El desertor
Hace mucho mucho tiempo, algo así como dos semanas y pico, un grupo de ciclistas entre los que yo me encontraba formamos en la subida al mirador del Fito, en Asturias, el primer autobús. En aquel primer grupetto, que de las dos formas podemos llamarlo, ya empezamos a mirarnos a la cara uno por uno; sabíamos de sobra que había que empezar a hacer amigos, que más vale llevarse bien cuando vamos a tener que recorrer tantos kilómetros juntos por todas las montañas de la geografía nacional. Fue allí, en las primeras rampas de la montaña asturiana, donde los más viejos repartieron los bonobuses.
Con él estábamos acreditados como los auténticos ocupantes del grupetto, como los socios fundadores. Evidentemente con el transcurso de las etapas hubo unas cuantas bajas fruto de la dureza intrínseca de la carrera, pero siempre hubo igualmente aspirantes dispuestos a ocupar las plazas vacantes; fueron pasaron los días, y llegó un momento en el que dejamos de ser grupetto o autobús para ser simplemente ese ente conocido como el pelotón. Y claro, los de adelante dejaron de ser el pelotón para pasar directamente a ser la escapada.
Quizá ustedes no lo sepan, pero puedo afirmar que en pocos sitios -aparte de en su equipo, en su casa y en la de sus amigos- se alegrarían tanto de la victoria de Nozal como en el autobús. Él ha sido uno de nuestros más ilustres desertores, si no el que más; pero en el grupetto, al contrario que en tantos otros sitios, lo de ser desertor es una condición envidiada. Aquí se está por necesidad, no por gusto, aunque no voy a negar que nos lo pasamos bastante bien, mejor que los de adelante seguro.
Ya se lo dije yo el otro día. Estarás viviendo un sueño de amarillo, pero no veas tú lo bien que se va en el grupetto. Y sonriendo me devolvió una mirada en la que se adivinaba un punto de nostalgia.
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