendrá garantizada la larga vida que otros muchos de su generación se habían encargado de recortar.

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