La enfermedad infantil del Bloc Nacionalista
El próximo fin de semana el Bloc Nacionalista Valencià celebra un congreso extraordinario para elegir a su nuevo líder y equipo directivo. Hasta este momento, y que sepamos, concurren dos candidaturas y una tercera vía de consenso. Una de las opciones está encabezada por Enric Morera, presidente de la Mesa Nacional del Consell; Antoni Porcar, concejal del Bloc en Castelló, abandera la otra y, por fin, hay una propuesta integradora de ambas plataformas y que pretende evitar que el partido se quiebre por su mitad a la vista del muy equilibrado reparto de las fuerzas que se constata. Que Dios reparta suerte.
Es posible que en los próximos días se produzcan novedades y que todos acaben bailando, mano con mano, una sardana fraternal. O todo lo contrario, y se radicalice la confrontación. En cualquier caso, el rasgo común de las candidaturas en liza consiste en amortizar o jubilar a quien ha venido siendo el líder de esta formación desde el año 2000, sin contar su dedicación a este tajo político desde comienzos de los 80. Nos referimos a Pere Mayor. Nada que objetar a esta decisión soberana de los militantes, tanto más cuando con el cambio que propenden aspiran a conquistar nuevas fronteras y poner un pie en las Cortes, que es su asignatura pendiente. Pero nos permitiremos algunas puntualizaciones alentadas por la simpatía.
La primera de ellas concierne, precisamente, a ese cambio de liderazgo que se reclama. Por lo que declaran los candidatos y ciertos de sus parciales, parece que Pere Mayor haya llegado a ser un obstáculo para el futuro del Bloc, cuando al menos hay que reconocerle que lo ha dejado a dos décimas del parlamento valenciano, siendo así que partía del 1,5 %. Y, además, hoy es la tercera fuerza municipal del país. Mucho coraje ha de tener su sucesor para aprestarse a mejorar estas cotas, sabiendo que se han alcanzado en buena parte por la credibilidad y grado de conocimiento conquistado esforzadamente por el líder. Pero, en fin, cada cual se descapitaliza como le viene en gana.
A propósito de la descapitalización, nos sume en la perplejidad la aparente ligereza con que el Bloc se descabeza, acaso creyendo que se producirá una continuidad automática de las relaciones de esta formación con el empresariado, instituciones y entidades cívicas. Tenemos la impresión de que sea por ignorancia, inopia o temeridad no se ha tomado en consideración el árduo camino que ha supuesto convertirse en interlocutor respetable de esos foros, que ahora deberán ser persuadidos de nuevo, pues sin un diálogo franco con ellos se está -o se regresa- a la intemperie. Y ese diálogo, sin estridencias y con dosis de socialdemocracia, además del nacionalismo posible por estos pagos, lo había conseguido Pere Mayor.
Pero estos supuestos méritos, o quizá por su causa, han nutrido los reproches que se le formulan al repetido líder: uno, que es personalista; y dos, que ha bajado la guardia dialéctica y no muerde al adversario. Unos puntos de vista respetables, más o menos, pero que no compartimos. Lo primero porque, muy al contrario, coincidimos con quienes piensan que el todavía presidente no ejerció la autoridad orgánica y moral que estaba en su mano para imponer la cohesión y coherencia de su grey. Es muy probable que ese déficit de resolución alejó a más votantes de los que atrajo la bondad de su talante. En cuanto a subir el diapasón de su discurso nos gustaría saber en qué términos habría de hacerlo para no predicar en el desierto. Menos hablar de memoria o con las vísceras y más tomarle el pulso al país real.
En realidad nada de cuanto acontece en el Bloc nos choca demasiado si no soslayamos un fenómeno tan elocuente como es la componente juvenil de esta formación. Una bendición y hasta una garantía de futuro, pero con todos los inconvenientes de padecer el sarampión del radicalismo. ¿Cómo reflexionar ante esas vehementes bases que la renovación es necesaria, pero que comporta sus riesgos? Sin ir más lejos, ahí está la renovación del PSPV, que además de no renovar nada apenas, lo ha dejado tascado en una fosa sin expectativas. Que los dioses iluminen a los nuevos mandatarios nacionalistas, pues mucho lo van a necesitar para superar el listón que ha dejado el desahuciado Pere después de inmolar tantos años por la causa.
Y MIENTRAS, ¿QUÉ?
No afirmamos que Valencia figure a la cabeza del vandalismo callejero, pero lo cierto es que lo padece en grado escandaloso y que delata las bolsas de incivismo que acoge. La solución está en la Ley de Modernización de las corporaciones locales que dará más poder sancionador a los ayuntamientos y a sus policías. Vale. Y mientras, ¿qué? ¿Hemos de asistir como don Tancredos al desmán cotidiano? Si no hay poderes para sentarle la mano a los gamberros, al menos podían emprenderse campañas publicitarias -TVV todavía es pública- para fomentar la querencia por la ciudad y la sanción social contra los bárbaros.
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