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Crítica:EL LIBRO DE LA SEMANA
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Una buena noticia

Importa que se enteren los más posibles, porque se trata de una buena noticia. La editorial Lumen se ha resuelto a crear una Biblioteca Iris Murdoch en la que tiene previsto ir publicando las obras más destacadas de esta autora.

Ya iba siendo hora, pues hace al menos quince años que aquí en España las obras de Murdoch, editadas en su día con profusión, desaparecieron casi por completo de las librerías, quedándose unas cuantas por traducir. Que aparezca por fin un editor dispuesto a recuperarlas constituye, de entrada, una excelente noticia. Pero no conviene fiarse demasiado de la constancia de los editores, ya se sabe. Así que estas líneas reclaman la complicidad de un puñado de lectores que contribuyan a sostener con su perseverancia la continuidad de la biblioteca. Con ello se aseguraría, para beneficio de todos, la conveniente circulación de algunas de las novelas más divertidas y edificantes que el lector pueda disfrutar.

LA NEGRA NOCHE

Iris Murdoch

Traducción de Laura Martín de Dios

Lumen. Barcelona, 2003

704 páginas. 25 euros

Sin renunciar nunca a sus característicos aires de alta comedia, Murdoch traza una atormentada reflexión en torno al sentido de la justicia

Presenta la Biblioteca Iris Murdoch el escritor más pintiparado para ello: Álvaro Pombo. De hecho, la veneración que, desde hace mucho, profesa Pombo por Murdoch es un argumento de peso para iniciarse en la lectura de esta autora. Pombo es, no cabe duda, el más murdochiano de los escritores en lengua española, y en sus novelas se percibe muy claramente no tanto el influjo como la familiaridad -él mismo emplea este término- que lo une a aquélla.

Cabría decir de Pombo lo que él mismo dice de Murdoch: que leerla supone "entrar en contacto con un mundo intelectual de preocupaciones teóricas y prácticas, narrativas y éticas, que resulta extraordinariamente seductor". Y es notable cómo en ambos autores se abre paso una inquietud que no cabe calificar de otro modo que de religiosa, y que los invita a sondear el impulso a la santidad como vía de conocimiento, de reconciliación entre el individuo aislado y el mundo, de felicidad.

La negra noche (título que en español sustituye al original The Green Knight -el caballero verde-, de opacas resonancias fuera del Reino Unido, pues alude a un viejo poema artúrico) es la penúltima novela de Iris Murdoch, aparecida en 1993. No ha sido una gran idea la de inaugurar la Biblioteca Iris Murdoch con esta novela tardía, que queda lejos de contarse entre las mejores de la escritora. Quien no haya leído todavía a Murdoch hará bien si, tras procurarse el libro, espera un poco y aguarda la publicación, al parecer inminente, de El sueño de Bruno (1968) o de El mar, el mar (1978). Cualquiera de estos dos títulos hubiera servido bastante mejor que La negra noche para sembrar la adicción por su autora. Si bien es cierto que, a diferencia de éstos, La negra noche todavía no había sido traducida al español, y en este sentido supone una mayor novedad para el ya conocedor. Fuera de eso, se trata, inevitablemente casi, de una novela entretenidísima y sin duda encantadora, en la que si, por un lado, sólo tangencialmente comparece el asunto central en la obra entera de Murdoch -la radiante experiencia del enamoramiento-, sin embargo sí lucen con admirable maestría algunas de sus grandes cualidades.

Algo escandalosamente, cabría sugerir que La negra noche trata de la irrupción de lo angélico. De cómo la inesperada aparición de ciertas personas tiene la cualidad de obrar, en determinadas situaciones, algo así como un "milagro", precipitando energías y decisiones que permanecían hasta entonces latentes o simplemente irresueltas. De Peter Mir, el extraño personaje que con su aparición trastorna el círculo de excéntricas personalidades que orbitan alrededor del hogar de Louise Anderson y sus tres hermosas hijas adolescentes, se dice en un momento dado que actuó como un "ángel bueno". Y retrospectivamente piensan unos y otros que su paso por sus vidas no fue del todo real: que fue como un intruso, "como si algo grandioso y extraño hubiera crecido dentro de nosotros"...

Lo que La negra noche cuenta

es, propiamente, la súbita "clarificación" que ese personaje obra en la vida rutinaria de las Anderson y su círculo. Si bien lo hace a la manera siempre rocambolesca de Murdoch, que una vez más violenta atrevidamente las reglas de la verosimilitud para, sin renunciar nunca a sus característicos aires de alta comedia (Murdoch semeja a menudo una especie de Frank Capra literario), trazar de paso una atormentada reflexión en torno al sentido de la justicia, la necesidad del castigo y de la venganza (Peter Mir entra en escena como una suerte de ángel justiciero, que blande su espada sobre la maligna inteligencia de Lucas Graffe), y cómo a ello se enfrenta el poder redentor de la misericordia.

Padece La negra noche -debe decirse- de una suerte de hipertrofia derivada de la casi incontrolada tendencia de Murdoch a generar tramas dobles, triples y hasta quíntuples, complicadas encima por la constante proliferación de personajes. En demasiadas ocasiones siente el lector el efecto agotador de estar asistiendo -por decirlo con palabras del propio texto- a "una escena con demasiados figurantes", lo cual obliga al narrador a prolijas acotaciones.

Pese a ello, la novela nunca desfallece del todo, animada siempre por el vibrante trazo de los caracteres, por la chispeante viveza de sus diálogos. Todos sus personajes, por lo demás, son memorables (en las novelas de Murdoch apenas hay personajes secundarios), y sobrevuela por encima de ellos la indulgente omnisciencia de un narrador dotado de un instinto certerísimo, rico en detalles como el siguiente, con el que concluye el encontronazo amoroso de dos adolescentes embriagados de pronto por la súbita revelación de su mutua atracción. Al despedirse, con el corazón latiéndole a golpes y sintiéndose el centro del mundo, el chico mira, antes de ponérselo, su propio abrigo, colgado en el vestíbulo. Y puntualiza en ese momento la voz narradora, como haciéndose cargo de una comprensible extrañeza: "Era como si el abrigo no lo supiera".

Con la hondura que continuamente asoma en las triviales zozobras que afligen a los personajes ("¿cómo aparece la maldad en la vida de una persona?", se pregunta la pequeña Moy), con su desinhibida forma de armar sus novelas conforme a principios teatrales (esa manera de hacer intervenir la casualidad como elemento crucial del relato), con su inteligencia afiladísima y su insaciable pasión moral, Murdoch ha construido, a lo largo de 26 novelas, un originalísimo mundo novelístico de una interminable seducción. Es cierto que, como observara Harold Bloom, su propio abigarramiento hace difícil aislar en el recuerdo una cualquiera de esas novelas, pobladas por una recurrente tipología de personajes que se enredan una y otra vez en parecidas situaciones, de las que sin embargo no cesan de extraerse lecciones nuevas. Es precisamente por esto que resulta especialmente adecuada, en su caso, el tipo de lectura a que invita una biblioteca como la que ahora se inaugura, en la que el valor singular y emblemático de la gran obra maestra, tan a menudo intimidante, se dispersa en una secuencia amenísima de lecturas amables, absolutamente amables, que encadenan al lector en el hábito y el placer de retomarlas.

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