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Crónica:VUELTA 2003 | 16ª etapa
Crónica
Texto informativo con interpretación

Vitamina K

Nozal cede menos de un minuto a Heras en una subida en la que el Kelme intentó el ataque definitivo

Carlos Arribas

Llegó Vicente Belda y le dio su cotidiana ración de vitamina K a la Vuelta. K de Kelme y no de Kafka, evidentemente, aunque a Óscar Sevilla le sonaran a kafkianas algunas de las decisiones estratégicas que el combativo director de su equipo tomó en los 30 kilómetros, en la hora y cuarto de ascensión a Sierra Nevada, el último gran puerto de la Vuelta, donde Isidro Nozal resistió el necesario ataque de Heras, donde el iBanesto.com lanzó su última gran ofensiva -con los previsibles y magros resultados de las anteriores-, donde Félix Cárdenas logró al fin el premio a la constancia y donde por un momento la Vuelta olió a ciclismo del grande. Sólo un momento.

Faltaban 29 kilómetros para la cima, para la llegada a los 2.510 metros de la estación de esquí, allí donde el oxígeno no tiene presión para penetrar en los cuerpos y donde respirar cuesta a los que van andando, tanto más a los que pedalean, dejándose la vida en ello, en busca de su sueño. El US Postal se había suicidado ya -al estilo Tour, donde Armstrong es el capataz, habían acelerado tanto la cuestión desde la primera cuesta que al poco Landis hacía mutis por el foro y Beltrán hacía como que reventaba, aunque se guardó algunas fuerzas para conservar su cuarto puesto en la general-, Heras estaba aislado y el ONCE-Eroski, el equipo que defendía, el conjunto del Nozal que había comenzado la jornada con cuatro minutos de ventaja, era mayoritario. Entonces surgió Sevilla, el factor K, el único factor desestabilizante en aquel momento, y se llevó consigo a Heras. Tembló el mundo. Una alianza entre el mejor escalador del mundo, o eso dicen de Heras, y el jovial Sevilla, el albaceteño que en los últimos días ha recuperado la moral, las fuerzas y el ansia -recuerden: tiene 27 años y aún no ha ganado una etapa de la Vuelta o alguna grande-, sería el pacto inesperado, la única jugada que podría romper el enroque del ONCE-Eroski. Lo intentaron una vez y otra. Y Sevilla guiñaba un ojo, como siempre hace, cuando tiene una idea feliz. "Para mí la etapa y para ti la general", y a ver quién nos para. Les paró Belda.

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Se habían ido unos metros y la el ONCE era ligera desbandada -Rodríguez de aquí para allá, Igor intentando respirar hondo, Serrano recuperando la calma, Nozal solo- cuando a Sevilla le zumbó el oído. Fue tan fuerte el grito de Belda por el auricular -"¿adónde vas con Heras?"- que Sevilla se lo tuvo que quitar para evitar quedarse sordo. No entendía nada y así se lo dijo a Belda, quien le mandó calmarse y bajar a hablar con Valverde. Porque Belda, que pese a sus gestos, sus voces, sus exhibiciones, entiende de ciclismo, había comprendido varias cosas al instante. Uno: que Heras no era Heras, que el bejarano no era el Heras de sus grandes tiempos y que más que colaborar iba a aprovecharse del trabajo de Sevilla, el que soñaba con ganar la etapa. Segundo: que Valverde también contaba, que su mejor corredor en la Vuelta podía intentar alcanzar el podio y que había que trabajar con eso en la mente. Tercero: que Sierra Nevada, pese a su longitud y por su suave pendiente, es el puerto ideal para una estrategia defensiva, y que el ONCE-Eroski acabaría reorganizándose, y que contaría con la ayuda de otros despendolados. Y hasta Heras lo dijo: "El ONCE estaba muy fuerte, no habríamos abierto hueco".

Así que, kafkiano o no, caliente o no, guerrillero o no, Belda siguió con su estrategia acelerada. Movió a todo el equipo, lanzó a peones por todas partes, al Guti, a Tauler, movió alfiles y también la reina, Valverde. Y combinadas sus acciones con las reacciones y los movimientos del Banesto, de los Osa, de Piepoli y de Mercado, y la habilidades contables de Cárdenas, su inteligencia para manejar situaciones confusas combinando un par de variables, organizaron un pequeño caos -Sevilla y Valverde tirando de la mejor escapada, por ejemplo, con Cárdenas a rueda- del que emergió nítido Heras con su necesario ataque a cinco kilómetros y más claro aún Nozal, quien conducido con suavidad por Serrano, supo mostrar que había aprendido lo suficiente del sufrimiento de la Pandera para saber que si subía a su ritmo, diesel y fuerte, Heras nunca le haría pasar miedo.

Cárdenas levanta el brazo al cruzar la meta de Sierra Nevada.
Cárdenas levanta el brazo al cruzar la meta de Sierra Nevada.EFE

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Sobre la firma

Carlos Arribas
Periodista de EL PAÍS desde 1990. Cubre regularmente los Juegos Olímpicos, las principales competiciones de ciclismo y atletismo y las noticias de dopaje.

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