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DE LA NOCHE A LA MAÑANA
Columna
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Vísperas sicilianas

Las tensiones en el partido que gobierna esta comunidad devastada no habrán de hallar sosiego hasta que se admita que el modelo zaplanista de gestión ha sido tan terrorífico como improductivo

Cambiar de sitio

Cómo decirle a Francisco Camps que el asunto no va de recuperar los restos arqueológicos y demás huellas históricas para reinstaurar una armonía que su partido dio por concluida. Por ese camino se puede reintegrar a la valencianía oficial -una vez pasadas las elecciones de marzo- a Joan Fuster, Vicent A. Estellés y Sanchis Guarner, meritoria tripleta central de un intelecto poco orgánico empeñado en recuperar las señas de identidad. Es posible que en abril se esté en condiciones de rescatar todo eso y mucho y más. Pero si va en serio, habrá que admitir que ya no estamos en la discusión de la existencia o no de una burguesía valenciana ni en la vindicación de la obra de un poeta que lo pasó mal en el franquismo. Bien está el homenaje hacia las víctimas de un periodo atroz, siempre que sea el primer paso para resolver, desde el Gobierno, las atrocidades que ahora ocurren cada día.

Elia Kazan

Decía Orson Welles que lo peor de los que denunciaron a sus amigos cineastas ante el Comité de Actividades Antinorteamericanas (ahora todas lo son, según el pequeño de los Bush y el mediano de los Jiménez Losantos) es que delataron para conservar sus piscinas. Elia Kazan escribió en su ambigua autobiografía que no se arrepentía de haberlo hecho, sino de haber sido comunista. Como si renunciar a una creencia implicara llevar a la ruina a los amigos. Como cineasta, Elia Kazan era bueno, a veces bastante bueno, aunque pelín amanerado en la dirección de actores. Al frente del Actor's Studio neoyorquino llenó de insoportables tics a sus alumnos, que fueron yendo a más a medida que olvidaban lo allí aprendido. Una vida cumplida la suya, sin duda. Moteada por esos pecadillos de mediana edad que hacen de la vida restante una mezcla de desasosiego y amnesia selectiva.

Bien estar social

Lo contaba hace algunos días Jaime Prats en estas páginas. Los apuros de un montón de familias excluidas que de pronto se quedan sin percibir las ridículas ayudas que les permiten llegar al tercer día de mes. Es fácil imaginar las consecuencias, aunque mucho más difícil ponerse en el lugar de quienes las sufren. El hambre es algo más que las ganas de comer. Demagogia pura, por supuesto. Aquí se funden varios millones en el montaje teatral de una trilogía de Valle-Inclán, que se murió con lo puesto, o se pintarrajean las tapias de los solares del barrio antiguo, en lugar de rehabilitar la zona, para una Bienal de sofoco por la inanidad de sus desvergonzadas ocurrencias, y no pasa nada. No hay dinero para remediar situaciones desesperadas, pero se tira de chequera pública en la autopromoción de filfas tan estrafalarias como millonarias. Y casi ningún artista, por no mencionar lo que queda de la sensatez del empresariado, se atreve a sugerir que esa boquita no es la suya.

Tierra de faraones

Una de las muchas argucias de Eduardo Zaplana para alcanzar la presidencia de la Generalitat y mantenerse en ella mientras le pareciera conveniente fue arropar sin complejos toda clase de macroproyectos, algunos de ellos más bien estrafalarios, como si la urgente necesidad de inventarse una mítica particular figurase en el orden del día de las necesidades prioritarias de los valencianos. Para ello fue preciso implicar a muchos y muy diversos estamentos de nuestra sociedad, desde los empresariales hasta los estrictamente banqueros, pasando por los artísticos y estéticos en general, y sobre todo fue inevitable generar una deuda institucional que constituye el único récord obtenido bajo su presidencia. Ahora pintan bastos, y más allá de las tensiones que todo ello genera en el interior del PP valenciano, el ciudadano se pregunta -entre curioso y estafado- cómo van a salir de tanto enredo.

El espectáculo

Bigas Luna -esa ironía afable- no se ha cortado un duro al potenciar el tremendismo de las Comedias bárbaras de un Valle-Inclán desaforado que ajustaba las cuentas con un siglo recién parido. Hasta ahí nada raro, ya que nadie puede montar esa barbaridad para convertirla en un juego vaporoso de humor blanco. Lo raro era la actitud del público del estreno, entre el que figuraba la plana mayor de los políticos en el poder, aplaudiendo a rabiar tras el oscuro final de un montaje irreverente en el que sucede precisamente todo aquello que esa gente detesta. Es posible que los poderes del arte obren milagros de esta naturaleza, aunque acaso más de uno haya corrido al confesionario para explicitar su culpa, lo que siempre será más conveniente que la prohibición de esta clase de obras. Ese sería el hallazgo de Bigas Luna. Obtener de un auditorio contrario a sus principios el mayor de los parabienes.

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