Corazón tan rosa
No hace mucho, con ocasión de la infausta cena de celebración del título de Liga, Florentino Pérez se refirió a las obligaciones que tenían los jugadores con el club y lo que representa. Con la gente, en fin. Se lo hacía saber a unos futbolistas que viven instalados en una burbuja, en parte para liberarse del acoso al que están sometidos por su celebridad y también porque se sienten cómodos en su mundo endogámico, ajenos a cualquier otro compromiso que no sea el dinero y ciertas satisfacciones derivadas de la fama. Para ellos, la prensa deportiva representa amenaza y fatiga.
Lo último que necesitan los futbolistas del Madrid, y especialmente su saga de estrellas, es una excusa para preservar su blindaje. La acaban de encontrar y se la ha ofrecido el propio club, que ha accedido al viejo deseo del equipo, quejoso del fastidio que les produce el roce diario con los periodistas. Con el traslado a los nuevos y provisionales campos de entrenamiento, el club ha aprovechado la circunstancia para reducir casi hasta la nada el contacto de los jugadores con la prensa. Se acabaron los días de confraternización, por forzada y apresurada que fuera, en la vieja Ciudad Deportiva, mientras los futbolistas se dirigían a sus coches y los aficionados requerían ruidosamente los autógrafos.
El asunto trasciende los pequeños problemas de la prensa deportiva. Aunque los futbolistas no lo supieran, los periodistas habían establecido una especie de cordón sanitario alrededor de ellos. De la relación cotidiana habían surgido unos códigos muy simples que todas las partes entendían y aceptaban. Uno era básico: las cuestiones privadas no se tocaban. Rara vez se vulneró esa premisa. La presencia diaria del pequeño ejército de reporteros, con sus historias futboleras, tenía además un efecto disuasorio sobre la prensa del corazón, un sector ávido de otro tipo de noticias, más cotizadas que nunca en los tiempos de Beckham, Ronaldo, Figo y demás celebridades sociales.
Era cuestión de tiempo, de poco tiempo en realidad, que la llegada de Beckham despertara el apetito de la prensa del corazón y sus peores derivados, tanto en España como en el Reino Unido. Lo más extraño es que el club haya colaborado en una situación que coloca el foco noticioso sobre la vida privada de los jugadores y no sobre su actividad profesional. En la medida en que se bloquea el trabajo de la prensa deportiva, se jalea desde el Madrid la aparición de otro periodismo, más mundano, menos preocupado por los misterios del fútbol que por las andanzas de determinadas estrellas. Por lo visto, el club lo quiere así y a los jugadores, los mismos que se declaraban celosos de su intimidad, no les importa. La celebración del cumpleaños de Ronaldo santificó el nuevo escenario periodístico. En medio de jugosos rumores sobre las actividades de Beckham con una top model y de Ronaldo con una ex Miss España, un amplio panel de programas del corazón, con su corte de expertos en la materia, se ha ocupado durante toda la semana, en el horario de goma que las televisiones conceden a estos asuntos, al cumpleaños y sus consecuencias. La veda está abierta. Si Florentino Pérez quería que sus jugadores actuasen como emisores de los viejos valores del club, se ha equivocado. A partir de ahora, y con la connivencia implícita del Madrid, los futbolistas saben que están expuestos al destemplado ojo de un periodismo que no necesita acudir a la Ciudad Deportiva. Prefiere las puertas de las casas y de las discotecas. Eso es lo que vio la gente en el cumpleaños de Ronaldo, y con esa copla se ha quedado toda la semana. Es el anuncio de los tiempos que vienen. Lo malo para el Madrid y sus jugadores es que, con imágenes de ese pelo y el show mediático que las acompaña, derrotas como las de Mestalla se digieren mucho peor por los aficionados.
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