La proeza editorial de la revista 'El Temps'
El editor Eliseu Climent ha evocado estos días que cuando, a comienzos de los 80, se concebía el semanario El Temps, como alternativa casi forzada a un proyecto radiofónico frustrado, las cabezas mejor amuebladas del país no daban un duro por la viabilidad de esta iniciativa. Joan Fuster, como exponente de esa confianza, solo arriesgó simbólicamente una peseta rubia. Vicent Ventura, aun aplaudiendo el empeño, tampoco le otorgaba expectativas más felices, y hubo quienes, a pesar de ser proclives a la empresa, pronosticaban la fecha inminente del cierre antes de aparecer el primer número. Y lo más penoso de tan generalizado dictamen es que andaba sobrado de realismo y sensatez.
Tal era el clima en el que germinó este semanario que está a punto de cumplir sus primeros 20 años de existencia. Un clima que, con algunas rachas de bonanza, nunca ha sido clemente con esta apuesta editorial alentada por la voluntad y el empecinamiento cívico mucho más que por el maná financiero, incomparable en cualquier caso al que han gozado -y gozan- por estos pagos y sin escándalo ni maledicencias otros tinglados editoriales. Queremos decir que, no obstante las circunstancias socialmente inclementes y lo ajustado de los viáticos, el proyecto ha sobrevivido cuatro lustros -y lo que rondaré, morena- dando periódicas pruebas de vitalidad y de remozamiento constante.
Y eso, en Valencia hablando, es una proeza, por no hablar de prodigio. Los aludidos prohombres escépticos que lo apadrinaron, ya sabían -o al menos intuían- la complejidad económica y gerencial del mismo. Tanto más si la nueva publicación, con escasos y débiles precedentes, nacía con la vocación insólita de cubrir toda el área lingüística catalana y constituirse en un referente cultural e informativo de tal ámbito. En realidad, ese era su mercado lógico, pero a nadie se le escapa que se requerían reaños o delirio para abordarlo. Eso sin contar con las batallas por la lengua, la histeria anticatalanista, la anemia de lectores y hasta el "fuego amigo" que ha padecido el editor.
Podrá argüirse sumariamente que quien resiste acaba venciendo. Pero no siempre, claro está. A menudo se resiste para envejecer y encallecerse, sin más. Un riesgo que El Temps ha sorteado a golpe de renovaciones tanto tecnológicas como profesionales, persuadido de su larga vida y despejado futuro. Un capítulo, sea dicho de paso, que antes mejor que después deberá despejar resolviendo el arduo problema de la sucesión en el puesto de mando a la vista del determinante condicionamiento por parte del actual editor. Un trámite ineludible y mucho más espinoso que los agobios mercantiles o políticos que acosan a la empresa. Se trata, a nuestro entender, de la cuestión más difícil que habrá de responder Eliseu Climent, padre de la criatura.
No sería justo soslayar en el glosario de esta efeméride el extraordinario magisterio profesional que la revista ha ejercido, y que por sí sólo justificaría su existencia. Han sido decenas los periodistas que se han ahormado en este crisol y que ahora son identificables tanto por su cualidad como por el sello de la escuela que prolongan. Superaron con coraje y preparación los años duros e iniciales, ayunos de reconocimiento social y estigmatizados como marginales y aún foráneos. Acabaron imponiendo sus credenciales y abriendo el camino a las promociones que les relevaron. No es sorprendente que figuren entre lo más granado del gremio valenciano y que, obviamente, tienen derecho a su parte alícuota de este aniversario.
Un aniversario que se ha conmemorado con discreción, casi en un ambiente familiar. Tampoco están los tiempos por estos lares del cap i casal como para celebraciones. La derecha valenciana, huera de otras banderas al parecer, vuelve a ondear el esperpento del peligro catalán, a propósito del trasvase del Ebro y de las propuestas geomercantiles de Pasqual Maragall. No era, pues, la oportunidad de convocarla al festejo. De haberlo sido, estaríamos instalados en la normalidad democrática que auspicia la convivencia sin menoscabo de la discrepancia, por aguda que sea. Paciencia. Confiemos, aunque sin fanatismo, que los fastos editoriales de las bodas de plata de El Temps propicien el brindis compartido de todas las sensibilidades políticas que bullen en el País Valenciano. Más utópico fue parir la revista.
SALUD MENTAL
El 3%, más o menos, del censo comunitario valenciano padece una enfermedad mental. Muchos de esos pacientes socializan el trastorno en su propia familia, lo cual incrementa el porcentaje anotado. Se trata, pues, de un segmento de población que requiere -y exige- la debida atención. Y no la tiene. Es una reivindicación pendiente que además se agrava porque la asistencia anda repartida entre las consejerías de Sanidad y de Bienestar Social. Algo que pugna con la racionalidad más elemental y que tampoco entienden los especialistas. La creación de un consorcio coordinador que afronte el problema abre una espita de esperanza, que será nada si la solución no se emprende con la resolución adecuada. La espera dura demasiado tiempo.
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