Estilo Schwarzenegger
Los mensajes rápidos y las fotos fugaces de la era mediática hacen de esta insólita campaña electoral madrileña un proyecto publicitario a la americana en el que hay que elegir al que lave más blanco, como en el caso de los detergentes. Los ciudadanos, escaldados de la quema, están convencidos a estas alturas de que nadie lava blanco del todo, con lo cual les bastará con aproximarse a aquel en el que más blancura reconozcan o pasar de los detergentes. En consecuencia, Esperanza Aguirre se niega a la posibilidad de discutir con la izquierda. Lo hace con el argumento de que la denostada coalición social-comunista tiene más de una sigla y al final un solo objetivo.
Se sabe que eso es sólo un pretexto, pero quizá quepa la solución de que para conseguir un mayor equilibrio la aspirante del Partido Popular se haga acompañar por el candidato de Falange Española y de las JONS (Juntas de Ofensiva Nacional-Sindicalista), que es la única formación que a su derecha se presenta a estas elecciones, o con Nuevo Socialismo, formación moderada y centrista que coincide con el PP no sólo en las bodas.
Pero la ausencia de debate no se debe al problema de hablar con dos o con uno, sino al convencimiento de los estrategas electorales del PP de que el ruido en sustitución del pensamiento les da unos excelentes resultados. Arnold Schwarzenegger es hoy gobernador del Estado de California, un Estado muchísimo mayor que Madrid, gracias entre otras cosas a que el cartel, el eslogan, la publicidad, han desterrado los argumentos. Sólo así se puede entender que en tiempo de ruina económica su electorado haya recurrido a un indocumentado para que le arregle la situación.
Madrid no sufre una crisis como la de California, quizá porque la crisis moral y de decencia política que sufre nuestra Comunidad precedió allí a la de los dineros y sus perversiones, y no quieren arreglarla, pero los ciudadanos de aquí van a las urnas en una situación de anormalidad y de crisis provocada por la indecencia. Y Madrid no es California, ni Fausto Fernández, Rafael Simancas o Esperanza Aguirre son, para nuestro bien, Arnold Schwarzenegger. Ni el alma de Schwarzenegger tiene que ver, para su bien, con la de Eduardo Tamayo.
Pero entre su campaña y la madrileña sí parece haber algo común: la decisión del Partido Popular de que la propaganda impere con sus argucias sobre el poder de las razones expuestas, a fin de que los ciudadanos no piensen y decidan, después de haber comprobado que no todos son iguales, como con razón dijera Mariano Rajoy.
Rajoy no quiere contrariar los sondeos que al día de hoy confirman que Aguirre será la nueva presidenta de Madrid y, aunque son los ciudadanos los únicos que pueden modificar esta anunciada realidad, una sociedad desarmada, bien por desilusión o por hastío, suele ser una gran aliada de la derecha. Sus electores más incondicionales no le piden cuenta de aquellos yerros que asumen como normales o que simplemente consideran pequeños desvaríos humanos. Y en este sentido, y por poner un ejemplo notorio, Ricardo Romero de Tejada, secretario general de los populares madrileños, con sus olvidos, sus mentiras, sus empleos camuflados, sus compras de voluntades o sus escarceos urbanísticos, no es otra cosa que uno de ellos con pecados veniales.
En cambio, la pareja motivadora de que la derecha pueda al fin hacerse con el gobierno de la Comunidad de Madrid pertenecía a la lista del Partido Socialista Obrero Español, pero el PSOE parece que no hubiera conocido a su Eduardito y a su Teresita hasta que faltaron a la cita de la Asamblea y los descubrieron recluidos en un hotel preparando este cocido.
Tamaña ingenuidad puede inducir a algunos a castigar a los socialistas, bien por ingenuos o por falta de contrición, que les ha faltado, pero castigarlos favoreciendo a la derecha con la abstención puede ser tan legítimo como absurdo.
Los enrocados en la abstención necesitan pensar y hablando es posible que se entienda la gente. Pero, precisamente por eso, los expertos en campañas -y Mariano Rajoy tiene experiencia en propaganda- le hurtan al ciudadano el debate público que le podría llevar a pensárselo.
Para pensárselo, incluso para decidirse a votar a Eduardo Tamayo y María Teresa Sáez, que se necesitan agallas, sería útil un debate. Pero comprendo que a Mariano Rajoy le entre la risa si se le propone la discusión televisiva entre la aristócrata que figura en sus carteles y los desaliñados de la izquierda: ésta es una propuesta muy antigua y, aunque tampoco Mariano Rajoy es Arnold Schwarzenegger, ni todo lo contrario, se tiene por moderno. Está maravillado con el modelo americano y seguro que Esperanza Aguirre sueña ya con un fin de semana en un rancho como invitada de Schwarzenegger.
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