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COPAS Y BASTOS
Columna
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Amenaza eólica

La Ruta del Císter es un recorrido turístico que anuncia sus encantos por la radio. Las cuñas publicitarias no acaban de ponerse de acuerdo sobre si debe pronunciarse císter o cister, pero el mensaje está claro: subrayar las virtudes paisajísticas y monumentales de un territorio que explota su aureola entre los monasterios de Poblet, Santes Creus y Vallbona de les Monges (más información oficial, en wwww.larutadelcister.info). Cualquiera que se haya acercado a estas poblaciones sabe que su encanto reside en el paisaje, la calma y el mantenimiento de joyas arquitectónicas inspiradas en una concepción de la espiritualidad que aplaude valores como la oración y el trabajo. Pajaritos, vegetación, perfiles de pueblos con campanario y cigüeñas, todos esos estímulos ayudan a mantener la ficción del pasado y, de paso, una economía que lucha por no caer en la autodestrucción y que, sabiendo que ni la agricultura ni la ganadería son ya los pilares de la tierra, intenta construir algo parecido a un futuro. Pues bien: si nadie lo remedia, la coherencia cisterciense corre el riesgo de sufrir una violenta mutación.

Según se ha hartado de denunciar la Coordinadora per a la Defensa de la Terra (Urgell-Segarra, Conca de Barberà, Les Garrigues), la iniciativa privada, autorizada por las instituciones, pretende añadir a este territorio elementos tan poco seductores como una planta de compostaje, los ya patológicos vertidos y una central eólica que cambiará para siempre el skyline de la sierra del Tallat. Visualmente, la central eólica es lo más espectacular, ya que su presencia se traduciría en el alineamiento de decenas de molinos gigantes, de unos 65 metros de altura, con unas aspas de 29 metros. En otras palabras: si Don Quijote resucitara y se perdiera por esta futurista ruta, cuando viera el ejército metálico en formación, se cagarían patas abajo él, Rocinante y el mismísimo Sancho. El proyecto incluye 172 molinos repartidos por la zona, y no está claro que la energía que puedan suministrar compense los desajustes medioambientales que provocaría su instalación. Allí está el lado sospechoso del asunto. Los que viven en la zona y defienden sus particularidades haciendo equilibrios para conciliar riqueza, patrimonio histórico y preservación natural sospechan que es más negocio instalarlas que explotarlas. La instalación supone dinero rápido, ya que los propietarios de los terrenos reciben una pasta a cambio de una forma de energía políticamente correcta. Que la eólica sea una energía limpia, sin embargo, no significa que pueda instalarse en cualquier lado y que no puedas mancharte las manos imponiéndola donde no conviene. El mosqueo, pues, parece justificado. En ámbitos oficiales, hay quien considera que los afectados nunca están contentos y que, en nombre del bien común, hay que sacrificarse. Pero ese viejo cuento ya no vale. De acuerdo en que son necesarias depuradoras y plantas de compostaje, es cierto que la energía eólica es uno de los caminos para reducir la contaminación y que hay que repartir los impactos equitativamente. Pero ni la chapuza ni la falta de diálogo pueden ser las respuestas. Y a juzgar por los argumentos de la coordinadora, el proyecto suena a chapuza total.

Nada es inocente, ni siquiera algo tan aparentemente bonito como un molino de viento generador de energía. Por lo visto, una central eólica hace ruido, implica una instalación considerable y se carga el encanto de un paisaje con personalidad propia (a no ser que seas un extraterrestre en busca de emociones fuertes y te quedes colgado por estos inquietantes monumentos que, a su manera, también invitan a la oración, tecnológica, en este caso). Tampoco genera puestos de trabajo, que suele ser la razón por la cual una región puede llegar a admitir según qué bajadas de pantalones. La coordinadora, pues, va a continuar dando la brasa hasta conseguir que alguien haga algo. Hace poco, una carta al director en la prensa leridana contaba una manifestación que tuvo lugar el 11 de septiembre. Aprovechando la simbología patriótica de la fecha, un grupo de vecinos de la Vall del Corb expresó su preocupación por el territorio, alterando con su protesta la bucólica agenda de actos oficiales. La presidenta del consejo comarcal actuó como si no los viera y cerró el acto con el mecánico canto de Els segadors y el no menos mecánico grito de Visca Catalunya! La carta cuenta que, por el lado de los manifestantes, se oyó una voz que añadía: "I visca la gent!". En las próximas semanas, nos vamos a hartar de ver como los políticos se llenan la boca con estos dos conceptos, Cataluña y la gente. Me temo, sin embargo, que el sentido que les dan ellos no es el mismo que inspiran el paisaje y el alma de esta ruta. En peligro, insisto.

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