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Reportaje:

Noventa días para un sueño

La mayoría de las 273 ecuatorianas y dominicanas que llegaron a España con un visado de tres meses encontraron trabajo

Un visado para tres meses y muchos sueños. Con ese equipaje 273 inmigrantes ecuatorianas y dominicanas llegaron a España en el último año y medio para emplearse en el servicio doméstico a través del contingente (un cupo de trabajadores extranjeros que el Gobierno permite entrar en España para puestos que no se cubren con autóctonos). Parte de sus deseos se han cumplido porque la mayoría ha encontrado empleo, aunque con largas jornadas y bajos sueldos, en las provincias que demandaron sus servicios (Madrid, Toledo, Valencia, Galicia, Cádiz, Valladolid...). Han obtenido también permisos de trabajo y residencia que les libran de sufrir la angustia de los sin papeles. Sólo 10 han vuelto a su país desengañadas, según datos del Ministerio de Trabajo y Asuntos Sociales, que es quien gestiona el contingente. Pero su vida no es precisamente una marcha triunfal.

Ana Cepeda no se arrepiente del paso dado. Esta ecuatoriana de 31 años llegó el 24 de octubre de 2002 al aeropuerto de Barajas con otras 40 compatriotas, que, como ella, buscaban un futuro mejor y esperaban encontrarlo en un sector tan precarizado como el servicio doméstico. Separada, con un niño de 12 años, veía que su salario en una sastrería de la localidad ecuatoriana de Riobamba apenas le alcanzaba para comer y pagar el alquiler. Por eso no dudó en apuntarse cuando se enteró de que seleccionaban mujeres para ir a trabajar a España. "Cada vez que iba a algún trámite tenía que viajar tres horas en autobús entre Quito y Riobamba y eso supone tiempo y dinero. Pero soñaba con conseguir una vida mejor para mí y para mi hijo, que pudiéramos hacernos una casita y que él fuera a la universidad", explica.

En Madrid, ella y sus compañeras quedaron a cargo de la Comisión Católica de Migraciones que las alojó en una residencia de monjas de Cuatro Caminos. Allí podían vivir durante tres meses mientras buscaban trabajo a través del Servicio Regional de Empleo de la Comunidad de Madrid. También recibieron un curso de 35 horas, impartido por la asociación Candelita, sobre el cuidado de niños y ancianos, la cocina y costumbres españolas y las condiciones laborales.

Cepeda fue de las primeras mujeres que encontró trabajo. En sólo 15 días. "Entré como interna para una familia formada por una pareja y sus tres hijos, el trato era bueno, pero metía demasiadas horas, de nueve de la mañana hasta más allá de las diez de la noche porque hacía de todo, limpiar, cocinar, planchar, atender a los niños... de cuatro fines de semana libraba sólo dos de viernes a domingo. Cobraba 600 euros al mes y como tenía techo y comida podía ahorrar y mandar dinero para mi hijo pero, a los siete meses, mi salud se empezó a resentir de tanto trabajar; dormía y no descansaba y el médico me dijo que era estrés, así que dejé el empleo", explica.

Demasiadas horas

Poco después empezó a cuidar a una enferma de esclerosis. "Era mucho más descansado y cobraba más, 720 euros, lo único que sólo libraba las tardes de los sábados y de los domingos; aún así yo estaba a gusto pero la señora me dijo que quería alguien con más experiencia para cuidar enfermos y me despidió", asegura y añade que su ex jefa la ha llamado para pedirle que vuelva.

"Cuando llegamos sabíamos que ésto no iba a ser fácil, pero una cosa es saberlo y otra vivirlo; de las 41 mujeres que vinimos yo soy una de las más afortunadas; algunas lo han pasado muy mal, han sufrido muchos abusos laborales y se han sentido menospreciadas", reflexiona. Le gustaría traerse a su hijo pero no le salen las cuentas. "Tendría que alquilar una habitación y gastaría en comida, con lo que no ahorraría", se plantea y, para animarse, piensa que todavía es joven y tiene mucho futuro por delante.

Rebeca Beltrán, una abuela de 47 años, con cinco hijos y cuatro nietos, ha vivido en carne propia el viejo refrán sobre las vueltas que da la vida. Hace ocho años, esta ecuatoriana de Cuenca vivía muy bien del taller de joyería familiar. "Mi marido decía que yo era su reina y no me permitía hacer nada, pero él falleció y todo se vino abajo; yo no estaba preparada para seguir el negocio, me engañaron y nos arruinamos", recuerda esta mujer que desde que llegó a Madrid, en noviembre de 2002, cuida de una anciana de 93 años.

"Encontré un empleo en un centro de nutrición infantil, del que llegué a ser directora, pero los sueldos de mi país no sirven para nada y éramos muchos en casa y muy pocos los que trabajábamos", relata. "A mí me dijeron que en España se ganaban como mínimo 750 euros al mes cuidando viejitos y pensé que yo, que tengo experiencia y formación, alcanzaría los 1.000 euros, pero estaba equivocada. No se gana tanto y es difícil ahorrar, aunque yo estoy a gusto con la abuelita que cuido y sus hijos son ya como mi familia", explica.

Su ilusión es conseguir dinero suficiente para construir habitaciones suficientes para todos sus hijos en su casa de Ecuador y abrir también un centro para ancianos. No se da plazos porque sabe por experiencia que los planes pueden cambiar. Sobre todo si sus hijos deciden venirse con ella a España.

Paloma Rodríguez Villar, directora de la asociación Candelita, ha conocido a la mitad de estas 270 mujeres. En sus clases han aprendido, entre otras cosas, que no deben tomar a mal el modo brusco de hablar de los españoles, que tienen que estar pendientes de que sus patronos les paguen la Seguridad Social y que no deben pedir coladas ni presa de vacuno sino natillas y carne. Rodríguez Villar ha seguido en contacto con algunas y sabe de sus problemas laborales. "Hay de todo pero es muy frecuente que trabajen muchas más horas que las ocho que figuran en sus contratos y que tengan menos tiempo libre que el estipulado. Los sueldos varían pero son pocas las que alcanzan los 700 euros mensuales y el convenio de servicio doméstico permite además que les rebajen hasta el 45% por la cama y la comida, aunque también es cierto que los jefes no suelen hacerlo", explica.

"Creo que alguien les informa mal en su país porque muchas creían que iban a ganar 1.000 euros al mes y se han llevado un chasco", reflexiona la directora de Candelita. "Algunas todavía no tienen la tarjeta" de residencia, puntualiza. Pero, pese a todas las dificultades, siguen llegando inmigrantes latinoamericanas con el contingente de servicio doméstico. Las próximas, las 60 mujeres dominicanas que a finales de este mes aterrizarán en Barajas para trabajar en Galicia, Cádiz y Madrid.

Inmigrantes ecuatorianas que se acogieron al contingente, en octubre de 2002.
Inmigrantes ecuatorianas que se acogieron al contingente, en octubre de 2002.CLAUDIO ÁLVAREZ

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