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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

A las urnas, madrileños

Hoy se verá hasta qué punto han sido capaces los partidos de convencer a los madrileños de que acudan de nuevo a las urnas para elegir la Asamblea de la que saldrá su Gobierno regional. No lo tenían fácil, porque la deserción de Tamayo y Sáez y la forma poco satisfactoria como los propios partidos han abordado la crisis han prestado argumentos -o pretextos- a quienes se escudan en ellos para confirmar prejuicios que se expresan en latiguillos como "todos son iguales" o "la política, para los políticos". Sin embargo, lo que está en juego concierne a todos los ciudadanos.

Las de hoy no son unas elecciones corrientes. Con independencia de cuál haya sido la causa última de la deserción, lo indudable es que provocó una alteración del resultado electoral. Y aunque sea improcedente hablar de "golpe de Estado" contra la democracia, alterar el veredicto ciudadano es muy grave: algo que requería una respuesta a la altura del desafío. Lo peor habría sido que el PP tratase de aprovechar la deserción para intentar la investidura de su candidata con la nueva mayoría sobrevenida. El PP tuvo el buen sentido de evitarlo. Pero también habría sido deseable que los partidos buscaran una fórmula de resolver la crisis sin desplazar la responsabilidad a los ciudadanos.

La repetición electoral crea un precedente inquietante en la medida en que demuestra que puede bastar la voluntad (comprada o no) de un par de personas para dejar en suspenso el resultado electoral y proporcionar a los perdedores una segunda oportunidad. Un acuerdo que evitase la repetición facilitando la investidura de Simancas (tal vez con el compromiso de éste de convocar elecciones en un plazo pactado, no inmediato pero razonable) habría sido conveniente, pero ello hubiera requerido que la candidata del PP reconociera la victoria de la coalición PSOE-IU. Sin embargo, lo que hubo fue la reivindicación (también sobrevenida) de que ella era la vencedora contra la evidencia de que todas las cuentas se habían hecho considerando la suma de las dos formaciones de izquierda.

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Imposibilitado el acuerdo, era inevitable ir a las urnas. Los expertos advierten de la dificultad de un pronóstico dada la falta de antecedentes de elecciones repetidas en una circunscripción con un censo de 4,4 millones de votantes; sobre todo por la falta de pautas para prever la incidencia real de la abstención. Pero es evidente que existe el riesgo de que una participación mucho menor que la registrada el 25-M tenga un efecto deslegitimador sobre los resultados, si son diferentes a los de hace cinco meses. No es superfluo, por ello, que Simancas haya dejado claro que considerará legítimo cualquier resultado que salga de las urnas. Y cualesquiera que sean los resultados, mayoría y minoría deberán contribuir a su legitimación mediante el compromiso de consensuar determinadas decisiones políticas de especial trascendencia. Pero para ello será necesaria una participación amplia.

Hay más razones para votar que para dejar de hacerlo. La crisis ha vacunado por algún tiempo a la comunidad contra aventureros emboscados en las listas; y seguramente también contra formas de corrupción ligadas al negocio inmobiliario, dada la vigilancia a que estarán sometidos los gestores públicos en este terreno. Quien no tiene dudas sobre quién quiere que gobierne, debe ir a votar; pero también quien dude. A las urnas, madrileños.

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