Ponga un pincho en su vida
Un buen día -de esto hace 18 años- un arquitecto de Amsterdam decidió cambiar su vida y dedicarse a diseñar ropa fetichista en lugar de edificios. El invento le salió tan bien que ahora tiene franquicias en las principales capitales del mundo. No contento con la tienda, desde hace 13 años organiza también la fiesta más impresionante en su estilo del planeta. Spanking, bondage, enemas, succiones..., cualquier experiencia fetichista y sado es bienvenida a la fiesta, igual que el típico mirón, siempre que vaya con el uniforme imprescindible de látex y cuero. La fiesta en cuestión se llama Europerve y reúne a miles de aficionados al arte del pincho y demás artilugios aparentemente macabros (digo aparentemente, porque con la debida información uno puede opinar de otra forma). La tienda se llama Damask, y la única que existe en España está situada en la calle de la Riera Baixa de Barcelona. Su dueña se llama Carla, una mujer bellísima que desde los 14 años utiliza el cuero y el látex para vestirse. Así entró en este mundo desconocido y así conoció la tienda de Amsterdam. Desde hace un año vende toda clase de ropa y artículos fetichistas y sadomasoquistas y además ella también organiza desde hace tres años una superfiesta, al estilo de Europerve, que se llama Barnaperve y en la que está permitido todo mientras el participante vaya vestido adecuadamente (fisgones con una simple camiseta ajustada, mejor abstenerse porque los echan).
En la calle de la Riera Baixa hay una tienda, única en su género, dedicada a los 'gadgets' sadomasoquistas. Todo un mundo
Descubrí Damask en uno de mis paseos por el Raval. Lo cierto es que no entré la primera ni la segunda vez que pasé por delante del escaparate, hasta que un día vi entrar a un señor que podía ser mi padre y me dije: si él puede, también yo. Y le seguí. El señor sabía lo que quería porque se metió directamente en la sección de consoladores eléctricos mientras que yo no pasé del mostrador. Una chica vestida en sintonía con el ambiente me dijo que la dueña estaba por las mañanas, así que dejé al señor enfrascado en la vitrina susodicha y me fui rauda sin preocuparme demasiado de mirar todo lo que Damask me ofrecía. Dos días más tarde tenía una cita con Carla: eso sí, una hora antes me había puesto en situación, vía Internet, de lo que ofrecía Barcelona al respecto. No es que haya una gran variedad, pero el cliente puede escoger entre algunas mistresses, o amas, que ofrecen sus servicios específicos: fetichismo del pie, adoración del ama, dominación estricta, castigo y ataduras...
Para Carla, lo mejor de una relación sexual es el juego. "El sado es el Rolls Royce del sexo, lo mejor, aunque para conducirlo se necesita cerebro e imaginación". Me cuenta que existen sesiones dominantes y sumisas; depende de lo que quiera el cliente, que es quien dicta las normas y el que dispone, si viene al caso, el límite del dolor. "La gente cree que el sado es sólo dolor, y no es cierto", afirma Carla contundente. Como, para ser sincera y a pesar de mi corta relación a través de Internet, no estoy muy metida en el tema, Carla me va informando a medida que recorremos las salas y vitrinas de la tienda. Los corpiños, faldas, tops, monos y ropa interior es lo más suave que uno puede admirar en Damask y, ciertamente, hay muchas chicas que lo compran simplemente para vestir. También parece inofensiva la sección de zapatos fetichistas, con unos tacones de aguja que dan vértigo. Pero llegamos al rincón de los látigos, de las varas y las cañas, aunque uno se queda de piedra ante una cinta con cinco bolas de goma que poco tienen que envidiar a las bolas de billar y que tienen su efecto deseado en las profundidades del cuerpo humano. Pasamos por las máscaras, las tobilleras y muñequeras con clavos y las chaquetas de inmovilismo que, como su nombre indica, le dejan a uno sin mucha iniciativa de cintura para arriba, aunque peor es el saco de la inmovilización. Se entiende.
Los accesorios electrónicos, para qué ocultarlo, dan un poco de grima: pinzas para conectar en los pezones, extraños artilugios para el pene... Si no supiera dónde me encuentro, podría imaginar que estoy en un taller de reparación de coches. Carla me enseña los anillos estranguladores del aparato masculino, las cuerdas para el bondage, que es el arte de atar a una persona, las máscaras de gas, que no desprenden nada pero dan la sensación de ahogo, las sondas para que el cliente beba, vía tubo de plástico, lo que evacúa el otro, o él mismo, precisa Carla. Y aún me enseña revistas especializadas con unas fotos para exclamar "¡glups!". Total, uno puede salir un poco mareado, pero, la verdad, Carla tiene ese don de hacer que todo parezca de lo más normal.
"En este país aún existe mucho tabú en estas cosas. La cultura y la religión han impedido que la gente se informe; de todas maneras cada día va a más". Y parece cierto porque la gente no para de entrar en la tienda. Dos chicas preguntan por unas medias de rejilla que van con el culo al aire. "Es que desde que las vi en Lucía y el sexo que quiero unas iguales", comenta una de ellas. Otros llaman por teléfono para informarse de la fiesta Barnaperve. ¿Y quién es el mejor cliente de una sesión sado? Pues el típico hombre de negocios que se pasa el día dando órdenes y necesita, al menos una vez al mes, pasarse al otro bando. Para empezar a ambientarse pueden probar con la fiesta Barnaperve.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
¿Tienes una suscripción de empresa? Accede aquí para contratar más cuentas.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.