Vivo, brutal, estremecedor retrato del rostro oculto de una niña afgana
Destacan en Las voces de la noche, tercer filme español en concurso en esta 48ª Seminci, una interpretación coral excelente y nuevos e irrefutables indicios de que se afianza el singular y elegante estilo del director español Salvador García Ruiz. Con anterioridad, entró en competición una aparatosa película australiana dirigida por Rolf de Heer, siempre hábil y a veces buen cineasta, que en El proyecto de Alexandra se deja arrastrar demasiado por su inclinación al tremendismo y la truculencia y monta un tinglado escénico que tiene algo de mecano, de juego cruel, violento y sanguinario, un artificio ingenioso y de alta precisión, pero sin alma o, con un giro endurecedor, desalmado.
Llegó también Las invasiones bárbaras, una película canadiense noble, aunque lastrada por dos pequeños inconvenientes. Por un lado, ser prolongación de la célebre El declive del imperio americano, que dio la vuelta al mundo en los años ochenta; y, por otro lado, proceder de un guión que su director, Denys Arcand, ha necesitado muchos años para redondear, lo que le da un exceso de pulimento que le hace ser demasiado visible en la pantalla.
Esto ocurre sobre todo en el arranque, donde abundan réplicas de laboratorio intelectual, algunas con destellos de rebuscadas. Pero en la zona final, el filme inicia un sereno e inteligente vuelo trágico, que mueve las raíces de la emoción por su coraje -la larga y formidable escena de la "muerte dulce" de Rémy Girard, grandísimo actor- para remover con sinceridad y hondura el fondo de cuestiones vitales muy espinosas y en plena vigencia, comenzando por la eutanasia.
En la española Las voces de la noche, su decena larga de intérpretes da una poderosa idea de buen encaje recíproco, por lo que es difícil aislar a quienes destacan dentro de esa unidad casi coral, aunque apretando los ojos es posible percibir el extraordinario empuje de dos mujeres, Laia Marull, que arrancó por todo lo alto en la magnífica Mensaka, de este mismo director, y Victoria Peña, que, como casi siempre, transmite la sensación de que roza lo insuperable.
Obviamente, tras este reparto hay una mano unificadora, creadora de atmósferas respirables por todos los intérpretes. Salvador García Ruiz tiene una fuerte voluntad de estilo y busca la distinción en cada toma. Su dominio del tempo lento y de la media voz crea comodidad en los intérpretes, que casi se susurran su elocuencia, lo que da al filme un tono intimista casi elegiaco, no fácil de asumir porque tiene algo de secretamente hermético. Su reconstrucción de la España de los años cincuenta es veraz, pero tan hecha, tan acabada, que no deja paso al espectador y éste se queda más acá de la pantalla, sin sumergirse en ella.
Cumbre del cine libre
Que es lo contrario de lo que ocurre en el golpe de captura y de identificación que despliega Osama, escrita y dirigida por el afgano Siddiq Barmak. Su pantalla es inacabada, porosa, abierta, contagiosa. Secuestra, emociona e incluso estremece su hermosa y brutal representación del calvario de una niña de 12 años que, bajo el régimen de los clérigos talibanes, se ve obligada a disfrazarse de niño para poder conseguir un trabajo con que alimentar a su madre enferma. Hasta que, en una escena terrible y conmovedora, rompe entre sus piernas la sangre de su primera menstruación y es descubierta, linchada y llevada a una cárcel de delincuentes comunes, antes de entrar en una mazmorra aún más abominable.
A ras de suelo, en los límites del documento, este sencillo relato o poema arrancado de la miseria de Afganistán es una pequeña cumbre del cine libre.
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