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Columna
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Mala estrella

La Carretera N-340, a su paso por las comarcas valencianas norteñas, es un calvario llenito de cruces, y de ambulancias, y de penas que, si no se pudieron eliminar por completo, se hubieran podido paliar y reducir. Según la Jefatura Provincial de Tráfico fueron, entre enero y agosto de este año, 30 las víctimas mortales, 58 los heridos de gravedad y 144 los menos graves. Ésta es una copla reiterada durante los últimos 20 o 30 años en las poblaciones del litoral castellonense. En el ámbito de las infraestructuras viarias, los dinámicos y diligentes ciudadanos de La Plana y los del Baix Maestrat o bien son considerados el culo del mundo, o los olvidados de cualquier película tercermundista de Buñuel. Lean ustedes, vecinos, con atención las páginas negras de sucesos, y un día y el siguiente aparecen siglas, que son nombres de víctimas del tráfico y la carretera, por donde Alcalà de Xivert, por donde Oropesa, por donde Cabanes, por donde Castellón, por donde Nules, por donde Benicarló y Almenara... El porcentaje de peligrosidad en el tráfico es, por aquí, mayor que en cualquier otro rincón geográfico de la Península o la Unión Europea. Y el dato lo admite -desconocemos si también lo asume responsablemente, y se intenta un cambio de signo- el Ministerio de Fomento madrileño, y lo corroboran los dirigentes del Partido Popular con Carlos Fabra, omnipresente en la actividad pública castellonense, a la cabeza. Veinte o treinta años llevamos perdidos u olvidados en materia viaria por romanos progresistas y cartagineses conservadores. Dos o tres décadas durante las cuales el vecindario reclamó con un ayear lastimero la mejora de sus carreteras o que éstas desaparecieran de los núcleos habitados.

Porque la mortalidad en las carreteras castellonenses, superior a todas las medias europeas, no resulta de la fatalidad, el destino o la mala estrella. Eso ocurre en las populares coplas andaluzas que giran siempre a los desamores y desengaños trágicos. La mala estrella de aquí radicó y radica en la falta de voluntad por parte de la clase dirigente local a la hora de reivindicar las infraestructuras necesarias en una sociedad moderna donde el tráfico de vehículos desempeña un papel relevante. Hace como tres lustros, una iniciativa ciudadana solicitó liberar de peaje la autopista A-7, construir cuatro carriles más junto a los cuatro existentes, proteger los núcleos de población con pantallas anti contaminación acústica si el trazado de la autopista se acercaba a los mismos, y que la autopista de todos articulara el tráfico intensivo que ya había en el litoral. Proponía soluciones habituales al tráfico que se ven a lo largo y ancho de Europa. Reunieron miles de firmas e impresos, en vano. Los romanos progresistas hicieron oídos sordos a una alternativa posible y válida a los accidentes, atascos y mortalidad desastrosa de la CN-340, que colocaban a los vecinos al filo de un ataque de nervios. Hace apenas dos o tres años, los cartagineses conservadores no sólo no liberaron de peaje la autopista, sino que alargaron la concesión 18 años más. Entre tanto se gastaron miles de millones de pesetas en desvíos por Castellón, por Nules, por Vila-real; desvíos que representaron la pérdida de suelo agrícola y la fragmentación del campo, sin apenas solucionar nada. Ahí están ahora, como ayer, las lastimosas cifras de la Jefatura Provincial de Tráfico, los atascos y el malestar ciudadano. Demasiado dura ya un calvario que no lo originó una mala estrella, porque aquí el destino no está en las manos de un planeta con mal fario. Hay responsables políticos.

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