Ópera bufa del Deportivo
El conjunto coruñés muestra la imagen más esperpéntica que se recuerda y recibe ocho goles en Mónaco
A Murphy no se le ve ni se le siente, pero su acechanza no conoce descanso. En el momento en que menos se le espera, cuando nadie ha conjurado su nombre y algunos hasta dudan de su existencia, Murphy aparece de improviso para dictar su ley fatal, esa que condena a la tostada a caer siempre por el lado de la mantequilla. Murphy está en todas partes y en ninguna. Incluso en un sitio tan anodino y circunspecto como el Principado de Mónaco. Allí, en el estadio menos intimidante que se pueda concebir, ante un público contagiado de la indiferencia aristocrática del lugar, el Deportivo se convirtió en una presa indefensa para el cruel Murphy.
Y lo que podía salir mal salió peor hasta alcanzar el grado del esperpento. El Deportivo batió todas sus marcas negativas y pasó por Mónaco como si se tratase de esa vulgar carne de cañón que recorre los torneos europeos. Cualquier dato resulta bochornoso para el conjunto de Javier Irureta, que encajó cinco goles en la primera parte y que consintió que el Mónaco lograse la asombrosa hazaña de convertir sus siete primeros disparos por dentro de la portería.
MÓNACO 8 - DEPORTIVO 3
Mónaco: Roma; Givet, Squillaci, Rodríguez, Evra (Ibarra, M. 82); Giuly, Bernardi, Rothen, Plasil (Zykos, m. 68); Prso y Cissé.
Deportivo: Molina (Munúa, m. 46); Manuel Pablo (Munitis, m. 46), Andrade, Naybet, Romero; Mauro Silva, Sergio (Pandiani, m. 63); Scaloni, Valerón, Amavisca; y Tristán.
Goles: 1-0. M. 2. Rothen marca con la derecha tras un rechace. 2-0. M. 11. Giuly se escapa en solitario, regatea a Molina y empuja a puerta vacía. 3-0. M. 26. Córner que cabecea Prso desde el área pequeña. 4-0 M. 28. Tras varios rechaces en el área, Prso cabecea en el segundo palo. 4-1. M. 38. Tristán controla y marca con la zurda, por bajo a la media vuelta. 4-2. M. 44. Scaloni, desde cerca, tras un rechace del portero a disparo de Amavisca. 5-2. M. 45. Prso, tras jugada personal de Giuly. 6-2. M. 47. Munúa despeja con la cabeza al borde del área, el balón queda suelto y Plasil bombea desde lejos. 7-2. M. 49. Prso fusila desde el punto de penalti. 7-3. M. 52. Jugada personal de Tristán, que tras irse de varios contrarios eleva la pelota por encima del portero. 8-3. M. 68. Cissé, con la zurda desde fuera del área.
Árbitro: Terje Hauge (Noruega). Amonestó a Zykos, Scaloni, Pandiani y Amavisca.
Unos 17.000 espectadores en el estadio Louis II de Mónaco.
Un espectáculo grotesco, de proporciones tan descabelladas que hasta deparó una imagen inenarrable. El público más frío de la galaxia se desató haciendo la ola, y ni el príncipe Alberto de Mónaco pudo sustraerse a esa manifestación de euforia.
La realidad es a veces más inverosímil que el mayor de los delirios de la imaginación. Nadie puede acreditar que el Deportivo que compareció en Mónaco sea el mismo equipo que ganó no hace tanto tiempo en Múnich, en Manchester o en Milán, el mismo conjunto que pasa por uno de los mejores de la Liga española. No, aquella piltrafa descuartizada en el Louis II de Mónaco, un estadio tan pretencioso y artificial como una atracción de Las Vegas, no podía ser el Deportivo. Tal vez se tratase de un conjunto chipriota, maltés o andorrano, un representante de algún reino de opereta acorde con el extraño escenario del encuentro. Porque si aquel fuese el mismo Depor que hasta hace cuatro días encabezaba el campeonato español, la realidad resultaría demasiado espeluznante.
Lo de anoche en Mónaco no fue un partido de fútbol, sino una ópera bufa. Si el Deportivo había sembrado alguna certeza en su solvente inicio de temporada, todas quedaron derrumbadas por los cálidos aires de la Costa Azul. Se suponía, entre otras cosas, que el Depor había mejorado muy ostensiblemente su eficacia defensiva y que sabía achicar terreno de su zaga hacia delante como muy pocos equipos. Pero quizá todo lo que se había visto hasta anoche fuese una simple alucinación colectiva. Porque el desastre se fraguó precisamente en la defensa y en su pretendida capacidad para ahogar al contrario lejos de su portería.
El Depor puso en práctica una versión muy particular de la teoría del caos, que advierte de la posibilidad de que el más nimio suceso desate el mayor de los cataclismos. El detonante, en este caso, fue Manuel Pablo, quien en el segundo minuto de partido hizo una cesión sin sentido hacia atrás, convertida en una asistencia de gol para Rothen. A partir de ese momento, el choque se transformó en el reino del caos. La defensa del Depor se lo tragó todo: los pases al territorio despejado a su espalda, los cabezazos, los rechaces...
El balón más manso al interior del área era un anuncio de gol. A la media hora, el Deportivo ya estaba humillado, con un 4-0 en contra. Y los siete primeros remates del Mónaco acabaron en la red. Un disparate impensable. Una bufonada que hizo añicos la imagen que costosamente el Depor se había esculpido en Europa durante cuatro años y ante rivales de más envergadura que este Mónaco que tuvo como estrella a un tal Murphy.
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