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Reportaje:25º ANIVERSARIO DEL PAPADO DE JUAN PABLO II

Grupos de presión ante el próximo cónclave

Los bloques cardenalicios que se opondrán no responden al criterio clásico de conservadores y progresistas

Juan Arias

Los medios de comunicación suelen dividir salomónicamente a los cardenales en progresistas y conservadores. No es tan sencillo. Ya Fernando Savater dijo un día, con humor: "Como si ser obispo o cardenal no fuera poco". Es decir que, por definición, un jerarca de la Iglesia institucional difícilmente puede ser calificado de progresista. Y si lo es, difícilmente llegará a cardenal. Nunca llegaron a la púrpura un Helder Câmara o un Pedro Casaldáliga, ambos obispos fustigadores de la dictadura militar en Brasil y críticos con la ortodoxia del Vaticano. Si acaso, se podría hablar de algunos cardenales "menos conservadores" que otros. Y aún así existen muchos matices.

La distinción entre progresistas y conservadores no sirve para la jerarquía, ya que, por ejemplo, existen cardenales con una mayor apertura social (sobre todo en el Tercer Mundo), pero que son muy cerrados en la doctrina. Y al revés, cardenales más abiertos en lo doctrinal (algunos americanos), y poco sensibles a los temas de la justicia social. Pueden estar a favor de la píldora o de la abolición del celibato sacerdotal obligatorio, pero estar nada preocupados con el neocapitalismo.

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Curiosamente Juan XXIII y Juan Pablo I eran dos cardenales de una piedad muy tradicional, conservadores religiosamente, pero muy empeñados en la lucha contra la riqueza en la Iglesia. Juan XXIII escribió en su testamento: " Nací pobre y muero pobre". Y Juan Pablo I también era antiguo en sus hábitos religiosos y en la doctrina, pero probablemente duró sólo 33 días como papa porque en la víspera de su muerte había discutido acaloradamente con los cardenales de la Curia romana reformas drásticas para dar a la Iglesia el rostro de la pobreza, llegando a plantear la hipótesis de dejar el Vaticano (que quedaría para algún organismo internacional) e irse con la Curia a vivir a un barrio popular a las afueras de Roma.

Por eso, en el próximo cónclave, en la búsqueda de un sucesor para el largo pontificado de Juan Pablo II, los grupos de presión se van a dividir por otros criterios diferentes de los clásicos de progresistas y conservadores. Por lo pronto, va a haber dos grandes bloques: los que desean que el poder del Papa siga en Roma, en el centro, en la Curia romana, arropado por el dogma de la infalibilidad, y los que desean que ese poder se mueva hacia la periferia, que abogan por más poder para las Conferencias Episcopales y exigen para los sínodos de obispos poder deliberativo y no sólo consultivo como ahora. Un paso que estuvo a punto de dar Pablo VI, a quien probablemente la Curia paró.

Tan importante es el tema -podría revolucionar a la Iglesia- que Juan Pablo II entregó a los cardenales, el día simbólico de sus bodas de plata del papado, el pasado día 16, un documento reivindicando el poder de Roma y criticando a la corriente que aboga por más poderes para los obispos. Es casi su testamento.

Otros grupos son los que se concentran en torno a la Compañía de Jesús y al Opus Dei, institución que por primera vez entra oficialmente en un cónclave y con el fundador canonizado. En el cónclave anterior el Opus aún no estaba legalizado, aunque fue elegido su candidato y simpatizante de la Obra. Ambos grupos tienen una visión muy diferente de lo que debe ser la Iglesia y el Ecumenismo. Y van a luchar para lograr un papa que esté en su línea doctrinal.

¿Un Papa para luchar contra quién? Por primera vez un papa no tendrá que gastar sus energías en luchar contra el comunismo, considerado como el gran enemigo de la Iglesia, el Anticristo. Y eso hace del próximo cónclave algo inédito. Pero la Iglesia necesitará siempre un enemigo. ¿Será el crecimiento del islamismo, que está ya con casi los mismos fieles que el cristianismo? ¿O las sectas evangélicas, que sobre todo en Latinoamérica, la mayor fábrica de católicos del planeta, crecen vertiginosamente?

¿Europeo o del Tercer Mundo? Los europeos tienen la fuerza para escoger. Ya desde después de Pío XII se viene hablando de la necesidad de un papa del Tercer Mundo, pero al final, en el silencio y secreto del cónclave, a los europeos se les va la mano hacia la propia casa. Lo que podría conducir a la elección de un no europeo sería el que los candidatos europeos se dividieran.

Pero es complejo, porque hay cardenales europeos que están más cerca del Tercer Mundo que muchos latinoamericanos o africanos. Hay cardenales del Tercer Mundo, por ejemplo en la Curia, que son más eurocentristas que los mismos europeos: son cardenales que sienten el complejo de no pertenecer al Primer Mundo. De ahí el que los conservadores de cualquier tipo (incluso los de la Curia) podrían votar a un latinoamericano o a un africano o asiático a los que no temen, porque ya estarían aculturalizados a la europea.

Por último, otros dos grandes grupos de presión son los que desearían un papa con experiencia en la Curia, de la burocracia vaticana, diplomático, y los que abogan por un papa pastor, un cardenal que esté al frente de una diócesis, realizando trabajo pastoral. Todo indica que ese problema llega resuelto al cónclave, ya que la mayoría de los cardenales hoy son pastores y desde Pío XII, nunca ha vuelto a ser elegido un curial.

Dos detalles son importantes en las quinielas sobre el futuro papa. Difícilmente (casi imposible), será elegido papa un cardenal de un país con gran influencia política; se suele escoger a alguien de un país poco influyente. Y va a ser difícil que llegue a Obispo de Roma (o sea, Papa), un cardenal que por lo menos no chapurree el italiano.

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