Distante, pero cercano
Tras su careta de frío y calculador, Schumacher esconde un carácter detallista con sus compañeros y apasionado con su familia
Sí; cuando se pone el casco y se sube a su ferrari, se transforma en un ser esencialmente mecanizado, concentrado en su trabajo y con capacidad para responder con rapidez a cualquier estímulo externo que pueda llevarle a ganar una carrera. Parece una especie de robot indestructible que se supera a sí mismo frente a las dificultades. En este sentido, puede parecer frío y calculador. Distante, incluso. En realidad, muchos tifosi que le persiguen habitualmente en los circuitos o en los actos públicos para conseguir su autógrafo tienen la sensación de que es arrogante. Pero la realidad de Michael Schumacher, séxtuple campeón mundial de la fórmula 1, es sustancialmente distinta a todos esos estereotipos. El alemán, que, a sus 34 años, ha batido todos los registros y dejado atrás el récord de cinco títulos del legendario argentino Juan Manuel Fangio en el decenio de los 50, es un ser confidencial, detallista con sus compañeros de profesión y que siente una pasión desbordante hacia su familia.
"Ha hecho desplantes, pero sólo para protegerse. Es entrañable", le defiende su portavoz
"Hay muchas ocasiones en que le ves y crees que parece demasiado perfecto. Te preguntas si es hipócrita", confiesa Marc Gené, que compitió con él desde la humildad del equipo Minardi y ahora es piloto de pruebas de BMW Williams; "pero me gusta no sólo como piloto, sino también como persona. Nunca olvidaré que, cuando gané mi primer punto en la F-1, en 1989, Mika Hakkinen [finlandés] y él fueron los primeros en venir a felicitarme en la siguiente carrera. Eso le define como persona. Conmigo siempre se ha mostrado muy correcto. Hasta me parece bastante humilde".
No es una opinión dispar. Al contrario, quienes conviven con Schumacher aprecian más ese tipo de detalles humanos o profesionales que los desplantes que a veces es capaz de realizar. "Es cierto que los ha hecho", reconoce Sabine Klemm, su jefe de prensa personal; "pero es sólo para protegerse. Para mí, es un personaje entrañable. Siente una auténtica devoción por su familia y sus amigos".
Por contra, no piensan lo mismo algunos de los aficionados que cada año se concentran una noche al pie de la pista principal de Madona de Campiglio, donde se reúne el equipo Ferrari antes del inicio de la temporada, para presenciar la última bajada con antorchas. Soportan el frío estoicamente a la espera de algún gesto del campeón. Pero suele pasar de ellos: se sube directamente a su coche y se va al hotel. "Cuando aparece, es la vorágine", le defiende Sabine, "y más en Italia".
Capaz de ser el profesional más amable durante una entrevista y de no reconocer al periodista cinco minutos después. Así de visceral es Schumacher. Y no sólo con quienes fluyen a su alrededor, sino también con su propia familia. En 1997 tuvo un altercado con su hermano, Ralf, ahora piloto de BMW Williams, que les mantuvo distanciados cierto tiempo. En Nurburbring, un error de Ralf en la conducción de su bólido provocó un accidente en el que se vio involucrado Michael. Fue una situación grave porque Schumacher estaba luchando por el título mundial y dejó escapar allí bastantes de sus opciones en beneficio de Jacques Villeneuve, el campeón al final. A Michael no le gustó, pero su esposa, Corinna, mantuvo con Ralf una relación tensa durante seis meses. Sin embargo, el divorcio de sus padres, en 1998, volvió a fortalecer sus lazos. "A Ralf aquello le afectó especialmente. Estaba muy ligado a su madre", comentaron entonces sus amigos; "Michael no la necesitaba tanto, pero se sintió mucho más cerca de Ralf. Su relación se hizo más íntima".
Después, cuando su madre sufrió este año una caída fortuita en su casa que acabó produciéndole la muerte, los dos hermanos viajaron juntos desde San Marino hasta Alemania tras los entrenamientos clasificatorios del sábado. Fue la última vez que la vieron. El domingo, Elizabeth, de 55 años, falleció horas antes de la carrera de Imola. Pero tanto Ralf como Michael decidieron disputarla. Michael ganó y lloró en el podio. Pero allí demostró a todos hasta qué punto le importa su trabajo. Sólo hay una cosa que le preocupa más:su propia familia: Corinna y sus dos hijos: Gina María, de seis años, y Mick, de cuatro. A ellos les dedica todo su tiempo libre. Y lo busca viajando con un avión privado y alejándose de todo lo que rodea a la F-1 en sus mansiones en Suiza o Noruega.
Schumacher tiene todo lo que un hombre puede desear: dinero -gana unos 60 millones de euros anuales-, bienes materiales -jet privado, varias casas, dos ferrari, un lancia y un fiat 500 de coleccionista- y una familia que le adora. "Lo que más aprecia", prosigue Sabine, "es la libertad y la independencia que el dinero les da a él y sus hijos".
"Es una persona mucho más cálida de lo que parece", asegura Pedro de la Rosa, ex piloto de F-1 y ahora probador de McLaren Mercedes; "un ser muy familiar, que protege a los suyos: me lo contó Verstapen, que va de vacaciones con ellos. Yo mismo pensé que era distante, pero, cuando llegué a la F-1, se acercó y me dijo: 'Bienvenido'. Y en varias ocasiones me felicitó por algún detalle que había visto en la televisión o los circuitos. Al final, resulta entrañable".
"Lo que todo el mundo se pregunta es por qué sigue, si ya lo tiene todo", agrega Gené; "¿por qué no lo deja ahora que está en la cumbre y que, al parecer tiene presiones de su esposa en ese sentido?".
Pero Michael es Schumacher y lo ve de otra forma: "He nacido para competir y, mientras pueda pilotar un coche de carreras, me sentiré motivado para seguir".
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