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Columna
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La teoría del colapso

Tengo una amiga que cree en la teoría del colapso. Apuesta por un momento no muy lejano en el que la juventud estallará, saldrá a la calle y prenderá fuego a sus lugares de trabajo y a las inmobiliarias, saqueará los comercios y linchará a sus jefes y a sus políticos. Ella tiene treinta años y se siente frustrada laboralmente como la mayoría de nuestra generación. La penuria profesional nos reduce y nos somete cada día con más impiedad. "La cosa está fatal" es un comentario frecuentemente oído entre los jóvenes cuando comentan su situación en el trabajo. Los que están en paro se confiesan desesperados, y los que trabajan, normalmente lo hacen en lugares que no les satisfacen o desempeñando labores tristemente impropias y para las que se sienten hipercualificados, resignados a desempeñar un empleo distinto al estudiado ante los continuos intentos fallidos de encontrar trabajo en su sector.

Gran parte de los jóvenes se cuestionan, ante el desolador panorama, si no habrán errado en la elección de su carrera. Hace diez años apostamos por una profesión atendiendo a nuestras voluntades o destrezas, confiados en realizarnos a través del trabajo. Pero enseguida hemos descubierto que incluso aquellas profesiones que entonces auguraban un sensacional e inmediato porvenir tampoco tienen buenas salidas. Ingenieros, abogados, arquitectos, médicos que acabaron la carrera hace unos años, que han enriquecido sus conocimientos con becas, masters o doctorados, rara vez han colmado sus ambiciones laborales.

Es verdad que la mayoría de nuestros padres tampoco trabajan en sus profesiones soñadas, que muchos de ellos ni siquiera tuvieron la ocasión ni los medios para escoger una tarea y desempeñarla, pero a lo mejor tampoco lo pretendieron. Hace años el trabajo se concebía sobre todo como un peaje imprescindible para vivir, para mantener a una mujer y a unos hijos que ya se presentaban a los 25 años. A esta edad nosotros aún estamos mandando inútilmente currículos por Internet. Pero hoy, en cambio, sufrimos la gran desilusión porque sí que creímos que lograríamos ser lo que nos propusiéramos. Confiamos en un sensacional futuro profesional alentados por las novedosas e inmensas oportunidades que nos ofrecía la democracia española, la UE y sobre todo unos padres que creyeron en nosotros y nos proporcionaron unas facilidades para nuestra formación sin precedentes.

Las cosas no han salido según lo planeado, ¿pero qué hacemos al respecto? La competencia es tan amplia y tan cualificada que no sirve el desplante, es cómica la idea de amenazar al jefe con buscar otro empleo, pues a la puerta de tu trabajo hay cientos de licenciados y remasterizados dispuestos a ocupar tu plaza por menos salario. Y cómo huir si hay que pagar la hipoteca, las letras de una casa de 50 metros cuadrados en un pueblo a las afueras cuyo nombre no le suena a nadie.

Con resignación nos amancebamos en cuchitriles, los periodistas escriben para la revista de Telepizza y los economistas cogen el teléfono en una aseguradora. "Trabaja en lo que te gusta", invita la nueva campaña para la promoción de la formación profesional, "Tú puedes ser lo que quieres", afirma el lema de la Universidad Europea de Madrid en estos tiempos de frustración laboral. Unos eslóganes que prometen colmar las aspiraciones de una juventud desencantada y traicionada por las inmensas expectativas que tanto la sociedad como los propios jóvenes habían depositado en su porvenir.

Nos sentimos infravalorados, desubicados, presos de una dramática situación inmobiliaria y laboral sin salida. Pero vamos tirando y nadie hace nada. Somos poco rebeldes y en exceso conformistas. Excepto algún luchador que combate tras el lema "Otro mundo es posible" o ese otro que lo deja todo para poner un chiringuito en Formentera o una casa rural en Cabrales, el resto no encuentra exorcismo. Nuestra juventud, quizá amansada por un panorama político y social laxo en comparación con el de nuestros padres, adolece de falta de carácter para elaborar un cambio. Pero hay gente que cree que el creciente descontento que acumulamos estallará súbitamente algún día. Que estamos engordando pasivamente de frustración y hastío, de amargura y desazón, pero que no tardaremos en reventar provocando una ola de caos y confusión, de ira, venganza y fuego. Una especie de Apocalipsis generacional. El gran colapso.

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