Ahora, la orquesta
Comenzaba la era Pons para la Orquesta Nacional y, quién más quién menos, parecía que íbamos a escuchar a la Filarmónica de Viena, repletos de buenas intenciones, preparados para lo mejor por la lluvia mediática de estos días, animándonos los unos a los otros como quien empieza una aventura que tiene que acabar bien porque ya va siendo hora. Confiando en lo buen maestro que es el nuevo titular, en que sus ideas sobre el asunto se verían desde el primer momento, necesitados de recuperar la ilusión tanto tiempo perdida a lo largo de los vaivenes de una orquesta demasiado conocida por sus líos, abonados y curiosos -lleno hasta la bandera- esperaban ansiosos unos resultados que ni pueden pedirse aún ni habrán de darse de la noche a la mañana. Pons dejó claro que comprende perfectamente una obra tan difícil como la Tercera Sinfonía, de Mahler, llena de complejidades, de carga emocional, de argumentos personales, de músicas dentro de la música. Una obra que requiere una preparación intensa, una concentración máxima -cómo, si no, darle continuidad a ese primer movimiento en el que los silencios y las transiciones son decisivos-, de un virtuosismo pleno por parte del conjunto orquestal y de muchos de sus miembros cuando deben intervenir a solo. El catalán es un músico de los pies a la cabeza y su Mahler tiene enjundia, como lo demostró, sobre todo, en el primer movimiento, en el lied magníficamente cantado por Jennifer Larmore y en la forma de plantear el prodigioso tiempo final, una de las cumbres de toda la obra de su autor.
Orquesta Nacional de España
Josep Pons, director. J. Larmore, mezzosoprano. 'Tercera sinfonía' de Mahler. Auditorio Nacional. Madrid, 10 de octubre.
Bien, y dicho esto, ¿por qué el resultado no fue redondo? Pues, simplemente, porque la Orquesta Nacional de España no ha cambiado sustancialmente, porque es la misma que durante años nos ha acostumbrado a la de cal y a la de arena, porque aún está sin trabajar suficientemente con arreglo al criterio de su nuevo director y porque, reconozcámoslo, no es una orquesta de primera fila. Eso es lo que se nos había olvidado antes y se encargaron de recordarlo el flügelhorn interno, que las pasó canutas precisamente porque su parte es muy difícil, y trompetas y trombones rompiendo con su desdichada entrada -y en qué momento- la delicada construcción que Pons iba proponiéndonos del último movimiento y terminando, así, con un sortilegio que no había podido quebrar ni el teléfono móvil que sonó poco antes. La impresionante coda, perdida la devoción, pasó sin pena ni gloria. Sólo la cuerda parece haber ganado en expresividad -excelente la sección de violonchelos y el concertino Sergéi Teslia- con respecto a lo escuchado la temporada pasada. Cumplieron el Coro Nacional y los niños de la Escolanía de Nuestra Señora del Recuerdo. A Pons le aguarda un trabajo arduo. En él se ha encontrado un maestro. Ahora le toca a la orquesta.
Babelia
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