Voraz China
El desafiante rostro de China manifiesta cada día un gesto diferente en su proyección internacional. Se trate de obras hidráulicas ciclópeas como la presa de las Tres Gargantas, que Pekín acaba de colocar en Bolsa, de la puesta en órbita de su primer astronauta -ayer mismo se lanzaba desde Jiuquan un nuevo satélite científico- o de la revolución automovilística en marcha, quizá la más espectacular manifestación de las zancadas del gigante asiático hacia la plena industrialización. China supera ya en vehículos construidos anualmente a una potencia regional como Corea del Sur.
La última manifestación de este empuje económico, que un reciente informe australiano quiere ver más como una oportunidad que una amenaza para otras economías mundiales, es el anuncio de que el más potente fabricante chino de televisores, TCL, planea fusionarse con la francesa Thomson para alumbrar el mayor productor del planeta en TV y DVD. Se trata de un patrón que se repite en Europa, por el cual empresas en dificultades -antes Vivendi o British Tobacco- se integran en un rival más poderoso a cambio de posiciones minoritarias. El acuerdo es una bendición para los apuros de Thomson, que a cambio de su tecnología y reconocimiento de marca conseguirá una base manufacturera en China con una proyección multiplicada y salarios abismalmente por debajo de los europeos. TCL, poco conocida fuera de Asia, se viene mostrando muy activa en la compra de firmas europeas del sector en dificultades.
China es ya el primer fabricante mundial en productos que van desde los juguetes a determinada electrónica masiva, pasando por el mobiliario doméstico, aunque le falte competitividad internacional en sectores punta por problemas de calidad de materias primas y equipamiento de sus factorías. Su avasallador crecimiento económico, posible en un marco político tan inflexible como incierto, se sustenta básicamente en salarios bajísimos -lo que excita una riada de traslados de grandes firmas mundiales - y una política agresiva de préstamos por parte de los bancos estatales.
Éste es su talón de Aquiles, porque muchos de esos préstamos nunca son devueltos y China acumula una factura de fallidos parecida a la japonesa en una economía siete veces inferior. Pero si el singular modelo comunista-capitalista permite mantener durante algunos años más sus tasas de crecimiento actuales -impensables en Occidente por infladas que estén-, el coloso asiático está llamado ineluctablemente a convertirse en una potente dinamo de la economía mundial.
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