Elecciones raras hasta el final
Las elecciones a la Comunidad de Madrid fueron raras hasta el final. El partido que las perdió se mostró tranquilo y casi satisfecho y el que las ganó se removió inquieto, con una especie de escalofrío en la espalda: los responsables del PSOE parecían anoche pensar que perder por dos escaños era casi un triunfo de Rafael Simancas y de su lista, mientras que los dirigentes del PP se esforzaban por ocultar una cierta irritación por lo que les parecía una victoria demasiado peleada como para echar las campanas al vuelo. Los primeros comicios de Mariano Rajoy (José María Aznar le cedió completamente el protagonismo como secretario general del partido) no habían sido finalmente tan brillantes como confiaban.
Es posible que según pasen las horas, la tranquilidad de los socialistas se vaya diluyendo. Anoche no se ponían muy de acuerdo en los análisis internos sobre los efectos de la derrota. Los responsables del partido consideraban que no tenía por qué salpicar a su secretario general ni a la ejecutiva federal. Otros destacados socialistas se lamentaban en privado de que se confundan deseos y realidades. "José Luis Rodríguez Zapatero ya ha acusado el golpe de los sucesos de mayo y su imagen ya ha sufrido un desgaste como consecuencia de la traición de Tamayo y Sáez y eso no se arregla con una derrota mínima, sino con una victoria", explicaba un relevante diputado. Y lo que es peor, añadía, esa victoria quizás ha estado al alcance de nuestra mano si hubieramos reaccionado de otra forma, más crítica con nosotros mismos. "Dentro de unos días nadie recordará que fue una noche electoral muy apretada, sino que sabrá simplemente que los socialistas no gobernamos la Comunidad de Madrid", se lamentaba. Al fondo se oían los atronadores aplausos con los que los socialistas madrileños recibían a su derrotado candidato.
La dirección federal del PSOE en su conjunto reconocía que la crisis de Madrid le llevó a sus peores momentos desde que llegó a la sede central de Ferraz, pero negaba que hubiera que tomar nuevas medidas. Ahora hay que centrarse en las eleccciones catalanas y, más aún, en el debate de los Presupuestos, que comienza el próximo martes y en el que Rodríguez Zapatero reanudará su actividad parlamentaria, aseguraba ayer un miembro de la ejecutiva federal.
Para este grupo, el resultado obtenido permitirá a Simancas continuar al frente de la Federación Socialista Madrileña y ejercer como líder de la oposición frente a Esperanza Aguirre. No tiene sentido provocar un terremoto en la FSM ni hacer nada para "bajar los humos" a los antiguos guerristas, porque al fin y al cabo han sido ellos los que han arrimado más el hombro en estas últimas semanas, explica un veterano diputado socialista. "Es el PP el que debe estar más preocupado en estas horas porque le hemos demostrado que ni en los peores momentos se pueden creer que ganar al PSOE es un paseo militar", asegura otro parlamentario.
Sea como sea, la atención entre los socialistas se centrará a partir de ahora en la elaboración de otras listas electorales, las de 2004. El comité electoral, que sigue presidido por José Blanco, ha empezado ya a movilizarse para garantizar que no ocurre ningún percance. "La capacidad de influir de la ejecutiva federal y de su secretario general en las listas nacionales es muy superior a la que se puede ejercer en elecciones locales o autonómicas", explica un dirigente del PSOE habituado a participar en ese tipo de negociaciones. "Cerremos esta noche el capítulo de Tamayo y ocupémosnos del futuro", se esforzaba en proclamar, con una incomprensible satisfacción el propio Simancas.
Curiosamente fue en las filas del PP donde la noche transcurrió con más nervios. Al final, la victoria de Esperanza Aguirre permitió desarrollar el acto previsto, con Mariano Rajoy en el balcón de la sede central del partido acompañando a la nueva presidenta de la Comunidad. Pero el discurso de la noche no lo pronunció Rajoy sino Alberto Ruiz-Gallardón, al anunciar los resultados electorales en un tono casi presidencial. La ausencia de José María Aznar llamó casi tanto la atención con la difuminada presencia del todavía vicepresidente Rodrigo Rato.
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