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ELECCIONES EN MADRID
Columna
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La abstención es de derechas

El pensamiento descubre; el hombre aprende; la palabra sabe. Eso lo dice, en su hermosa obra Un extranjero con un libro de pequeño formato bajo el brazo, el escritor egipcio Edmond Jabes, pero yo nunca he estado de acuerdo. Al menos, no del todo. El pensamiento descubre, claro. Y el hombre aprende, sin duda; lo aprende todo, incluso el dolor, la injusticia, la soledad, la pérdida. Pero, ¿y la palabra? ¿La palabra sabe? ¿Qué es lo que sabe? Con las mismas palabras que se hace un poema de amor se puede dictar una sentencia de muerte, solía decir Rafael Alberti. Visto de ese modo, ¿qué es lo que saben o pueden demostrar las palabras, si todo el mundo las manipula, fuerza, deforma y pervierte? No hay nada más que fijarse en lo que le han hecho los reaccionarios de todas las épocas y todas las naciones a algunas palabras, para darse cuenta de lo frágiles que éstas son: siempre más frágiles, en cualquier caso, que el mentiroso que las dice.

Qué les parece, por ejemplo, lo que le ha hecho esa gente a la bella palabra utopía, achicada hasta el tamaño de un insulto, como casi todas las que una vez significaron lo contrario de dinero, desigualdad y poder. O a revolución, que antes se parecía a esperanza y ahora se vende como la cara-B de Stalin, de archipiélago Gulaj, de cárcel en Siberia. O aquí y ahora, sin ir más lejos, ¿se han fijado en la sonrisa ácida y como llena de cuchillos torcidos que se le pone al presidente del Gobierno cada vez que dice manifestación o pancarta? Es todo tan cínico, tan raro. Es tan raro que a tantos demócratas de casi toda la vida les fastidien y cariacontezcan ciertos derechos esenciales de las democracias, como el derecho a la huelga o a la información; que reaccionen a ellos igual que si les echasen zumo de limón en los ojos y se les llene la boca de insultos y mireustedes, mientras reman hacia la costa a bordo de un telediario.

Ahora que se acercan las vice-elecciones a la Comunidad de Madrid, andan a vueltas con la palabra abstención. La abstención es de derechas, parece ser el mensaje. La abstención favorece a la derecha, la favorece históricamente, y por eso, según dicen los analistas, tertulianos y opinadores en general, cuantas menos personas vayan a los colegios electorales el domingo, mayor será el desplome de la izquierda en las urnas. Vale, supongamos que eso es verdad, pero ¿qué quiere decir? ¿Qué significa, en el fondo? ¿Quiere decir que los votantes de izquierdas, por algún motivo, se desaniman antes que los otros, tienen alma de perdedores o son más vagos, más débiles, menos militantes? ¿Quiere decir que los votantes de izquierdas le van a cobrar más caro al PSOE el haberse dejado apuñalar por la espalda de lo que los votantes de la derecha le cobraron al PP, por ejemplo, la invasión de Irak -con la que no estaban de acuerdo- o la cascoscatástrofe del Prestige? ¿Quiere decir que los votantes de derechas no tienen conciencia y, por lo tanto, en lugar de castigar a sus partidos cuando se equivocan o cometen un delito, cierran filas? Eso es mucho decir, y decir más de la cuenta es cometer un atropello a la verdad, pero sí parece probado que, hoy día, la unión ideológica y la uniformidad de esfuerzos están más en las filas de la derecha que en las de la izquierda. Parece que su militancia fuese menos visible, pero más firme, y que también lo fuesen sus ganas de vencer al rival político. Si eso es cierto, entonces los votantes de izquierdas no pierden las elecciones, más bien las abandonan. Un poema nunca se termina, sólo se abandona, decía Paul Valéry. Pues eso, que quizás unas elecciones tampoco se pierden, sólo se abandonan.

Por una simple cuestión de equilibrios y opuestos, si la abstención es un mal de la izquierda, es que también es un patrimonio de la derecha, lo que no deja de ser una idea envenenada. Se dio cuenta de ello, sin duda, el alcalde Alberto Ruiz Gallardón, que salió, en medio de la tormenta, a encenderle el piloto rojo a sus camaradas: le molestaba mucho, dijo, eso de la abstención, que se dijese que no votar beneficiaba a su partido. Claro, ¿que democracia es ésa en que el que gana es el que más se aprovecha de que no se vote? Hay que ver. Y, si de verdad lo piensan, qué miedo.

La verdad es que la cosa en Madrid se ha puesto tan color hormiga, se ha hablado tanto de tramas inmobiliarias, sobornos, maquinaciones, conjuros, traiciones y compraventas; se han volcado oscuras sospechas y certezas sobre tal cantidad de correveidiles, espías, tránsfugas, y miserables con cuya moral se podría fabricar raticida, que se hace muy necesario oír la voz de la gente, más necesario que nunca. ¿Qué creen que ha pasado? ¿A quiénes culpan? ¿Qué piensan hacer al respecto? Lo que resultaría dañino es dar por hecho que la abstención es un as en la manga de alguien. La abstención es, en cierta forma, lo contrario de la democracia, porque no votar es lo contrario de votar. Así de sencillo, ¿no? Quien se abstiene, tacha su nombre.

El pensamiento descubre; el hombre aprende; la palabra no sabe.

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