Escuchad a los pilotos
Hace unas dos semanas, veintisiete pilotos del Ejército del Aire de Israel, parte en servicio activo, parte en la reserva, conmocionaron a la opinión pública del país. Anunciaron que se negaban a seguir cumpliendo las órdenes de lanzar misiles o bombas en lugares con población civil palestina, incluso aunque el objetivo fuera atentar contra un terrorista. Además, dijeron que a pesar de que la aviación israelí hace todos los esfuerzos posibles para no herir a civiles inocentes, lo cierto es que decenas de palestinos sin culpa alguna han muerto en esas operaciones llamadas en Israel "fallo de focalización" . Con todo, hicieron hincapié en que seguirían cumpliendo con su misión con la misma devoción y entrega que antes cada vez que sean llamados a realizar operaciones para defender Israel.
De esta forma, los pilotos se han sumado a los cientos de soldados y oficiales del Ejército que desde años, y sobre todo a partir de la segunda Intifada, se niegan a cumplir ciertas órdenes. Y, por otro lado, están los que se niegan a hacer el servicio militar y los que se niegan a ir a los territorios ocupados. Todos ellos en general son castigados con penas de cárcel.
Hasta ahora, la mayoría de la opinión pública veía con cierta hostilidad a los soldados de infantería que se negaban a luchar contra los palestinos, y los ignoraba considerándolos "elementos marginales dentro de la izquierda". Sin embargo, la declaración de los pilotos, entre los que figuran algunos héroes de leyenda por sus logros, ha provocado un tremendo sobresalto. El Ejército del Aire ha suspendido inmediatamente las operaciones de estos pilotos, sobre los que además se ejerce una gran presión para que se retracten de sus declaraciones. Los principales argumentos para oponerse a ellos se refieren a que con esa medida ponen en peligro la democracia y a que han dejado que sus opiniones políticas influyan en sus tareas militares. No es fácil ignorar estos argumentos de peso, pero parece que hablar y tratar de eso y sólo de eso ha hecho que pocos en Israel hayan sido capaces de escuchar el mensaje de los pilotos. Ahora, en medio de valoraciones y juicios sobre cuestiones formales y legales, ha llegado el momento de hacerlo. La justicia más elemental dice que un Gobierno y un pueblo que envían a sus hijos a hacer por ellos en esta guerra la tarea más dura y, a veces, la más sucia, deben escuchar por una vez sin adornos ni tapujos lo que opinan estos hombres, que hacen el trabajo en su nombre.
En el fondo, el mensaje de los pilotos es que, incluso aunque los palestinos hoy en día son capaces de atentar gravemente contra Israel y sus ciudadanos y pese a que los líderes terroristas responsables del asesinato de decenas de civiles israelíes sean un objetivo legítimo, con todo esta guerra es la guerra entre una potencia militar y una población civil, y en una guerra así es la potencia militar la que debe ponerse unos límites realistas y éticos, a pesar de que el Ejército israelí no atente de forma intencionada contra los civiles inocentes y todo se produzca en el contexto de una lucha vital contra el terrorismo. En cualquier caso, la predisposición del Estado de Israel a contar con la posibilidad de provocar la muerte accidental de ciudadanos supone un desprecio por la vida humana y es parte del deterioro enorme y continuo fruto de la ocupación.
De las palabras de los pilotos se desprende que incluso si el objetivo de la operación militar es atentar contra un asesino desalmado, el hecho de que un Estado ordene a sus pilotos lanzar una bomba en un barrio de una de las zonas más pobladas del mundo, y sabiendo que con ello pueden morir civiles inocentes, tal y como ocurrió hace aproximadamente un año cuando se intentó acabar con uno de los líderes de Hamás, indica que ese Estado está actuando en gran medida como una organización terrorista. Y cuando un Estado ordena a sus pilotos lanzar un misil de gran potencia contra un coche que circula entre peatones, aunque en absoluto quiera atentar contra ellos de forma intencionada, la cuestión es que tanto la acción en sí como sus resultados se parecen a los de una organización terrorista.
Un Estado no debe actuar como una organización terrorista. Una de las razones, y de las más importantes, es la influencia destructiva que esta manera de actuar ejerce sobre la propia sociedad. Otra razón es que un Estado no puede liquidar a nadie, ni ejecutar a nadie sin un juicio previo, ya que si no pierde la legitimidad de su lucha contra el terrorismo.
Y cuando un oficial del Ejército del Aire de Israel dice en una entrevista que "quien sale a matar niños en Israel debe tener en cuenta que los niños de su alrededor pueden morir", ha de entender que ese argumento es una espada de doble filo, incluso aunque Israel no busque en absoluto que mueran niños.
Además, a fin de cuentas, aunque la airada opinión pública acalle a los pilotos e incluso si éstos rectifican y retiran lo dicho, sus palabras no pierden vigencia ni importancia. Un Gobierno tan rebelde como el israelí, que desde hace tiempo impide la posibilidad de negociar y que ejerce sobre los palestinos fuerza, y sólo fuerza, hace que sus soldados sufran un dilema moral difícil de soportar. Por tanto, ¿acaso tiene derecho a darles la espalda, ofenderse y espantarse porque esos hombres, tras años, empiecen a comprender para qué los han utilizado? ¿Es que no ha llegado el momento de que toda la sociedad israelí con coraje y dispuesta a pagar el precio afronte la opinión de los pilotos y su visión de la situación?
El Ejército de Israel siempre ha presumido de que en su aviación lo importante no era el avión, sino el piloto, el hombre que está dentro de la máquina. Durante años, todo israelí ha crecido con la creencia de que el Ejército de Israel es el más humano y ético del mundo. Por eso sorprende que ahora la cúpula militar no quiera ver que dentro de los aviones y los helicópteros hay seres humanos. Extraña no menos la cerrazón de la mayoría de la opinión pública israelí que ni siquiera está dispuesta a escuchar por un momento la angustia de unos hombres a los que les pide no sólo que hagan la guerra al enemigo, sino que carguen sobre su conciencia, para el resto de sus vidas, la muerte de gente inocente.
Algo en la reacción alterada y llena de asombro de la opinión pública israelí hace que se tenga la impresión de que el ataque a los pilotos no se debe sólo a su rechazo al tema de la insumisión; parece que lo peor que han hecho los pilotos es romper así por sorpresa la armadura con la que hace años se protegen la mayoría de los israelíes para no saber ni entender realmente lo que se hace en su nombre. Quizá eso mismo es lo que se esconde bajo la acusación de traición que se hace a esos pilotos. Pues si han traicionado algo es sólo la ceguera colectiva para no ver lo que está ocurriendo. Por un momento, los pilotos han logrado hacer la horrible conexión entre lo que Israel lleva haciendo en los territorios desde hace 36 años y los atentados terroristas. La mayoría de la opinión pública israelí puede fácilmente ignorar las críticas contra la ocupación y sus consecuencias que hacen varios periódicos e intelectuales de izquierda, pero cuando pilotos judíos -parte del consenso israelí y de la élite más preciada- obligan a la sociedad israelí a ver, siquiera por un instante, el corazón de la oscuridad, el primer impulso es alejarse de allí, remendar el roto del sofisticado chaleco de seguridad que los protege de saber y comprender, y enseguida tal y como han educado a cada israelí en el Ejército lanzarse a responder con una guerra, esta vez contra los pilotos.
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