¿Conduce el separatismo nacionalista al terrorismo?
Muchos responderían a bocajarro que sí. Ahí están los ejemplos, desde el vasco al punjabí y desde el quebequés al checheno. Pero la realidad es que no. Para ser más precisos, que no necesariamente. Los movimientos nacionalistas, es cierto, suelen contar con organizaciones políticas cuyo objetivo declarado es separar determinados territorios y poblaciones de la jurisdicción o jurisdicciones estatales a que formalmente pertenecen. Esa ambición consiste a veces en establecer una nueva entidad estatal y otras en la incorporación tanto de aquellas tierras como de sus habitantes a alguna ya existente. Independentismo e irredentismo, modalidades del separatismo nacionalista que a menudo se solapan y confunden, implican desde luego que la legitimidad del Estado al cual pertenecen como súbditos o ciudadanos quienes hacen suyos esos planteamientos es cuando menos deficitaria. Ello puede deberse a razones tan variadas como reminiscencias premodernas en la cultura política, mal funcionamiento de las administraciones públicas o sencillamente represión gubernamental. Esta precaria aceptación del orden político existente quizá afecte a una pequeña proporción de quienes constituyen una determinada minoría o, por el contrario, a un amplio porcentaje de la misma. Sin embargo, que las organizaciones políticas de índole independentista o irredentista desarrollen campañas de terrorismo es algo más bien infrecuente. Considerado en perspectiva comparada, no existe un nexo causal ineludible entre el separatismo nacionalista como expresión de descontento político, malestar socioeconómico o ansiedad identitaria y la violencia terrorista.
Hay, claro, un número nada desdeñable de casos en los cuales se ha utilizado el terrorismo en pos de fines propios de un separatismo nacionalista. Las ideologías que subyacen a dicha orientación política y los movimientos sociales que la expresan no siempre son inmunes al señuelo de los explosivos y las pistolas. De hecho, a finales de los sesenta se inició una oleada de terrorismo que probablemente se encuentra ahora en sus últimos estadios y ha sido protagonizada en buena medida por radicales nacionalistas de orientación separatista. Las estructuras sociales y complejidades económicas asociadas con la modernización ayudan en parte a entender por qué determinadas organizaciones independentistas o irredentistas formadas en algunos países europeos y norteamericanos adoptaron el terrorismo como parte de sus repertorios de acción colectiva. Al compás de la globalización, una serie de movimientos separatistas activos en la periferia del sistema mundial han emulado luego ese modelo o recurrido sistemáticamente a dicha violencia. Pero los antecedentes de aquella oleada de terrorismo nacionalista separatista y por extensión del uso que ha registrado luego en otros lugares del planeta se remontan a los años cuarenta y cincuenta. Concretamente, al uso de la violencia terrorista en el curso de exitosas insurrecciones contra la dominación colonial acontecidas durante esos decenios. Es así como el terrorismo perpetrado en centros urbanos se convirtió en referencia. Pasó a ser considerado un medio económico y eficaz para erosionar autoridades establecidas, publicitar demandas o internacionalizar conflictos.
En la eventual propensión del separatismo nacionalista a practicar o tolerar la violencia terrorista parecen influir, por otra parte, los contenidos específicos de la doctrina que lo fundamenta. Así, los independentismos e irredentismos que descansan sobre un nacionalismo étnico se mostrarían más dispuestos a adoptar el terrorismo que aquellos inspirados en un nacionalismo cívico. Este último apela a tradiciones políticas compartidas, instituciones y valores diferenciados, de suerte que la adscripción a una nación depende de la lealtad política y se adquiere mediante el nacimiento o una residencia prolongada. En cambio, el nacionalismo étnico enfatiza elementos primordiales como raza, lengua o religión, a menudo solapados entre sí, pretendiendo que sean éstos los que determinen a quién puede atribuírsele una nacionalidad y a quién no. Al mostrar en la práctica una disposición más excluyente y menos comprensiva hacia las identificaciones múltiples o la convivencia multicultural, los idearios propios del nacionalismo étnico, con frecuencia imbuidos de una mística belicosa, son particularmente propensos al empleo del terror contra quienes señalan como enemigos de la patria. Y eso tanto en el poder como desde la oposición. A diferencia de lo que es propio de un nacionalismo cívico, el nacionalismo étnico concede prioridad a la reivindicación de demandas colectivas en detrimento de los derechos humanos y de las libertades fundamentales.
No es casualidad, por consiguiente, que la mayoría de cuantas organizaciones terroristas de orientación independentista o irredentista hemos conocido a lo largo de los últimos tres o cuatro decenios, por no decir que todas las más persistentes y mortíferas, estuviesen inspiradas por nacionalismos étnicos transformados en ideologías de la violencia. En cambio, la incidencia del terrorismo secesionista a partir de sectores nacionalistas donde predominan los idearios cívicos ha sido nula o muy episódica. Con todo, más allá de condiciones permisivas y subculturas favorables a la práctica del terrorismo con fines propios de un separatismo nacionalista, es difícil sostener relación alguna consistente entre dicha violencia y, por otra parte, indicadores como los de bienestar social o desarrollo económico. En unos casos, el terrorismo independentista o irredentista ha surgido a partir de colectividades en situación objetiva de privación respecto a otros grupos raciales, territoriales, lingüísticos o religiosos existentes dentro de unas mismas fronteras estatales. En otros, las campañas de terrorismo han sido emprendidas por separatistas radicales provenientes de minorías a todas luces opulentas si se las compara con el conjunto de la población del mismo país o con agregados sociales de similares características en otros países.
El hecho es, de cualquier modo, que la formación de organizaciones independentistas o irredentistas especializadas en la práctica del terrorismo suele estar precedida por movilizaciones pacíficas desarrolladas en el mismo entorno ideológico del que emanan las violentas. Toda una larga serie de circunstancias pueden entonces precipitar la opción terrorista, desde una represión gubernamental desmesurada del separatismo nacionalista, como ocurre en las dictaduras, hasta su propio fracaso en alcanzar posiciones de influencia por medio de procedimientos convencionales; por ejemplo, a través de la participación electoral. Aunque resulta curioso e inquietante comprobar, a este respecto, que tampoco existe una relación obvia entre el mayor o menor monto de voto favorable al separatismo nacionalista y la aparición de un terrorismo independentista o irredentista. Es mucho más verosímil, eso sí, que la decisión de introducirse por los derroteros del terrorismo se tome en el contexto de regímenes autoritarios. Pero bien sabemos que no es impensable en el marco de las democracias liberales, siendo las de tipo mayoritario más vulnerables que las consensuales al estar estas últimas mejor dotadas para regular conflictos sociales y prevenir estadios de radicalización que pudieran desembocar en terrorismo.
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