La segunda marcha de un hombre comodín
Fernando Abril-Martorell abandona por segunda vez todos sus cargos ejecutivos en la operadora
Fernando Abril-Martorell Hernández era uno de los jóvenes valores que apareció en la vida pública cuando el PP alcanzó el poder en 1996 y tomó el control de las todavía empresas públicas. Y Fernando Abril, hijo del que fuera vicepresidente y ministro de Economía de los Gobiernos de UCD del mismo nombre, fue elegido para dirigir las finanzas de Telefónica, la primera empresa del país cuyos destinos José María Aznar había enconmendado a Juan Villalonga, compañero de pupitre suyo en el Colegio del Pilar. Abril Martorell, licenciado en Derecho y Empresariales por ICADE, venía avalado por su estancia en el banco J. P. Morgan, donde empezó a trabajar con 25 años y desempeñó diversas funciones en sus oficinas de Nueva York, Londres y Madrid.
BBVA y La Caixa insistieron en que fuera rescatado por Alierta como consejero delegado
Contaba entonces con 35 años y desde principio dio muestras de una personalidad muy diferente a la que exhibían Villalonga y su guardia pretoriana. Austero hasta la médula, de trato hermético y trabajador infatigable, en su forma de ver la empresa no encajaban los excesos a los que pronto se acostumbró Villalonga. Se alejó de los ajetreos y apareció como un satélite con autonomía propia en aquel universo con abundancia de focos y oropeles. Quizá era el único del equipo capaz de transmitir la imagen de seriedad que necesitaba la desorientada tropa de inversores de la compañía.
En esa etapa había participado en los procesos de privatización de la compañía y de la salida a Bolsa de algunas de las filiales. Pero las desavenencias eran cada vez más grandes y, en septiembre de 1999, Villalonga le sustituyó en la dirección de Finanzas en una de sus habituales remodelaciones. Asumió, como una salida digna para no meter mucho ruido, la presidencia de TPI-Páginas Amarillas, que abandonó apenas un año después. Constituyó entonces una sociedad, Dominia, con dos ex compañeros, José Antonio Sánchez y Juan Perea, que luego dejaría.
A Abril-Martorell -había juntado los dos apellidos de su padre, con el que guarda un enorme parecido físico y de carácter, por deseo expreso de su madre tras la muerte de aquél en 1998- nunca le pareció acertada la aventura mediática de Villalonga, que amparada por el Gobierno de Aznar daría lugar a la desde ayer desaparecida Admira. Durante su estancia como responsable financiero se ganó un prestigio tan bien valorado por los accionistas del núcleo duro del grupo (La Caixa y el BBVA) que, cuando en julio de 2000 César Alierta sustituyó a Villalonga al frente de la compañía, insistieron para que fuese recuperado. Pero, esta vez, como consejero delegado. Su nombre, además, no provocaba rechazos en Moncloa. Así que en pleno verano, el 10 de agosto de ese año, Abril tuvo que interrumpir sus vacaciones para incorporarse a Gran Vía 28.
Se iniciaba su segunda etapa en el grupo. Ocupó el despacho de la planta 11 que había tenido su antecesor Javier Revuelta, pero no soportaba el ostentoso jardín que éste y Villalonga instalaron en la terraza. Por eso, cerró la salida, aunque no le dio tiempo a cambiarlo, a pesar de que prácticamente ha vivido junto a él, a excepción de los innumerables vuelos a América. No se le conocen veleidades políticas y sus ratos de ocio los distribuye con su mujer y sus seis hijos, entre sus viajes a la casa familiar de Segovia y el Real Madrid, del que es acérrimo.
Alierta, que formó parte del consejo presidido por Villalonga, le confió las áreas de negocios (menos los medios); pero con el paso del tiempo fue restándole poder. De caracteres claramente distintos y aunque Abril vaya a seguir como asesor de Alierta, su relación era meramente profesional y de gran respeto, pero esa circunstancia motivó un alejamiento irrecuperable que ha desembocado en la crisis aireada ayer.
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