Un país de países
El autor aboga por superar las limitaciones estructurales de la eurorregión del arco mediterráneo ante el reto de la ampliación
Toda nueva Constitución anuncia normalmente el nacimiento de un nuevo país. En este caso, si se quiere, un país de países. Cual aquella inspirada "cançó de cançons" de Raimon, Europa compone su país de países. Una Europa unida, que busca su razón de ser en sus diferencias pero que necesita, tras la ampliación, replantear su futuro. Una Europa que en mayo de 2004 será de 25 países miembros y 100 regiones partícipes. Que pasa de 380 a 450 millones de habitantes, y que en 2007 tendrá 500 millones, contando con los de Bulgaria y Rumania. Que se sitúa demográficamente en el tercer lugar del mundo, tras China e India, y en el primero por producto interior bruto (PIB), por delante de los EE UU.
"La lejanía de nuestro territorio de la Europa del Este es otra dificultad adicional"
Este nuevo marco obliga a competir internamente con los países de la ampliación, cuya renta media per cápita se sitúa en el 44% de la media de la Unión Europea, nunca tan baja en anteriores ampliaciones, y donde alemanes, italianos y escandinavos, entre otros, se ubican estratégicamente para conquistar sus mercados, mientras las grandes ciudades europeas, Berlín, París, o Londres, se disputan la hegemonía de las decisiones políticas. Entretanto las empresas tienen que continuar creciendo, incrementando la ocupación pero sin perder productividad, invirtiendo en investigación y desarrollo, e internacionalizando más sus productos para mantener los niveles de competitividad alcanzados.
El Institut d'Economía i Empresa Ignasi Villalonga ha organizado un encuentro sobre la competitividad empresarial de la nueva Europa en el marco de la eurorregión del arco mediterráneo (Euram). En su análisis se desprende que para mantener los niveles alcanzados por los 17 millones de ciudadanos que habitamos en esta eurorregión, que alcanzamos un PIB equivalente a la tercera parte de España y que superamos el 40% de sus exportaciones, es necesario mejorar el sistema de infraestructuras e incrementar el saldo fiscal desfavorable respecto a la inversión pública estatal.
La comprensión de las nuevas circunstancias que afectan a la economía de cada una de las regiones, tras la ampliación de la EU, no sólo es conveniente sino necesaria. No hacerlo sería un ejercicio de dejación política, y empresarial en su caso. Por el contrario, la profundización en las relaciones entre los componentes de esta eurorregión coincide con los planteamientos de actualización de los instrumentos legislativos europeos, de los cuales la Constitución, que la Conferencia intergubernamental de Roma ha permitido avanzar, es piedra fundamental.
Estar presentes en estos temas, con la coincidencia de regiones próximas, no sólo permite replantear las reformas iniciadas, como es el caso de la política agraria común, sino participar en el debate sobre el sistema de distribución de fondos regionales, que Romano Prodi ha cuestionado en base a las necesidades de los países del Este y en función a los proyectos de excelencia investigadora, o del sistema de comunicaciones o relaciones exteriores de una Europa ampliada.
La competitividad hoy, como señalaba Ernest Reig en el citado encuentro, es la habilidad de generar niveles altos de ingresos y ocupación en una nueva situación de mayor competencia internacional. La eurorregión del arco mediterráneo, se quiera o no, disfruta de unas características diferenciales que necesariamente deben ser tomadas en consideración a la hora de diseñar unas líneas de política económica, en una Europa de 100 regiones. En particular, disfruta de un grado de apertura internacional superior al 50%, lo que hace exigible superar unas limitaciones estructurales que pueden condicionar la productividad de sus sectores industriales autóctonos.
La formación del capital humano, y la falta de las infraestructuras necesarias son todavía retos pendientes que influyen sobremanera en la competitividad de nuestra economía. Respecto al capital humano, cuya inversión es política, económica, y socialmente rentable, tiene pendiente la adecuación a nuestro tejido industrial y la asimilación de una nutrida inmigración. En cuanto a la concepción radial de las comunicaciones españolas, única en su género entre las europeas, está periclitada tanto políticamente, por el Estado de las autonomías, como económicamente, por cuanto la exigencia de las conexiones europeas lleva consigo el establecimiento de redes amplias y ágiles de cooperación empresarial intra e interregional. Además la lejanía de nuestro territorio de la Europa del Este es otra dificultad adicional. De poco sirve en la nueva Europa que vamos a inaugurar una conexión radial, sin una red permanente que, evitando tasas de peaje, prosiga la eficacia de las conexiones tras alcanzar la región vecina.
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