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COPAS Y BASTOS
Columna
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Enrique sonríe

"Fui a Key West, Florida, y me inscribí en la edición de este año del tradicional concurso de dobles del escritor Ernest Hemingway". Así comienza la última novela de Enrique Vila-Matas, París no se acaba nunca, editada por Anagrama y que el lector puede encontrar ya en su librería. El tipo que fue a Key West nos confiesa: "Llevo no sé ya cuántos años bebiendo y engordando y creyendo -en contra de la opinión de mi mujer y de mis amigos- que cada vez me parezco más físicamente a mi ídolo de juventud, a Hemingway". Así que, "para darles una lección a todos", el tipo va y se presenta al concurso "provisto de una barba postiza", pensando que así mejoraría su parecido con Hemingway. Total que hizo un ridículo espantoso. Lo descalificaron. "Y lo peor de todo", dice, "es que no me apartaron de la competición porque hubieran descubierto la barba postiza -que no la descubrieron-, sino por mi 'absoluta falta de parecido físico con Hemingway".

Un buen comienzo, no me lo negarán. ¿Qué ocurre luego? Pues que el tipo, tras la humillación recibida, decide viajar a París con su mujer y se pasa el mes de agosto "dedicado a tomar notas con destino a una revisión irónica" de los años de juventud que pasó en esa ciudad, en la que, "a diferencia de Hemingway, que fue allí 'muy pobre y muy feliz", él fue "muy pobre y muy infeliz". Es decir, que el tipo que a base de beber y engordar creía parecerse cada vez más físicamente a Hemingway se nos convierte, por arte de magia, de magia literaria, en el famoso escritor Enrique Vila-Matas (Barcelona, 1948), "autor de una amplia obra narrativa traducida a dieciséis idiomas y que le ha consagrado internacionalmente en primera línea entre los narradores de su generación" (como se lee en la camisa de París no se acaba nunca), el cual, en el mes de agosto de 2002, paseando por las calles y plazas de París, revive, irónicamente, la experiencia parisiense de aquel joven catalán de 26 años que en 1974 llegaba a París, la capital de Francia, para convertirse en escritor.

La educación literaria y sentimental -sus amigos travestidos le ayudan a perder el miedo a las mujeres- del escritor Vila-Matas no tiene desperdicio. "Vestía con ropa negra de la cabeza a los pies. Me compré dos pares de gafas, dos pares idénticos, que no necesitaba para nada, me las compré para parecer más intelectual. Y me puse a fumar en pipa, que juzgaba (quizá influido por las fotografías de Jean-Paul Sartre en el Café de Flore) que quedaba más interesante que dar caladas a simples cigarrillos", escribe. Y añade: "Yo era un horror ambulante". Se puso a leer a los poetas malditos franceses. Vivía rodeado de situacionistas, patafísicos y otras extrañas criaturas. Una novia intentó deshacerse de él instándole a que se tirase (después de haber ingerido una buena dosis de LSD) de lo alto de la Torre Eiffel ("No te harás nada", le dijo la malvada), y otro día le detuvo la policía en el Drugstore de Saint-Germain: lo habían confundido con el terrorista Carlos. Suerte que allí estaba la buena de su casera, la escritora Marguerite Duras (le había alquilado una buhardilla en la Rue Saint-Benoît), que lo adoctrinaba sobre la manera de escribir una novela. Y la escribió. Se titulaba La asesina ilustrada ("de Enrique Vila-Matas, que si lo lees te matas", como dijo un gracioso) y se la publicó Beatriz de Moura en 1977, en los Cuadernos Ínfimos de Tusquets. Su primera novela.

Una vez que la hubo terminado, el futuro escritor, que, según dice, era "muy infeliz" en París -pero no tan pobre: su padre le mandaba una cantidad mensual para que no se "muriera de hambre", del mismo modo que Hemingway vivía relativamente bien con el dinero de su mujer-, decidió regresar a Barcelona. ¿Por qué? Pues porque acabó dándose cuenta de que eso de que París no se acaba nunca resulta siendo un coñazo y de que, si se hubiera quedado en París, probablemente no sólo no habría seguido escribiendo, sino que habría terminado por creer que cada vez se parecía más físicamente al terrorista Carlos y habría acabado arrojándose de la Torre Eiffel.

Para Vila-Matas, París fue un pecado (horror y a la vez delicia) de juventud, y hoy, especialmente cada vez que alguien nombra a Duchamp, piensa: "Mi vida ha estado siempre equivocada y (...), en lugar de vivir en Barcelona y estar enamorado de París, debería haberme dejado de tantas zarandajas y haber vivido siempre en Nueva York, en el apartamento de Duchamp, por ejemplo. Y leer allí a Hemingway, en un confortable sillón, sus hazañas de cazador, pescador, amante, boxeador, reportero de guerra y bebedor. Y pensar todo el rato: ¡qué animal!".

París no se acaba nunca es un libro menos inquietante que otros títulos de Vila-Matas, como el reciente El mal de Montano. Parece que el autor se haya dado un respiro. Juraría que se lo ha pasado de lo lindo escribiendo irónicamente (Vila-Matas califica la ironía de "potente artefacto para desactivar la realidad") sobre su peripecia parisiense. Y puedo aportar una prueba: la foto que figura en la camisa del libro. En ella vemos a un Vila-Matas sonriente. Es la primera vez que Enrique, mi primo Enrique, sonríe en la camisa de un libro de Anagrama. El beau ténéreux de Hijos sin hijos, de Lejos de Veracruz, de El viaje vertical, de Bartleby y compañía... se parece cada vez más físicamente al Bebé Cadum , icono surrealista. A Duchamp le hubiese hecho gracia. O tal vez no (era muy raro aquel hombre).

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