Amor nuevo y duro
La comedia es ligera; el amor es duro. Ligera, digo de ésta, por la facilidad con que se expresa y se desarrolla, porque parece todo como una broma y es una gran crueldad. Empieza así, jugueteando, con un flirt sexual de jóvenes muy jóvenes -universitarios-, como los de los amores de paso; termina con un hombre solo, llorando por lo perdido, después de un monólogo didáctico y algo malvado: la actriz. Maribel Verdú habla al público como una conferenciante. El texto que dice es una crítica de sí misma -del personaje- y del desarrollo de las cosas. La forma, el sentido, el molde de las cosas: The shape of
things, título original, es una frase hecha en inglés, difícil de traducir, pero de ninguna manera como Por amor al arte: algún defecto tenía que tener esta versión limpia y pura. Quizá, también, el de hurtar algo la dureza original de un comediógrafo, dramaturgo o trágico como es La Bute; y guionista, actor, director de cine. De escuela: graduado en cine y teatro. Y mormón: no sé para qué, ahora que ya no son polígamos. Me sentía en el teatro como en una obra de un Bernard Shaw resucitado y readaptado al nuevo tiempo; un poco más dura, porque da la sensación de que a este La Bute sus personajes le son odiosos.
Por amor al arte
The shape of things de Neil LaBute, versión de Luis Colomina y Gerardo Vera. Intérpretes, Maribel Verdú, Juanjo Artero, Cristóbal Suárez, Beatriz Santana. Vestuario, José Juan Rodríguez. Iluminación, Juan Gómez Cornejo. Escenografía y Dirección, Gerardo Vera. Teatro Albéniz.
Lo son, a pesar del mimo que tenemos por ellos y por sus intérpretes. Hay dos chicos, dos chicas: uno de los muchachos vive y se acuesta feliz con una de ellas, y lo vemos (no en vivo, pero sí en un vídeo de proyección grande); tiene lo que en este idioma llamamos un desliz con la otra, y todos se destrozan entre sí. La segunda pareja rompe su previsto matrimonio, la primera muchacha deja solo a su chico: para siempre. Es al que veremos llorar y a algunos espectadores -quizá yo mismo; también hay críticos sentimentales- se les -nos- parte el corazón. Puede que por eso me parezca que la interpretación mejor la de este desgarrado Juanjo Artero; pero también me dio la sensación de que el público le prefería en los saludos finales (un día de representación normal); sin desdeñar a Maribel Verdú, que había sido ya aplaudida en el monólogo bien dicho, ni a los otros dos, que en realidad están un poco abandonados por el autor, o los utiliza como los inocentes rotos por el culpable.
El diseño de esta versión es, lógicamente, el de aproximar a España lo que ocurre en el original que los pone en una ciudad universitaria. Las palabras son a veces fuertes, pero ya la burguesía está acostumbrada. Había jóvenes en el teatro, y algo debían reconocer de sí mismos o de sus compañeros, porque parecían afines a lo que pasaba. Quizá quede rara la moraleja, esta sensación de que el amor libre y momentáneo no vale cuando el sentimiento es real y fuerte. Esta "comedia desagradable" -lo tomo de la clasificación de GB Shaw de una parte de los suyas- es más teatro de lo que solemos ver, aunque yo estoy esperando con impaciencia que llegue la película que el propio La Bute ha hecho de su obra. Es curioso que mientras los autores españoles tratan de separarse de la teatralidad para buscar lo nuevo, los de Estados Unidos, y éste especialmente, suelan buscar, sobre todo, dentro del arte teatral.
La escenografía de Gerardo Vera, la serie de imágenes bellísimas que dan fondo a la crueldad que ha dirigido hasta dar a la acción gran soltura, está obligada al movimiento de las escenas, al fondo cambiante. El acierto intelectual es que los colores estén en su línea baja; el teatral, en que están apoyando las escenas; el artístico, en la alta estética.
El público salió contento. Menos de medio de teatro; el otro más de medio se equivocó y se fue a ver alguna otra cosa.
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