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ESPUMAS Y AIRES | ELECCIONES EN CATALUÑA
Columna
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Por la cara

¿Cuenta mucho la imaginación a la hora del voto? Nadie puede medirlo, pero es evidente que se confía en ello cuando la imagen es política. Y ¿qué imagen hay más directa y, a la vez, más opaca, que la cara? No es casual que las miles de banderolas que invaden Cataluña, aparte de tener el tamaño idóneo para ello, enfaticen los rostros de los candidatos. Caras: ¿espejo del alma y del programa político?

Lo seguro es que la gran masa de gente que sólo se informa con imágenes -más de los que sospechamos- votará por la cara. La cara más simpática, más próxima o que inspire más confianza. Fue el caso de Adolfo Suárez. "¡Guapo!", le gritaban por la calle. Su cara rompió con años de bigotillos recortados, calvas solemnes, mofletes caídos y políticas rancias. El moderno Suárez marcó época y ha llegado hasta hoy. La cara que más se le parece es la de Artur Mas, no la de Josep Piqué.

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Miro las caras: veo en Mas y Piqué una media sonrisa de foto, voluntariosa pero disecada. Joan Saura sonríe menos. Josep Lluís Carod lo hace complacido y contenido como si, bajo el bigote, se sonriera a sí mismo y al cómplice que le mira. Sólo Pasqual Maragall sonríe abiertamente y enseña dientes, ¡menos mal que, por la calle, hay un candidato con dientes! (Mas los enseña en otros carteles: hay muchos Mas).

Salvo Saura y Maragall, vemos caras sin peinados, pero el dibujo de Carod no disimula su calva. Todos los ojos nos miran directamente y nos lo confirman: están ahí por nosotros, pretenden instalarse en nuestro cerebro. Esas caras son fruto de sesudas sesiones de expertos. Todas nos piden, unas con más convicción que otras, confianza. Todas se parecen y todas son distintas. Como los que las miramos. La que más nos afecte podría decidir bastantes votos. Al fin, votaremos caras: no hay, pues, que olvidar las gafas.

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