Michael Schumacher, el más grande
Octavo en el GP de Japón, el alemán logra su sexto título mundial, supera a Fangio y se convierte en el piloto más laureado
Como Michael Schumacher, ninguno. Jurará la historia que allá en los años 50 un argentino cuarentón, Juan Manuel Fangio, dinamitó los registros hasta entonces existentes acumulando cinco títulos mundiales en sus ocho años de carrera. Recordará la historia también a otro puñado de pilotos míticos, con Jackie Stewart, Niki Lauda, Alain Prost o Ayrton Senna a la cabeza. Pero desde ayer nada será lo mismo. Desde ayer, la historia de la fórmula 1 tendrá un antes y un después de Schumacher, que conquistó su sexto título y, por el mismo precio, ya sin discusión, se hizo con el galardón del mejor de todos los tiempos.
Cuarenta y seis años después de que, en 1957, Fangio lograra su quinto mundial, Schumacher le desalojó definitivamente del libro Guiness de los récords. Estaban igualados a entorchados, cinco por barba, pero el alemán deshizo el empate en el Gran Premio de Japón, la última carrera de la temporada. No lo consiguió exhibiéndose, peleando por la victoria. Ni siquiera se asomó nunca a los primeros puestos. No lo necesitó.
Barrichello, el ganador, probó en Suzuka ser el mejor lugarteniente que 'Schumi' pudo imaginar
Le bastaba a Schumacher con conseguir un punto, para lo que le era suficiente acabar el octavo, o, en su defecto, que el finlandés Kimi Raikkonen no lograra la victoria. Fue octavo Schumacher y su único rival no pudo superar a Rubens Barrichello, compañero del campeón en Ferrari, el mejor lugarteniente que jamás pudo imaginar.
Schumacher no ganó el título ayer, aunque así lo refleje el libro de ruta. Lo ganó en anteriores carreras, cuando venían mal dadas. Cuando atrapaba un quinto puesto aquí o un séptimo allá mientras otros se hinchaban de gloria en el podio. Cuando oía decir que el relevo estaba preparado, que la jubilación acechaba, que ya no era el mismo. Veía cómo el joven Raikkonen y el no tan joven Juan Carlos Montoya le acechaban en la clasificación general engordando sus sueños de pasar a la historia como el héroe que destronó al emperador, casi nada. Schumi, mientras tanto, hacía sus cuentas. Dos puntos hoy, tres mañana...
Tras un inicio de temporada descorazonador -no subió al podio hasta la cuarta carrera-, Schumacher dio un soberano golpe de autoridad encadenando tres triunfos consecutivos (San Marino, Barcelona y Austria). Eso le sirvió para escaparse en la general y deshacerse de cualquier urgencia.
En el tramo final también tuvo que apretar. Schumacher parecía conformarse con acabar las carreras (cuarto en Inglaterra, séptimo en Alemania y octavo en Hungría) y aquello disparaba las expectativas de los aspirantes. "Puedo con él", declaraba un desafiante Montoya. Alguna voz sensata se alzaba en el pelotón: "No me hagas reir", decía Fernando Alonso cuando era preguntado al respecto y no había micrófonos por medio. "El título es de Michael", sentenciaba.
Llegó el GP de Italia y Schumacher ganó. Y el de Estados Unidos, y ganó. Una carrera quedaba, la de ayer, y para que no fuera campeón tenían que coincidir dos circunstancias: su siniestro total y el triunfo de un corredor como Raikkonen, que, al fin y al cabo, de las 15 pruebas anteriores sólo había ganado una, la de Malaisia.
En la víspera, la lluvia relegó a Schumacher a un tormentoso 14º puesto en la parrilla de salida, pero tampoco le fue de maravilla al finlandés, que salió el octavo. Barrichello logró la pole position y eso llevó la tranquilidad a Ferrari. Mientras el brasileño encabezara la prueba, el campeón sería Schumacher pasara lo que pasara por detrás.
Y Barrichello, Rubinho que le llaman, aunque algún rotativo italiano, enfadado quizá por sus últimos resultados, le bautizara como Burrinho, hizo una carrera sensacional, intratable de principio a fin. Y eso que varias circunstancias hacían creer en la proeza de Raikkonen. Montoya tuvo que abandonar por un problema en el motor cuando viajaba el primero y lo mismo le ocurrió a Alonso, segundo por entonces. Antes de ello, en la sexta vuelta, Schumacher, que ya había adelantado tres posiciones (era el undécimo), rompió el alerón delantero al tocar el coche del japonés Sato. Tuvo que detenerse para reparar la avería.
Pero Ferrari, que, además del de pilotos, se jugaba el título de constructores, que también conquistó, movió sus piezas con maestría, acostumbrado como está a desafíos de este tipo. Lanzó a Barrichello, que alcanzó una ventaja de 25 segundos sobre Raikkonen. Y así, en la segunda parada en los boxes del brasileño, consiguió que éste entrara en la pista antes que el finlandés, que aún debía detenerse. Por si no fuera suficiente con asegurar la primera plaza, Schumacher alcanzó la octava a 13 vueltas del final. El título estaba, así, atado por todos los lados entre el jolgorio de los parroquianos que hasta Suzuka se acercaron, testigos directos de un día inolvidable: aquél en el que Michael Schumacher se convirtió, por si había dudas, en el más grande entre los grandes.
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