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Crítica:FESTIVAL DE OTOÑO | 'Tulips'
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Niños viejos con frágiles recuerdos

En realidad, Mats Ek recibe la inspiración para esto de trabajar con "la tercera edad de la danza" de su propia madre, Birgit Cullberg (creadora del ballet homónimo), que se mantuvo sobre la escena hasta casi el final de su larga vida y para la que su propio hijo creó un papel, ya anciana, en Soweto (1977) y un conmovedor solo que existe en vídeo. El Nederlands Dans Theater, liderado por el checo Jiri Kilian, es el que ha llevado más lejos esta idea, y es el sueco Ek, con su especial sensibilidad, probablemente el más adecuado para esta experiencia, que tiene en cuenta algunos factores sociológicos de la llamada sociedad del bienestar como el envejecimiento de la población y el cierto revisionismo y revivals del pasado reciente que trajo consigo el posmodernismo.

Nederlands Dans Theater III

Tulips (Tulipanes). Coreografía y dirección: Mats Ek. Intérpretes: Sabine Kupferberg, Ana Laguna, Yvan Auzeley, Niklas Ek y Egon Madsen. Escenografía y vestuario: Peder Freij. Luces: Göran Westrup. Festival de Otoño. Teatro Albéniz, Madrid. 30 de octubre.

Tulips es directamente shakespeariana y recrea a su manera El sueño de una noche de verano y fragmentos de otras piezas como La tempestad o Cimbelino, donde el conflicto moral se vuelve sentimental, y viceversa: hay un accidente de fantasía heroica donde estos niños viejos retocan obsesivamente realidad y sueño; la madre, la umbilicalidad, las ilusiones idas, la deuda moral que les dejó a los suecos la eugenesia, el deseo como un ansioso negativo y el abandono en varias formas tan crueles como posibles son los débiles hilos argumentales de los que tira Ek para llevar a sus actores-bailarines a ese viaje a la nada.

Soberbios

La música (que va de Part a Barber) facilita unas danzas a veces líricas y otras compulsivamente crueles. Todos los artistas están soberbios: Niklas con su halo de orfandad, Egon con su humor teutón, Sabine con su distancia, Yvan con su candorosa respiración casi infantil y Ana con su capacidad catalizadora.

Ana Laguna es una rara princesa de la escena. Poco se sabe aquí de su trabajo como actriz (ha llegado a interpretar -en sueco- teatro de texto en el Dramatem de Estocolmo, lo que es algo más que poner una pica en Flandes); de su acusada personalidad han salido los caracteres de la Giselle, la Carmen y el Cisne creados por Ek. Y a ello hay que sumar su prodigioso físico, que ha encumbrado un modelo de bailarina fuerte, disciplinada y con dotes histriónicas. Hay escenas inolvidables: el comienzo quijotesco, el solo de Ana, la nana de Sabine... un elocuente, profundo teatro de danza.

La compañía NDT3 deja en el Albéniz un recuerdo emocionado, de honesta entrega. Lo más importante que deja ahora esta obra nueva es la sensación de que todos somos ya "viejitos" y que además "todos estamos resistentemente muertos"; el recuerdo, los recuerdos, tanto íntimos como compartidos, son solamente un sutil, fragilísimo esqueleto de cristal en el que sostenemos el deseo irrefrenable de vivir. La reacción del público fue muy variada: se levantó gente durante el primer acto (que duraba más de una hora) y en el intermedio el patio de butacas se quedó en menos de la mitad. Pero los que se quedaron vibraron hasta el final, y así aplaudieron.

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