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30.000 espectadores aclaman a los Stones en Benidorm

El cuarteto británico hizo buena una vez más su leyenda

Esta vez pudo ser. Recién pasadas las diez de la noche, el zarpazo hiriente de una guitarra empuñada por Richards dio el pistoletazo de salida. Fue al ritmo apoteósico y perverso de Brown sugar, una de esas piezas universales que ayudan a forjar toda una leyenda, y a partir de ahí ya todo vino rodado. Tenían a todo el público rendido a sus pies y agitando las caderas al compás erótico y juguetón de sus tambores; 30.000 personas, según los datos de los organizadores, aclamaron a la banda el jueves en Benidorm.

Como de carrerilla. Engancharon inmediatamente con You got me rockin y Dont stop, pero podían haber sido otras, cualquiera de las que llegaron después. A estas alturas del guión, aprendido por la banda al dictado y diseñado para dejar escaso margen a la improvisación, se habían ganado al público. Y eso no es decir poco: más de 30.000 personas, según cifras facilitadas por la organización, cantando, coreando y vibrando frenéticamente, como guiadas por una misma consigna, ya es de por sí un espectáculo digno de ser contemplado. Fabuloso. Y acto seguido, en el momento exacto, Mick Jagger, que se las sabe todas, a modo de revoltoso y radiante electroduende, gozando de su cuarta o quinta juventud, que aprieta certeramente las teclas de su vieja maquinaria para provocar al respetable, más allá de lo puramente razonable. "¡Hola a todos!, ¡hola Benidorm! Por fin estamos aquí", gritó en perfecto castellano para delirio de la parroquia. Y otra vez la respuesta al unísono, emocionada y ardiente, de esas 30.000 gargantas reunidas para la ocasión en el estadio de fútbol de Soietes. Un majestuoso espectáculo, como tantas veces se ha dicho y escrito, y un vibrante derroche de rock and roll envuelto en confeti y aliñado con fuegos de artificio. Poco más que añadir.

Eso sí, las dudas se resolvieron todas de un severo plumazo. Rolling Stones llegaron un día antes de su actuación a la localidad alicantina de Benidorm, se dejaron fotografiar a la entrada del hotel, donde instalaron su particular cuartel general, subieron al escenario llegado el momento, y triunfaron. Así de fácil.

Desde los oscuros pronósticos de los agoreros. Desconfiados o malévolos y que casi no acababan de creerse que esta vez las cosas hubieran salido como tocaba. O sea, bien. La inoportuna afección en la garganta del vocalista británico, que frustró la actuación del grupo el pasado 4 de agosto en esta misma plaza, la publicitada imagen de Jagger a su llegada a Hannover unos días después, dando sonoras muestras de su pronta recuperación mediante un tremendo alarido y el baile de fechas de su concierto en Benidorm, no facilitaron demasiado la tarea a los sufridos organizadores.

Pero el rock, ese invento en sus orígenes salvaje y endiablado, está perfectamente domesticado. Se comentaba que hasta Eduardo Zaplana y Norma Duval disfrutaron del espectáculo desde la zona vip. El rock, está visto, ya no es lo que era.

Mick Jagger, en Benidorm, durante su actuación del jueves.
Mick Jagger, en Benidorm, durante su actuación del jueves.SANTIAGO CARREGUÍ
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