_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Niños

Los niños son inocentes. Nunca el tópico se identificó tanto con la verdad: hasta el más ruin de los niños es inocente. En Madrid, en los últimos días, se ha vulnerado su inocencia. Quizá no más que siempre, pero sí de manera más explícita. Pasa mucho, seguro, por eso tantos adultos arrastran consigo a duras penas al niño vulnerado que una vez fueron: y el niño vulnerado pasa a ser un adulto irredimible. Y así estamos, en esta absurda pelea de gigantes con los pies sucios del barro de la infancia.

Hace unos días, la policía detuvo a unos cuantos niños de la llamada banda del pegamento. La detención de esos niños coincidió, como si pudiera ser casualidad, con otros dos asuntos de impacto mediático: el rescate (o captura), en las Costas de la Muerte del Sur, de un nutrido grupo de niños desnutridos que trataban de arribar en patera a esta engañosa y mafiosa orilla, y la compra por los Legionarios de Cristo del Colegio Virgen del Bosque de Villaviciosa de Odón. Tres noticias relacionadas entre sí por el cordón umbilical de la inocencia de los niños y por la injusticia estructural y la manipulación cruel que rige sus destinos: los del mundo.

¿Qué perversa relación existe entre la información de la llegada en patera de ese alijo infantil y la noticia de la detención de nuestros niños de la calle? Parece que aquellas imágenes televisadas de niños ateridos sensibilizaron a una cadena que no se ve dónde comienza pero acaba en la opinión pública. Lo asombroso es que la desgracia de los de la banda del pegamento no se hubiera interceptado antes. Por el centro de Madrid los hemos visto mil veces, sucios, solos, abandonados de la mano de ese Dios cuya paternidad esgrimen los Legionarios de Cristo cual prueba irrefutable de ADN. Cuántas veces nos habremos preguntado cómo era posible que siguieran un día más allí, apostados en las esquinas de la plaza de Chueca, juntos como cachorros huérfanos, noctámbulos como alimañas. Cuántas veces nos hemos preguntado por qué no había una intervención protectora sobre ellos, si los vecinos de Centro los vemos, los conocemos, los padecemos, los compadecemos. Hielan la sangre esos niños. Y no por su violencia, por sus atracos, por su incómoda presencia (que también: ellos son sus primeras víctimas). Sobrecoge toparse con ellos por el gesto recurrente de su mano a la cara, por esa aspiración continua de la destrucción, por su inocencia envenenada mucho antes de un pegamento que no es causal.

¿Por qué se actúa de vez en cuando y no de inmediato, y siempre, sobre esa inmoralidad? ¿Por qué se permite la existencia de esa vergüenza? Aceptando que la policía sea el instrumento necesario, un eslabón más de la cadena, no es precisa una intervención meramente policial, sino de las más altas instituciones: internacional, estatal, gubernamental, vecinal, de naturaleza ideológica, de índole moral. Es un fracaso de nuestra especie que los niños sean desechos humanos con diez años. ¿Dónde están los Asuntos Sociales, cuáles son? ¿Y qué sabemos de los niños detenidos? ¿Qué se les da? No supimos más de ellos, no tenemos esa información: las calles más limpias y el corazón y la conciencia, sucios.

Al tiempo que sucedía todo esto, los Legionarios de Cristo perpetran un golpe de Estado educativo. Es la línea gubernamental. La "enseñanza aconfesional, de la capacidad de análisis y crítica propia del racionalismo, del respeto a los demás propio del racionalismo", como en una carta a este periódico definían unos padres el colegio Virgen del Bosque antes de ser comprado por los ultras del catolicismo, se ha visto violentada, como antes se ha visto violentada la propia Constitución cuando la reforma educativa ha elevado la Religión Católica a rango de asignatura prioritaria. La línea gubernamental: primero, la infiltración; después, el ordeno y mando; después, la impregnación. Los Legionarios de Cristo, presentes en los gobiernos central, autonómico y municipal, quieren que los niños tengan una buena educación: apenas superada la discriminación de género, separar a hombres y mujeres; y, si es posible, que se casen entre ellos, cachorros perfumados de pecado. Inocentes también. Culpables ya, como los del pegamento. Y éstos, ¿con quién se casarán?

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
SIGUE LEYENDO

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_