Humores y misterios
Antes de su recital dentro del VIII Ciclo Grandes Intérpretes, que organiza la Fundación Scherzo y patrocina EL PAÍS, decía Mijaíl Pletnev a este diario que los tiempos de las obras dependen, para él, de su sentido del humor. Bueno, es un método como otro cualquiera pero tiene la ventaja de anularse a sí mismo como tal de puro imprevisible aunque sea de un día para otro.
Lo que no se le puede negar es su capacidad de mantener expectante al que sepa que el pianista ruso se rige por él. "¿De qué humor estará hoy?", sería el comentario, como el de aquel espectador taurino que, ante la aparición del morlaco en la plaza, le decía a su compañero de localidad una frase preciosa: "A ver qué misterio saca". Tiene más morbo, desde luego. En la misma entrevista citada, Pletnev se ponía estupendo negando la existencia de la Escuela Rusa. Pues bien, él fue discípulo de Lev Vlasenko, que lo fue de Fliyer, que lo fue de Siloti, así que escuela, escuela, lo que se dice escuela... pues parece que sí. Claro que Fliyer fue un romántico exacerbado en sus interpretaciones, así que el alumno del alumno, por lo que se le escuchó, salió respondón.
VIII Ciclo Grandes Intérpretes
Mijaíl Pletnev, piano. Obras de Schumann y Chaikovski. Auditorio Nacional. Madrid, 21 de octubre.
Pletnev, en la primera parte de su actuación, no debió estar de buen humor pues le quedó una Fantasía de Schumann lenta, lenta, poderosa en la técnica -de la que el artista de Arcángel anda sobrado- pero en la que el discurso se interrumpía, no había hilazón entre sus frases, se diseccionaba cada nota haciéndose esperar un mundo la siguiente. La cosa crispaba un poco -como las toses que demostraban que muchos siguen, a pesar de los esfuerzos del Ministerio de Sanidad, sin vacunarse de la gripe- y daban ganas de animar al pianista a que siguiera, a que ligara de una vez dos frases y entrara en el arrebato que faltaba. Y es que, con todo, lo menos gustoso fue la ausencia de aliento expresivo con que salió una página que quedó en el puro hueso, despojada de toda carne y toda sangre, como si su autor no fuera uno de los epítomes del Romanticismo. Por momentos parecía que estábamos ante un rudo y seco Mussorgski y los espectadores de este ciclo, que conocen muy bien a Ugorski y a Sokolov, raros pero también convincentes, se acordaron de ellos.
La conclusión es que Pletnev es un pianista con ideas -aunque resulten equivocadas en Schumann-, y que su técnica, como demostró sobradamente en Chaikovski, le permite cualquier hazaña. Quizá el del martes no fuera su programa ideal, con una obra que no acaba de entender y otra sobre la que no hay prácticamente referencias anteriores. Así que el público, que aplaudió con mera cortesía tras la primera parte y con entusiasmo al final, se habrá quedado seguramente con las ganas de volver a escuchar a un músico que -hiératico y adusto como luce- seguramente hasta tiene corazón. Que lo busque y, cuando lo haya encontrado, aquí estaremos.
Babelia
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